No es José Martí el culpable directo, el creador inmediato, del metarrelato histórico cubano del patriotismo, o del sentimentalismo y la idea del nacionalismo tribal, sino sus apologistas y epígonos. El metarrelato histórico martiano surgió debido a la apropiación inconsciente, en las generaciones sucesivas, de las cosas sin vida, sin pulso y latido; esas que fueron objeto de crítica por el propio Martí. Lo que puede ser para la posteridad, lo que engendra lo vital, el espíritu después del cuerpo, no ha sido hallado por ninguna corriente ideológica y política en Cuba.
Ese potencial de reconocimiento inefable lo tenía José Lezama Lima pero por un descuido lo perdió. En la construcción de un sistema poético del mundo se privó del sostén medular de una transferencia poética que devino fuerza retrógrada y antirrevolucionaria. Pero Lezama tenía el potencial para alcanzar el estado de transparencia por donde la poesía en verso podía desembocar en poesía en acto. Desafortunadamente, ello no sucedió. De la imagen poética Lezama pasó a la imagen novelada, y ahí fue donde se estancó.
Pero transformar radicalmente la poesía en verso, el ego poético, en algo eternamente vital, era un modo de morir para renacer al mismo tiempo: un modo de acción poética. Ningún movimiento literario hasta nuestros días, en Cuba, ha podido alcanzar esa cima de la acción poética, única prueba que desmitificaba cualquier metarrelato histórico para José Martí. Para Cuba e Hispanoamérica tenemos como prueba los días finales del cuerpo de Martí en campaña, allí donde el diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos deja entrever ciertos fragmentos de esa acción poética. En ello comienza a dibujarse un sentido de resurrección anti-histórica, guardando uno de los secretos más importantes de la labor revolucionaria de José Martí.
El hombre magno
Una de las más complejas dudas martianas, que aparece en su obra escrita, permanece en pie sin que aún se comprenda el fondo. En un lugar de sus cuadernos de apuntes, en medio de la incertidumbre filosófica de su época, y que lo llevó a experimentar un sinsabor de la vida, Martí se preguntó en un momento dado a sí mismo: ¿qué soy yo, lo que normalmente conocemos como el ego, yo cognoscente, la sustancia o una entidad sin límite? Esta pregunta, que se inclinó más por lo misterioso, por lo informe, lo ilimitado, lo irrepresentable, fue el motor impulsor del comienzo de una larga búsqueda acerca del contenido existencial de una política.
Sobre todo, Martí fue un incansable buscador, un místico de los más avezados de su tiempo. No era un teólogo, tampoco era un teósofo, aunque su obra se ve regida por ciertos conceptos de la teosofía, la teología, el ocultismo, el espiritualismo y la filosofía. Partió de la filosofía, pero cuando se introdujo de lleno en el núcleo duro del ser, cuando revisó todas las posibilidades internas del yo cognoscente, experimentó primero una gran duda, una gran insatisfacción, se hizo la pregunta que lo llevó a indagar más profundamente en el terreno del misterio, qué soy yo, y cuya respuesta no pudo ser dada desde la filosofía ni desde las doctrinas teológicas y metafísicas. El hallazgo de que el ser filosófico, teológico y de toda doctrina metafísica era sólo una apariencia del Ser, lo introdujo en la elaboración, paso a paso, de un esfuerzo teórico sobre el misticismo político.
¿Se puede hablar teóricamente sobre misticismo político tal y como se hace, por ejemplo, sobre economía política? La concepción política del ideario martiano no puede concebirse como una teoría en sí. Martí sólo dejó los cimientos, fragmentos para la elaboración posterior de una teoría política bajo el influjo del misticismo, lo cual no ha sido considerado por ninguna tendencia política e ideológica en Cuba. ¿En qué consiste, entonces, el misticismo político martiano? En un sistema de experiencias, de vivencias, que doten a la sociedad cubana de originalidad y espontaneidad. En que la sociedad cubana se mantenga viva y creativa. Hasta entonces todo el patriotismo secular, el nacionalismo y el republicanismo, cuya advertencia primero viene de Emerson, son entidades supuestamente muertas, generacionales: los muertos entierran a los muertos. El discurso político que se derive de un estado económico liberal siempre responderá al esfuerzo de un deseo por la oferta. No importa que el deseo no esté arraigado todavía, lo que importa primero es crear la oferta, crear un estado político republicano para echar a andar la empresa. El deseo, el valor, vendrá por sí mismo. Se esperaba, por parte de los interventores americanos en Cuba, esa disposición del pueblo cubano. Pero no resultó así. El deseo por la libertad constituyó, por encima de la oferta política republicana, la supremacía. De ahí la fuerza del nacionalismo cubano.
Martí no era partidario de la sobrevivencia del deseo libertario en absoluto, éste podía causar graves problemas a la gestión política del país. Él apostaba por algo más sencillo, entregar como oferta el amor para que se constituyese en un deseo para todos. Eso es lo que quiere decir con la frase “con todos y para el bien de todos”. En ello radica también la clave de su misticismo político. El amor es una fuerza del alma, de lo invisible, de la entidad viviente del hombre por la cual se produce la compasión, el estado anímico por donde los quehaceres políticos, económicos y sociales se visualizan como inherentes a cosas sin fuerzas, pero útiles al progreso técnico de la evolución humana.
Todo el soberbio materialismo tecnológico en el plano de la comunicación de la era postmoderna se debe a la falta de una teoría sobre el misticismo político. Cuando entrado el siglo XX la tecnología sucumbió a la filosofía, la oferta se constituyó en el paradigma absoluto de la creación del deseo, de la creación del valor en el mundo material. Weber fue uno de los primeros científicos sociales en elaborar la teoría de los tipos ideales sobre esta tendencia del capitalismo industrial reciente. Constituyó el escenario de toda su elaboración teórica acerca del materialismo económico de la sociedad industrial capitalista. Viendo esto, Martí se interesaba por entregar algo más duradero que la simple oferta económica de la política en sí; había que entregar sobre todas las cosas la intrepidez del alma. Entonces la República, con todo lo que implicase desde el punto de vista legislativo, judicial y ejecutivo, apoyada en su economía, estaría respaldada por esa gracia divina.
¿En qué consiste hablar de una teoría sobre el misticismo político martiano? Por el momento es algo difícil considerarlo como un sistema coherente de ideas y principios, debido a que los tanteos preliminares se han ido elaborando tomando como referente la formación de los cuerpos donde se fragua la emoción, los pensamientos y los estados psicológicos desde el cuerpo espiritual. Quizás habría que buscar algunos antecedentes de esta propuesta martiana en los umbrales del siglo XIX. En la filosofía electiva de Agustín Caballero, en el Krausismo español con el Ideal de la humanidad, en el trascendentalismo norteamericano y sobre todo en los trabajos de Emerson, que constituyeron rigurosos ensayos sobre La conducta de la vida, publicados en 1867. Por vía de una zona oculta cubana no estudiada a fondo, a través de la influencia del cusimo alemán y la mística swedenborgiana entregada por Emerson a América a mediados del siglo XIX, empezaría a dibujarse una constelación de datos propiciatorios a considerar.
Lo que Emerson decía era de un alto valor significativo para el destino del pueblo norteamericano y alcanzaba a América: el escolar no puede ser reducido a un pobre lodo de conocimientos prestados. Eso es lo que han estado enseñando las universidades. ¿Dónde está, se preguntaba Emerson, el respecto por la inteligencia individual, por que el hombre elabore sus propias opiniones? Esto conllevaba a la dogmatización del saber y mataba la espontaneidad del conocimiento. En la filosofía electiva de Agustín Caballero se esbozaba el principio de una ardua crítica al sistema de enseñanza escolástico en la Isla, pero no profundizaba lo suficiente sobre en qué consistía el conocimiento prestado, es decir, para qué conocer a través de las escrituras, los tratados filosóficos, las tendencias artísticas, las creencias religiosas. Emerson fue el primero en introducir para América ese concepto. De ahí su posición crítica ante todos, ante el poeta, el filosofo, el artista, el religioso, el político.
El germen de lo que en el futuro pueda llegar a ser una teoría sobre el misticismo político, es decir, desentrañar el misterio de la política o el arte de hacer política, se halla en ese concepto emersiano. En el prólogo a un poema de Pérez Bonalde, Martí comienza a esbozar las implicaciones de ese conocimiento prestado. Ya en 1882 Martí se lanza a trabajar de lleno en esa dirección, en la búsqueda de una política que trabajase desde la raíz misma del problema del ego. Una política que no fuese prestada, un conocimiento sobre política que se apartarse de la funcionalidad del ego cubano. ¿Qué quiere decir esto? El emprendimiento político hacia la superación del ego. El ego crea la política corriente, pero es la política del misterio la que acabará imponiéndose como política. En este sentido, en el sentido martiano, la política estaría fuera de la dimensión del tiempo, del espejismo del tiempo. Toda política dentro del tiempo, y aquí yacen todas las ideologías de los partidos políticos tradicionales, es un fenómeno ilusorio. Quien estudie a fondo las implicaciones esotéricas del Partido Revolucionario Cubano (PRC) encontrará algo que nuestro intelecto no podrá saborear. Encontrará en él la base del misterio político.
Hay que tomar en cuenta un hecho de partida para comprender el asunto del misticismo político en José Martí. A diferencia del PRC, los partidos políticos establecidos en Cuba en esa época, por ejemplo el partido Autonomista, no poseían una base existencial y consciente. No se hallaban conectados con la Política, con lo que años más tarde Carl Gustavo Jung llamaría la ley de la sincronicidad. ¿De qué se constituye un partido político no sincronizado? De conocimientos y hechos prestados. Se constituye de pensamientos de otros. Y el PRC no es una institución política derivada de pensamientos, sino de la reflexión.
Esta palabra reflexión, usada por el Apóstol para significar un estado esencial de la revolución, no ha sido captada en toda su magnitud, más bien se ha confundido con el mismo significado de pensamiento, de pensar, razonar en su estado más simple. Con el reflexionar, el pensar y los pensamientos adquieren una cualidad superior, trascendental. Se pasa de estar pensando a través del otro a pensar desde sí mismo. Toda ideología es un modo de estar pensando a través del otro, a través del ego. Posee una continuidad histórica. Es la historia la que determina el pensamiento ideológico. Esta dicotomía entre tener pensamientos y reflexionar sin pensamientos, debe ser entendida porque ha sido la maga por la cual el intelecto posterior ha perdido la realidad y el significado esotérico del PRC y de toda la idea revolucionaria de José Martí.
El PRC se proyecta, y aquí radica la sutileza de la ambición del ego y de una posible teoría, como un periodo transitorio entre el hombre arrogante y el hombre magno martiano. Su fin, su destrucción, es la aparición del hombre magno mismo, símbolo del misticismo político. En ese ideal de la humanidad cada ente social representará la política universal, la igualdad y la justicia que proclamaron, pero que no supieron echar a andar, los krausistas españoles.
El libro secreto
El “Concepto de la vida” o el “Sentido de la vida”. Fue el posible título que Martí refirió en más de una ocasión para un libro que pensaba escribir sobre la naturaleza de la existencia humana, sobre el sentido de existir en el mundo, cuya base teórica dominara el entendimiento de las manifestaciones sociales y culturales del hombre moderno. En esa intención estaba el impulso de la obra de Schopenhauer y de Emerson, pero el libro nunca apareció. Martí debió posponerlo para un momento adecuado, pero éste nunca llegó.
Martí esperaba algo más del mundo, algo que el racionalismo y el positivismo intelectual cubano no podían entender. No satisfacían sus dudas. Dice en una ocasión excepcional: “porque cuando esté escaso de vida y no antes, con la suficiente vitalidad”… Es tan paradójica y al mismo tiempo tan esencial la opinión que rebasa la voluntad racionalista “de hacer”, de ese esfuerzo con que Lezama se identificó al proponernos desde los inicios de su quehacer intelectual que “lo difícil es estimulante”. Martí deja claro lo contrario: escaso de esfuerzo, mayor vitalidad. Esa es la propuesta esotérica que Martí entrevé al momento de abrirse las puertas de un nuevo siglo repleto de visiones racionalistas.
La paradoja plantea que sólo cuando estuviese escaso de vida se produciría la verdadera voluntad de escribir. De hecho, la vida, la energía vital, nuestra forma de existir en el mundo, le es impropia al conocimiento de cualquier escritura; la vida exige que se le viva en pleno goce vital. La vida es una experiencia vital. Pero cuando la vida se va haciendo escasa, cuando la voluntad de vivir va desapareciendo del cuerpo por pura naturaleza, entonces no queda más remedio que transferirla mediante el lenguaje. ¿Qué lenguaje? Cuando uno pasa miles de páginas intentando entender la vida de un escritor, de un político como Martí, y de pronto se topa con una frase como “de Cuba, ¿qué no habré escrito?: y ni una página me parece digna de ella: sólo lo que vamos a hacer me parece digno”, el mundo se viene abajo. Asumo que he leído en vano, porque Martí se proyecta desde entonces por el camino de la “entrega” sin el menor esfuerzo. La escritura deja de ser el medio por donde transportar el mensaje revolucionario. Ahora “yo soy el medio”, ahora “yo soy la voluntad de expresión”.
Esa voluntad asumida por los racionalistas se tradujo en el siglo XX como la voluntad de acción investida de un movimiento revolucionario cubano único. Una voluntad unidireccional, de destino y justificaciones, cuando Martí aspiraba a la “entrega” de la voluntad: entregarse él también a las fuerzas universales.
De modo que el centro de ese libro, la idea básica de ese texto martiano, estaba enfocado a desmitificar la posesividad de las convenciones humanas, el estado de inconsciencia, según la percepción martiana, de que el hombre moderno se hallaba alienado por la dualidad más burda, el colectivismo de masa y la mentalidad colectiva aplastada por la más absurda racionalidad de conocer la vida. El sociólogo cubano Roberto Agramonte, en su monumental obra Martí y su concepción del mundo, intentó reconstruir el libro, el proyecto que Martí nunca llevó a efecto. Quizás haya sido ese intento de Agramonte el único cuerpo sistemático coherente acerca de las ideas del Apóstol sobre el sentido de la vida. Aquí Martí es un pionero de las ideas que luego se gestaron de modo orgánico en el movimiento existencialista en Occidente.
Martí tenía algunas pistas acerca del secreto que se gestaba en el seno de la Sociedad Teosófica fundada en Estados Unidos en 1871 por la rusa Madame Blasvasky. Se trataba de producir mediante un experimento teosófico la encarnación de un cuerpo viviente del Buda; es decir, se esperaba en cualquier momento la llegada a la tierra de Maytreya, el amigo. Al descubrirse el hecho de que el hombre perdió en un determinado momento de la evolución el contacto con su naturaleza, de que un Buda naciera rara vez, se creó una legendaria tradición esotérica tanto en el mundo occidental como en el oriental para guardar y trasmitir el secreto acerca de la posibilidad de que el hombre recobrara su estado natural. Esa tradición esotérica en el mundo judío fue iniciada por los Esenios, de cuyo grupo nació Cristo.
Por otra parte, en Occidente los Rosacruces fueron un antiguo grupo de 144 miembros que dieron inicio a una tradición esotérica basada en la ética del cristianismo. Luego después la masonería simbólica agrupó, dentro de la tradición esotérica en Occidente, la mayor cantidad de adeptos. Todas las tradiciones esotéricas tenían en el fondo, en su estado original, un fin común: devolverle al hombre su estado natural, visualizar el sentido de la vida. En la historia de los intereses creados puede verse cómo el hombre fue confinado a vivir fuera de su estado natural. Pero al escamoteársele tal requisito humano, el hombre tuvo que hacerse de un ego, de una entidad falsa para poder sobrevivir: la voluntad de vivir. Por eso toda la historia humana, que cuenta desde el primer Adán hasta el último de hoy día, es la historia de la evolución del ego, de esa voluntad.
Hay muchos aspectos en esta dirección, en la obra de Martí, que no han sido tomados en cuenta debido a las justificaciones del pensamiento racionalista: uno, que fuese el primero y quizás el único en haber intentado una síntesis entre el pensamiento místico y el pensamiento político y social. Quizás Martí sea el único de los grandes humanistas de América en ver la necesidad de crear una síntesis entre lo que constituye el conocimiento sobre el misterio de la vida, la ciencia política y la antropología social. Y digo síntesis en el sentido de que el pensamiento místico debe trabajar dentro de las fuerzas políticas y sociales. Debe trabajar desde el poder. De ahí las paradojas martianas. Una de ellas, quizás la más controversial, es la de la “guerra sin odio”.
Otra, es que la naturaleza del misticismo puede trabajar fuera de los medios del poder político y social. Nunca vemos al místico trabajando desde dentro del poder político. Esta idea nunca pudo ser concebida dentro de ninguna tradición esotérica. Pero Martí se proponía realizarlo: “en mis horas soy místico, en mis horas soy estoico”. El propio Emerson, cuya obra ensayística posee una gran dosis de misticismo oriental y cristiano, se desvinculó a su debido tiempo de esa tradición para llevar a cabo su empresa intelectual. Emerson ha sido la figura pionera en el desarrollo del misticismo americano, en el desarrollo de que el progreso humano, al lograr el contacto con la naturaleza perdida, debe conseguirse individualmente, sin la ayuda de nadie. Pero este misticismo emersiano no tuvo una gran resonancia en los círculos de la sociedad norteamericana y devino una corriente de psicología pragmática de cuya tendencia nació un William James, quizás el primero de los grandes psicólogos en vincular el conocimiento místico con la dimensión cognoscitiva de la psicología moderna. De ahí su renovador concepto de Conciencia, la conciencia oceánica.
Sin embargo, en América se hicieron populares las logias masónicas. El camino del místico no prosperó y los hombres fueron aglutinándose --y la mentalidad tiene que ver mucho en esto-- en cofradías de hermandad para ganar mediante escrituras y ritos el conocimiento supremo. A pesar de que fue un iniciado en una logia masónica española, Martí no simpatizaba con el camino colectivo, con la liturgia del llamado Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Pues al final del grado, éste constituía una novedosa y sutil esclavitud.
Martí, quien conocía esos detalles rigurosamente, se proponía algo práctico: la materialización de una “técnica”. Por eso nunca pudo escribir el libro anhelado. La voluntad necesita de “técnicas” para ser entregada. A falta de esa exigencia metodológica y práctica, para realizar la comprensión del “sentido de la vida”, Jorge Mañach pudo escribir lo único que tenemos como tratado filosófico “sobre la vida”. En Para una filosofía de la vida y otros ensayos, Mañach reactivó los conceptos más conspicuos de la tradición filosófica del existencialismo, intentando entregarnos un “sentido”. Pero nada en claro pudo darnos sobre la realización de la vida; nada de ella pudo ser vislumbrada. Fue el sentido oficial, no vivencial, lo que se produjo a través del derroche conceptual de la tradición existencialista. Asumo que era esa la propuesta del libro de Martí, destrozar el enfoque conceptual y escritural. Pero para qué hacerlo, si todo iba a ser entregado.
El salto a la dicha
El arribo a tierra cubana en abril de 1895, y el presunto contacto directo con la naturaleza del Oriente del país, fueron elementos vivos que permitieron a Martí separarse y salirse por completo de la esclavitud del conocimiento prestado, indirecto, de toda definición y concepto acerca de Patria. Con el arribo a Cuba el tiempo patriótico desapareció. ¿Y qué es el tiempo patriótico? Todas las influencias recibidas; la filosofía electiva cubana, el patriotismo de Félix Varela, la filosofía trascendental norteamericana, el krausismo español, el discipulado, entre otras manifestaciones del arte y la política.
Salto, ¡Dicha Grande! Es un pronunciamiento insólito, la indicación de la culminación de un nivel y el nacimiento de un nuevo estado de conciencia martiano, donde el patriota se halla fundido con la patria y entonces surge el verdadero patriotismo, surge la danza patriótica, el éxtasis patriótico, el único y verdadero amor a la patria. Pero lamentablemente nadie hasta ahora ha pensado en ello, nadie ha señalado el carácter extático del patriotismo. Por el contrario, la patria, el patriota y el patriotismo han sido los conceptos claves a través de los que se ha distorsionado la realidad de la “beldad” patriótica cubana. Ha sido a partir de esos conceptos que Cuba ha sufrido el mal llamado “amor por la patria”.
Todas las políticas e ideologías cubanas que surgieron antes y después de la Guerra Grande y se deslizaron hasta nuestros días con ribetes de contrapunto, se han basado en el tiempo patriótico. De ahí la distorsión, de ahí el fallido destino cubano (he intentado recoger en un ensayo la base del llamado nacionalismo cubano oponiéndome a la opinión ya generalizada en el pensamiento intelectual de que Cuba necesitó de la apertura nacionalista para mantener su independencia. Nada más falso. El nacionalismo responde a una aptitud de la mente inconsciente y de una mentira social).
Se cuenta en una biografía, por quien lo conoció de primera mano, que cuando Martí desembarcó en suelo cubano por Playitas de Cajobabos lo primero que hizo fue besar la tierra. Un gesto, para mí, de sumo agradecimiento a Patria, al núcleo rector interno humano que conecta el mundo físico, el mundo exterior, con el mundo interior, con la existencia y lo supremo. En ese acto de fundación estética, de muerte y renacer, donde el tiempo y el espacio debieron desaparecer de su existencia física, arrojó por completo todo el sufrimiento que caracterizó al exiliado cubano durante los 15 años de su estancia en los Estados Unidos, cuya sustancialidad angustiosa fue trascendida en ese salto, sin intervalo alguno, de forma espontánea. Saltó y penetró –es toda la esencia del contenido del Diario de Campaña de Cabo Haitiano a Dos Ríos, como dice el poeta y ensayista Lezama Lima en La cantidad hechizada– en la Casa del Alibí; saltó hacia adentro y se perdió de regreso al origen, es decir, desapareció de pronto y para siempre como entidad temporal. Traducido al lenguaje martiano, al lenguaje del Diario, el sujeto patriota se fundió con el objeto que es la patria y de esa fusión nació el patriotismo, nació el amor a la patria, nació un estado del ser donde el patriota y la patria y el sufrimiento desaparecieron.
Parece que todos los deseos que se acumularon en forma de angustia martiana, de futuro en pos de la libertad de la patria, de tiempo, se habían transcendido. Pero en medio de la manigua cubana –según el propio Diario– lo acechaba, al parecer, el deseo de “dar forma al gobierno” en armas. El investigador Gabriel Cartaya ha estudiado atentamente el hecho de que para Martí su lugar en 1895 era fundar el gobierno desde la guerra. Había pensado en este asunto desde los mismos inicios de la preparación de la contienda en el exilio, pero ya estando en Cuba (es mi opinión) aquello sólo constituía el remanente de una estrategia pasada. No puedo considerar que el gobierno y su formación fueran una preocupación existencial de Martí, tal y como Humberto Piñera ha tratado de mostrar en Idea, sentimiento y sensibilidad de José Martí, lo que constituye uno de los mejores estudios sobre la obra del Maestro.
En el segundo diario, en el de Cabo Haitiano a Dos Ríos, se lee la inobjetable expresión que simboliza, según lo entiendo, el despertar de la conciencia martiana: Salto, ¡Dicha Grande! Es el testimonio expresivo, la indicación de que la expansión de la luz ha recorrido todo su ser. El hecho afirmativo de que el conocimiento indirecto, el pensar acerca de Cuba, había sido trascendido. Puede que ese día, el 12 de abril de 1895, se considere el verdadero día del nacimiento de José Martí. El 28 de enero de 1853 lo que nace es la fenomenología martiana. Abdala, obra poética de sumo carácter existencial, es quizá el primer vislumbre por el cual se muestra una gran angustia, el sufrimiento de luchar contra el apego, contra la forma de existir como entidad temporal. Todo el proceso sutil, desde el primer vislumbre con Abdala hasta su Dicha Grande, es el que no ha sido estudiado por sus biógrafos. Es una falla, porque lo sutil es el único proceso que cuenta, que da veracidad a la existencia de la evolución del patriotismo cubano. Todas las biografías martianas se detienen en un punto: en rememorar los hitos históricos. Pero ellos no son lo suficientemente veraces para constatar lo esencial de su existencia.
Por eso podemos ver que semanas antes del desembarco de Playitas, todo parece indicar que Martí había sentido la aurora de la niñez, para declarar: “me siento puro y leve como la paz de un niño”. Pero una cosa es conocer algo mediante el pasado, a través del contacto libresco, por vía de la mentalidad colectiva, y otra cosa es experimentar y vivir la totalidad y rendirse a ella. En menor significado, otra cosa es acumular momentos de dicha y experiencias para luego manejarlas intelectualmente. A Martí le pasó, en un momento dado, casi lo mismo que al filósofo y místico hindú Sri Aurobindo, que investigó y escribió mucho acerca de la trascendencia del tiempo, y nunca se despertó. Y resulta que un político nunca puede llegar a estar despierto de veras, consciente del hecho de que el conocimiento supremo puede ser revelado cuando se trasciende la capacidad de los sentidos, porque el despertar es la antítesis de toda política y de todo conocimiento sensible.
Ángel Velázquez Callejas
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