Encuentro en el blog de Antonio Olite, diseñador web, periodista y profesor universitario, un post titulado “Periodismo y medicina”. En él hace referencia a un mensaje que deja en Twitter el también profesor de periodismo y especialista en nuevas tecnologías José Luis Orihuela, que dice así:
“El llamado “periodismo ciudadano” es al Periodismo lo que los primeros auxilios son a la Medicina”.
Tan sabrosa y no exenta de polémica afirmación no podía pasar desapercibida, así que Olite la recoge y la interpreta de dos maneras: “Una es que la información, por diferentes motivos, la puede atender un “periodista ciudadano” inicialmente, pero luego viene un verdadero profesional —el periodista— y se hace cargo de todo (que para eso se supone que tiene formación y en ocasiones hasta dispone de mejores medios). La segunda es que nadie que practique unos primeros auxilios se convierte en médico, ni nadie que practique “periodismo ciudadano” (sea lo que sea, y teniendo en cuenta que también se podría denominar “periodismo participativo” o “participación ciudadana”) se convierte en periodista.
Esta última perspectiva es, según Olite, bastante desafortunada y comparable a aquella anécdota del empresario estadounidense Bill Gates y la General Motors. En cierta ocasión, Bill Gates asistió a un congreso y, queriendo impresionar a todos los asistentes, pronunció una torpe comparación entre los logros de Microsoft y los de la industria del automóvil: “Si la General Motors se hubiera desarrollado tecnológicamente como la industria de la informática en los últimos años, ahora deberíamos poder conducir automóviles que correrían a una velocidad máxima de 160.000 Km/h, pesarían menos de 14 kilogramos y podrían recorrer una distancia de 1000 kilómetros con un solo litro de gasolina. Además, su precio sería de unos 25 dólares”.
Dejando a un lado las fantasías que despierta en mi imaginación un automóvil de similares características, lo interesante de la afirmación de Orihuela es que parece haberse convertido en un cliché, una idea que debe de haber calado hondo entre otros miembros de la profesión y va camino de convertirse en un mensaje manido.
Sin ir más lejos, recientemente asistí a una jornada en la Universidad Carlos III sobre Periodismo y Derechos Humanos en la que participaba, junto a otros invitados (Rafael Maturana de Reporteros sin Fronteras, Mayte Carrasco - reportera freelance, y Aurelio Martín de FAPE), la tan querida y admirada Rosa María Calaf. A la hora de acercarse al periodismo ciudadano, la famosa corresponsal de Televisión Española, a través de cuyos ojos muchos hemos visto el mundo, afirma, tal como ya hiciera el twit de Orihuela: “Igual que un ciudadano no puede operar a un paciente, otro ciudadano tampoco puede ejercer de periodista”.
¿Es pura coincidencia? ¿Se ha inspirado Calaf en Orihuela o viceversa? ¿Era una metáfora previa que ambos han tomado para sí? Sea como fuere, la realidad es que el paralelismo establecido entre periodismo y medicina está resultando muy fructífero. No son los únicos que recogen esta idea de (y aquí permítanme la licencia literaria) que la escritura ciudadana es al periodismo como la navaja del barbero a la cirugía, lo cual me hace pensar: si el paralelismo funcionase, significaría que la sociedad es al periodismo como el enfermo es al médico, ¿no es cierto? En ese caso, el periodista sería el curandero de los males sociales, afirmación que, creo todos convendrán, es bastante exagerada.
Es lógico que en un momento de crisis en que domina el pesimismo, y en especial de cambios acelerados como el que está viviendo la comunicación debido a la revolución digital, surjan este tipo de actitudes que yo llamaría de autodefensa. Sin embargo, visto desde una perspectiva más optimista, por ejemplo, desde la que se posicionó Dan Gillmor en el 2003 cuando redactó la introducción a “We Media” (Traducido: Nosotros, el medio), este es un momento de cambios pero también de oportunidades.
Pensémoslo así: nunca antes los ciudadanos habían tenido tan fácil acceso a la cultura y a la educación, tampoco habían contado con la inmediatez y la accesibilidad a la información de que disponemos hoy en día. El primer paso para ejercer el periodismo ciudadano es la existencia de una gran cantidad de lectores.
Lectores que, además, no son tan solo consumidores de medios, sino que intercambian, comentan, hiperenlazan noticias, cuando no contribuyen a su creación, desarrollo y verificación. El periodismo ciudadano cumple una función de intermediario entre los medios de comunicación y otros ciudadanos al acercarles la información, con lo que despierta el interés por consumir noticias. Mientras, las noticias se siguen facturando, en gran medida, por los mismos medios.
En una entrevista a ABC, Nicolás Negroponte señala que gracias al periodismo ciudadano “el periodista se fortalecerá y tendrá un papel mayor, que será el de clasificar y canalizar todos los contenidos que los usuarios vierten en Internet”.
Viene a decir algo similar a esa idea de los “primeros auxilios” de Orihuela, pero desprovista de la metáfora médica, con lo que se le extirpa la connotación de que el periodismo ciudadano es rudimentario. Y es que lo último que debe hacer el periodista es minusvalorar al periodista ciudadano, ese que, ante todo, es lector del periodismo tradicional. Quién sabe, después de todo, qué profesional se esconde detrás de un blog o un foro web. En este sentido, Gillmor afirmaba que el ciudadano no es una amenaza para el periodismo sino un colaborador y, de nuevo, encontramos en sus palabras el símil de la medicina, aunque esta vez algo más acertada: el periodismo ciudadano es, dice Gillmor, “una tendencia saludable”.
Podríamos también partir a la inversa. Después de todo, ¿no es el periodista ante todo un ciudadano? Quizás la clave no radica en que el ciudadano sea una amenaza para el periodismo, sino en que el periodista es una amenaza para el periodismo si se olvida de su condición de ciudadano.
Beatriz Calvo Peña
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