Cualquier estrategia, o esfuerzo, que pueda estructurar actualmente la oposición cubana ―interna o externa― con el objetivo de movilizar a la población y desalojar del poder a la oligarquía castrista, debería tener en cuenta el inmovilismo mental reinante en Cuba. La despolitización de lo sociocultural, que ha encontrado en el relativismo y la “resolvedera” su expresión más solvente en el último medio siglo insular.
Incluso el hecho de negarse a votar para las circenses asambleas del “poder popular” y quedarse en casa le supone, al ciudadano común, “señalarse” antes las “autoridades”. “No te señales”. “Te vas a señalar”. “No dejes que te señalen”. El concepto, prevaleciente en Cuba, refleja, en términos políticos, la naturaleza escapista de una buena parte de la sociedad cubana.
La disidencia, la rebeldía individual, son excepciones que, sin embargo, Raúl Castro se empeña en reprimir, temiendo que cunda el ejemplo y a su vez dándolo. El grueso de la sociedad aguarda anestesiada ―algunos sectores, inclusive, desconfían de un futuro en el que deberán arreglárselas sin falsificarse a sí mismos―, a caballo entre su ya proverbial indolencia y el convencimiento de que el final está muy cerca, de que al menos alguna clase de cambio ―relacionado con la desaparición de la generación de la Sierra― está a punto de gestarse. De manera que la oposición debiera adaptarse a este escenario y no perder de vista la esencia materialista, autojustificativa, de la sociedad en que vive.
Así, por ejemplo, los toques de cazuela protagonizados el pasado 26 de agosto en el mercado de Cuatro Caminos, en La Habana, por las opositoras Rosario Morales (Charito) e Ivonne Malleza, constituyen un ejemplo de cómo, a nivel práctico, la oposición puede relacionarse con la sociedad civil. La chispa está ahí, en esas mujeres y hombres que protestan contra la miseria imperante y exigen empleo, comida y artículos básicos a un régimen que se ha vendido históricamente como el gran pulpo del abastecimiento, colocando fuera de la ley, o ahogando impositivamente, a los emprendedores y a los audaces.
El fuego del fin del régimen prendió en Túnez tras un episodio relacionado con el desfalco a un humilde vendedor de frutas, y en Egipto tras la muerte de un bloguero molido a golpes por la policía política. La injusticia, no la retórica abstracta de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, fue la que finalmente desató la rebelión. Como han señalado analistas, en esa región los diplomas académicos “valen menos que el papel en el cual fueron impresos”, y aquellos jóvenes profesionales que pueden escapar al desempleo subsisten cobrando salarios ridículos. Esto puede trasladarse perfectamente al ámbito cubano.
En Cuba, lamentablemente, el pensamiento político independiente es patrimonio de unos pocos cubanos crecientemente informados y existencialmente liberados. De forma que hay que estructurar estrategias para conectar en las calles con un pueblo mayoritariamente escéptico, manipulado y temeroso, pero acosado por el desabastecimiento y la pobreza.
La buena noticia es que ya eso está pasando.
Armando Añel
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