Por muchos años el dictador había aplastado a sus súbditos. Había encarcelado y eliminado a muchos de sus adversarios. Cualquiera que levantara su voz para disentir se convertía automáticamente en blanco de la policía política. Quedaban pocas opciones: rendirse, exiliarse o podrirse en la cárcel.
Un día el dictador, que tenía presencia diaria en la televisión y otros medios, desapareció como por arte de magia. No se sabía de él. Nadie preguntaba por temor a ser encarcelado. Nadie cuestionaba su no presencia. Había miedo de preguntar por aquel que siempre estuvo y que ahora ya no estaba.
La vida siguió siendo difícil, aun sin el dictador.
Pasaron los años. El dictador seguía sin aparecer, pero no hacía falta. El sistema que había construido en base al miedo, al hambre y la represión política, permanecía intacto.
Un día finalmente reapareció, pero nadie estaba seguro si era real o imaginario. Para muchos, era simplemente una imagen que reflejaba todos sus miedos, la proyección de una idea que vivía dentro de ellos mismos. Era como una foto digital y cada uno de ellos era un píxel que contribuía a la imagen final.
Todos se dieron cuenta entonces que el dictador fue siempre eso: una creación de ellos mismos.
Ernesto G.
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