No es fácil encontrar una novela que toque temas serios con humor, y la cubana Teresa Dovalpage ofrece en Posesas de La Habana una divertida maniobra narrativa, al mirar el desencanto de la utopía revolucionaria en Cuba. Hasta finalizar el libro, el lector repara en la gravedad de “existir” en un régimen absolutista y totalitario, en donde se elimina sistemáticamente el gusto por la vida.
Posesas de La Habana es la historia de cuatro mujeres, cuatro generaciones en cuatro horas de los famosos apagones habaneros; negra y triste oscuridad que lleva a Bárbara Bridas, “abuelonga”, Mima, Elsa y Beiya, a contar la miseria centrohabanera con dilatadas retrospecciones vitales (menos la contestona Beiya, de once años). Con la eterna crisis, las cuatro viven en un minúsculo departamento con una barbacoa (entrepiso que hacen los habaneros para aprovechar los techos altos y conseguir más espacio vivible). Las mujeres se sienten presas por el apagón, ya que los chismes del barrio afirman que anda suelto un “deslenguador” que corta ese apéndice bucal a sus víctimas.
Con el miedo al delincuente —la monomanía mencionada— las cuatro mujeres se encuentran solas, cada una con sus frustraciones, tanto vitales como actuales: el hambre, endémica enfermedad por habanemia, por ejemplo. Aparece entonces el único personaje masculino, Erny (Ernesto, por el Che), versión opuesta de las jineteras: “pinguero” que busca al “Pepe” que se enamore de él para vivir por fin fuera de Cuba. Erny llega a la escena narrativa con un tesoro: una bolsa de papas; las cuatro mujeres salivan anticipando un plato de papas fritas, mas abuelonga dice que sólo hay aceite para una o dos papas, cuando mucho.
Parece mentira, a ojos mexicanos (y estómagos), que una bolsa de papas y la imagen de un plato de papas fritas desencadene una tormenta familiar con recuerdos que abarcan la era revolucionaria, el Periodo Especial y el Quinquenio Gris, nombres llamativos para decir “hambre”. Como bien menciona la autora, el sombrío quinquenio mencionado se refiere a la represión cultural que padeció la Isla bajo “comisarios políticos” que decidían lo que el escritor podía decir y lo que no, vulnerando incluso la autodeterminación creativa.
Andrea Balanzario: Teresa, desde que vi en la Red el título de tu novela quise leerla. Uno de los primeros aciertos de este libro es el título, ¿cómo se te ocurrió?
Teresa Dovalpage: Realmente estuve varios días vacilando entre este título tan raro (“posesas” no es una palabra muy común en el vocabulario de los cubanos) y El apagón, que también describía un poco el entorno de la novela, puesto que la mayor parte de la acción ocurre durante una noche de apagón programado. Sin embargo, me decidí por “posesas” porque sentí que era más importante centrarse en los personajes, y lo cierto es que todas están un poco loquibambias, que es la traducción al vernáculo de “posesas”. Aquí no me refería a la otra acepción que tiene esta palabra, que es la de posesión por el demonio, aunque… pensándolo bien, esa tampoco está completamente errada con respecto a mis personajes.
AB. Tu novela me parece admirable a partir de muchos aspectos diferentes, pero sólo mencionaré algunos: el humor, el ingenio para utilizar recursos tan significativos como los mitos griegos en Elsa, la catedrática frustrada; la memoria de abuelonga con su melancólica vida prerrevolucionaria, existencia malograda por la inoperancia de la utopía del 59. Mima, hija de abuelonga, madre de Elsa y abuela de Beiya y su grisácea vida animada sólo por el recuerdo de Estebita (Esteban), recuerdo tan inocente y candoroso como falso, pero que para ella es la balsa que le permite seguir viviendo el infierno, literal e ideológico, de La Habana. Teresa, ¿tus personajes tienen (o tuvieron) modelos, digamos, vivos?
TD: Sí, la verdad es que Posesas está basada en mi propia vida familiar… ¿ya lo habías adivinado? Pero todo está exagerado y contado desde un ángulo bastante grotesco, con muchísimas añadiduras y hechos que jamás sucedieron en realidad. Por ejemplo, que yo sepa, mi padre jamás le puso los cuernos a mi madre (aunque tampoco es cosa de estar metiendo las manos en el fuego por nadie, como diría mi abuela, que es Abuelonga en carne y hueso), ni yo tuve relaciones con profesor alguno durante mi carrera… Sin embargo, esa atmósfera de estrógeno excesivo, esas peleas constantes entre madre-abuela-hija, y, por supuesto, el entorno social, no requirieron mucho esfuerzo de la imaginación. Digamos que es mi propia familia vista en uno de esos espejos de feria que desfiguran todo y lo hacen verse peor de lo que es.
AB: ¿Y Beiya…qué representa Beiya?
TD: Beiya también está basada en las hijas de varias amistades mías que todavía viven en Cuba. Te confieso que no trato de que los personajes “representen” nada porque muchas veces la idea de que una obra debe de tener un mensaje, de que los personajes deben representar algo en particular, suele chocar con el proyecto literario como tal. Ahora, si quieres saco al sol mis trapitos de académica y te digo que Beiya es la infancia nacida bajo la crisis, una hija del período especial en medio de una distopía revolucionaria que retuerce las relaciones familiares… Y puede que eso sea también cierto, pero, para mí como autora, Beiya es Beiya y más nada.
AB: Como gran aficionada a la narrativa cubana advierto un vacío: ninguna de las mujeres ejerce su sexualidad, salvo la rebelde Beiya, no hay jineteras, ninguna de ellas salva la precariedad de su situación por medio de la prostitución, ¿esa falta de ejercicio libre de la sexualidad es sintomático de las normativas que rigen todavía a la Isla? ¿Es un guiño para el lector o es que el hambre/miseria anula hasta al Eros tropical?
TD: Bueno, hay una escena en que la pobre Elsa trata de ligar a un turista argentino y éste la rechaza, lo que la hace exclamar en un monólogo: “De modo que no servía ni para meretriz criolla. Qué jodía estaba, ¿no?”. Aparte de que ya hay demasiados libros escritos sobre las jineteras, mis personajes pertenecen a otra categoría, y no necesariamente por libre elección. Si te fijas, ninguna de las mujeres de la familia se puede calificar de hermosa, ninguna tiene el abundante trasero que constituye en Cuba la marca de belleza, el mayor producto de exportación después de la caña de azúcar… así que no les queda más remedio que reprimir su sexualidad, en vista de que no hay hombre alguno por los alrededores.
Los personajes de Posesas…sin embargo, no me han dejado tranquila. Acabo de terminar una novela que es la segunda parte, titulada La reina de los huesos, en la que retomo a la familia y le sigo dando candela…hasta que suelte el fondo.
Por lo demás, noto que me he ido desligando poco a poco de la Isla en mi literatura. Las dos primeras novelas que escribí (Posesas de La Habana y A Girl like Che Guevara) tratan sobre Cuba y tienen solamente personajes cubanos. La tercera, Muerte de un murciano en La Habana, aunque se desarrolla en la Isla, tiene como protagonista a un español, como lo indica el título. Y la cuarta, El difunto Fidel, se desarrolla en Miami Beach, con personajes cubanos y cubano-americanos y diálogos en Spanglish.
Andrea Balanzario
Foto de Teresa Dovalpage: Delio Regueral
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