Las diferencias no hacen la diferencia

Los históricos acontecimientos que sacuden el mundo árabe, iniciados con las masivas protestas populares que en Túnez derrocaron al régimen dictatorial de Zine El Abidine Ben Ali, y luego se extendieron rápidamente a Egipto costándole la caída al régimen antidemocrático de Hosni Mubarak, y ahora inspiran las manifestaciones en otras naciones del área como Yemen, Libia, Bahréin, Argelia, Marruecos y hasta influyen en Irán, desataron la actual polémica que discurre sobre las posibilidades de que ese tipo de revueltas se desaten también en Cuba.

En no pocos analistas y diplomáticos predomina el criterio de que las diferencias entre estos pueblos son marcadas. Un punto significativo que señalan es la limitación de acceso de la sociedad cubana a las redes sociales y demás tecnologías modernas de las comunicaciones, herramientas que constituyen el vehículo de la ola revolucionaria del Próximo y Medio Oriente.

Otras comparaciones aludidas entre el mundo árabe y Cuba apuntan al nivel de sometimiento del pueblo cubano, que en más de medio siglo apenas ha tomado las calles para rebelarse ante los abusos y arbitrariedades del régimen totalitario de los hermanos Castro. Hay quienes aseguran que los de la isla tienden a arriesgarse en el intento de escapar del terruño por cualquier vía, pero no se atreven a disputarle el poder a la dictadura.

No faltan argumentos que valoran como una considerable ventaja para las autoridades la geografía insular, a la hora que les sea preciso sofocar cualquier protesta del pueblo. Además, ven como un factor disuasorio de las reacciones masivas de malestar social el control casi absoluto de la población por el gobierno, y las conocidas capacidades de su enorme aparato represivo y la impunidad con la que opera.
Las razones anteriores y muchas otras expresan las divergencias entre las realidades del mundo árabe y Cuba. Sin embargo, no hacen la diferencia.

Es verdad que en la isla es limitado el acceso a la Internet y el uso de las redes sociales, así como los servicios de la telefonía móvil y la penetración de las señales de televisión satelital, en comparación a las naciones islámicas, pero dichas dificultades tienen compensación con la suma de algunas particularidades, entre ellas: la plena identificación de la sociedad con los conceptos y valores globales de la cultura occidental; la cercanía geográfica a los Estados Unidos y los vínculos naturales e históricos entre ambos pueblos mediante la modernidad; el activismo político y las potencialidades de un exilio muy comprometido con la situación de sus compatriotas, y el enorme foco que representa el tema cubano en la opinión pública internacional.

Asumir la tesis de que el pueblo cubano padece de cobardía genética resulta doblemente absurdo. Las sociedades libia, tunecina y egipcia soportaron el terror y la opresión durante décadas, y no fue hasta hace unas semanas que salieron valientemente a sacudirse el yugo de sus regímenes. Durante el medio siglo de dictadura los cubanos, a pesar de las apariencias, no se han comportado de modo obediente, por el contrario, los caracteriza un alto grado de insurrección en la esfera económica. Ese hecho se confirma con la magnitud del mercado negro, más extendido en esta sociedad que en los desaparecidos totalitarismos de Europa del Este.

La invulnerabilidad que le achacan a los mecanismos de terror impuestos por el aparato represivo, pasa por alto los acontecimientos en similares sociedades cerradas. El temible y despiadado aparato de control social manejado por la Stasi en la desaparecida Alemania Oriental, estaba a plena capacidad de funcionamiento cuando se desmoronó el Muro de Berlín y no tuvo modo de contener a las determinadas masas de personas que se lanzaron reclamando libertad. También en Rumanía, Checoslovaquia y Polonia el cambio de sistema sorprendió a los gobernantes totalitarios con sus respectivos aparatos de inteligencia y fuerzas de la policía política intactas. Lo mismo sucedió hace apenas unos días en Túnez y Egipto. ¿Por qué razones Cuba estaría condenada a un desenlace distinto de ocurrir posibles manifestaciones populares?
Las tropas del Ministerio del Interior tienen una esencia represiva, criminal y de insensibilidad hacia el pueblo. Están formadas en la práctica impune de ser los castigadores de la población, y responden fielmente como perros de presa a los designios de sus amos, esa casta gobernante que controla el poder mediante el uso despiadado de la fuerza y el servicio a su conveniencia de leyes arbitrarias e injustas.

Pero no es la situación del ejército. Los altos mandos se muestran leales a la élite política, porque condicionan su obediencia a la garantía de los privilegios y prebendas que reciben. Aunque esos militares de alto rango no son recuperables por su estado de comprometimiento con el poder, los cuadros intermedios y las tropas llanas difícilmente se presten para masacrar a sus coterráneos. Ellos no están preparados para disparar a mansalva a sus familiares, amigos y compatriotas, jamás ha sido parte de su misión. Llegado el momento los oficiales intermedios y soldados, como en Egipto, Túnez, Alemania o Rumanía, terminaran aliándose junto a su pueblo.

Con demasiada frecuencia los análisis sobre la situación cubana ignoran las circunstancias que han llevado a la población a evitar los costos del enfrentamiento político. El ser humano, ligado al instinto de conservación, tiende a buscar la salida menos traumática para resolver sus problemas vitales. Hasta ahora, la población ha utilizado como mecanismo de compensación para su supervivencia la vía de escape encontrada en el conjunto básico de los magros salarios de los trabajadores, los escasos servicios y recursos subsidiados por el Estado y el acceso cotidiano al imprescindible mercado negro.

Es precisamente este mecanismo compensatorio de supervivencia elemental el que está llamado a desaparecer o deprimirse considerablemente a consecuencia de la política que encabeza el gobernante Raúl Castro, quien asume la implementación de los denominados “Lineamientos del Partido” como la única alternativa de salvación de su fracasado sistema. El diseño de ese engendro estratégico será sometido para su aprobación en el anunciado Congreso de los comunistas, que tendrá lugar a finales del mes de marzo.

En medio de las crecientes condiciones de miseria y encarecimiento de la vida, los “Lineamientos del Partido” plantean la necesidad insoslayable de expulsar de sus empleos a más de un millón de trabajadores, los que quedarán en total desamparo. Además, estipulan el cierre de las empresas estatales irrentables e insisten en la eliminación gradual de los servicios y productos que subsidia el Estado.

También se refiere en el documento partidista que la masa crítica de desempleados podrá ser absorbida por el emergente sector privado, al que denominan no estatal, y que recientemente fue autorizado a resurgir mediante la autorización de licencias que permiten la realización de 178 categorías de negocios privados, de poca significación económica y bajo reglas asfixiantes.

Para despejar la incógnita de por qué en Cuba no se han desarrollado grandes manifestaciones sociales, hay que valorar en su justa medida las variables que actúan directamente influyendo en la supervivencia.

Hace unos meses al mandatario boliviano, Evo Morales, se le ocurrió aprobar por decreto el aumento del precio de la gasolina, en lo que fue conocido como el ¨gasolinazo¨. Tal acción provocó manifestaciones y disturbios a gran escala en todo el país suramericano, hasta que el gobernante indígena dejó sin efecto la medida y ordenó restablecer los anteriores precios. Una medida parecida se adoptó en la isla, donde se incrementó por esos tiempos el precio de la gasolina y de la población no surgió la más mínima reacción de protesta.

La razón de estas diferencias radica en el hecho de que, al igual que en el resto de las naciones normales, la supervivencia del pueblo boliviano depende de la economía legal, donde se incluyen la privada y la estatal. Una subida de precio de un producto básico como la gasolina genera incrementos en los demás productos de primera necesidad y afecta la dinámica de vida de la población. En cambio, la economía de subsistencia de los cubanos es el mercado negro y se abastece fundamentalmente de la corrupción, el desvío de recursos, el robo en las empresas estatales y otros actos de ilegalidad. Alternativa que sirve de colchón para compensar cualquier variación salida del monopolio casi absoluto de la economía del Estado.

A ningún cubano le rinden más allá de una a dos semanas las cuatro libras de azúcar que el Estado distribuye por persona mensualmente a través de la cartilla de racionamiento. No obstante, en términos generales ningún cubano completa sus necesidades de azúcar comprando el faltante en la red de tiendas estatales que venden sus productos en divisas. Resulta que donde todos suplen esas necesidades es en el mercado negro. Igual sucede con la sal, el huevo, el arroz, la gasolina, el cemento y muchos otros productos y materias primas sustraídas de los almacenes y establecimientos estatales.

Ahora se puede razonar que de los 500 mil trabajadores que serán despedidos inicialmente unos 300 mil son activos participantes, de una u otra manera, en la dinámica de funcionamiento del mercado negro, donde una vez fuera de sus trabajos dejarán de aportar de golpe los recursos y productos a su alcance hasta ese momento. Digamos, los choferes le sustraen parte del combustible a sus automóviles del Estado y lo venden en la economía informal. Los farmacéuticos venden las medicinas y el alcohol que se roban de los dispensarios. Las oficinistas venden por la izquierda los paquetes de hojas que logran apropiarse subrepticiamente. Así sucesivamente se conforma la cadena general de la economía subterránea, donde la mayoría del pueblo encuentra alivio a sus desesperantes limitaciones y carencias.

Lo más significativo de toda esta historia es que por primera vez la cúpula gobernante amenaza con desarticular el mecanismo de escape de la población, único espacio que todavía le permite algún respiro para garantizarse la supervivencia, aunque sea en condiciones muy precarias. Este nuevo experimento suicida, contenido en la política de los Lineamientos, deja al pueblo acorralado y sin salida. Más si se consideran las circunstancias actuales matizadas por el colapso casi total de la economía nacional, responsable del desabastecimiento crónico y un malestar generalizado en la población.

Las autoridades del régimen no están ajenas a la realidad, tienen una nítida percepción del fracaso total de su modelo y de la única alternativa a la que empujan al pueblo; el Estallido Social. Lo peor de la encrucijada en que se encuentran es que comprenden que el Sistema que han sostenido por décadas está arruinado, su economía no funciona ni tiene posibilidades de reformarse bajo el actual modelo totalitario, y ellos no resisten la más mínima apertura política sin perder el control del poder. Su comprometida estabilidad está armada sobre la base del subsidio venezolano, el que cada día se torna más inseguro por la creciente pérdida de popularidad del presidente Hugo Chávez y el desgaste de su proyecto dictatorial, cuyas señales apuntan a que perderá las próximas elecciones presidenciales del 2012.

Lo anterior se comprueba observando que la élite política ha frenado los planificados despidos, también el anunciado cierre de las empresas no rentables, y resultan mínimos los productos eliminados hasta ahora de la cartilla de racionamiento. La lectura de esas vacilaciones de la cúpula gobernante es que por mucho temor que les despierte el resultado de sus drásticas medidas, no tienen opción, están obligados a implementarlas dado el insalvable nivel de su quiebra. El pueblo tampoco tiene alternativa, inmerso en su profunda miseria tendrá que responder como el gato una vez que el perro lo acorrala.

Hay quienes piensan que la actual crisis interna es comparable a la de los años 90’, cuando el régimen encontró paliativos que le ayudaron a salir del fondo en el que cayó. Eso es falso. En aquel momento tuvieron la opción de beneficiarse de la inversión extranjera, abrirse al turismo, permitir la circulación del dólar, estimular las remesas familiares y autorizar los negocios privados; alternativas que aportaron liquidez fresca y considerable a las arcas del Estado. Esas maniobras facilitaron, además, el desarrollo y consolidación del mercado negro y su rol en la supervivencia del pueblo.

En la actualidad la inversión extranjera está seriamente comprometida por el enorme endeudamiento de la nación y la ruptura de reglas básicas, como el incumplimiento en los pagos de los compromisos contraídos con el empresariado extranjero y el injustificable congelamiento de parte del dinero depositado por esos empresarios en los bancos cubanos. El turismo ha crecido en el número de visitantes pero decrece en las ganancias que reporta, principalmente por la pésima competitividad de sus servicios. Las remesas y el propio turismo han sido sensiblemente afectados por la medida draconiana de imponer al dólar un gravamen del 20 %, lo que desestimula el envío de dinero a la isla y encarece los precios a los turistas. Qué decir del abismo generado en la economía por la dualidad de monedas, problema al que no se le avizora posibilidad de solución en el corto o mediano plazo. Termina de ensombrecer el cuadro la espeluznante carencia de liquidez de ambas monedas, las divisas convertibles y también el peso cubano, de este último circulan miles de millones entre la población sin retorno al Estado, por la depauperación en la oferta de los productos y servicios estatales.

Un aparte merece la actual legalización de los negocios privados, que algunos politólogos consideran como apertura y hasta le encuentran parecido a las exitosas reformas económicas aplicadas en China y Vietnam, lo que resulta una valoración ingenua y equivocada.

Los modelos de capitalismo de Estado introducidos por las referidas naciones asiáticas, se debieron primero a un cambio en la mentalidad política de sus clases dirigentes, que facilitó la posterior apertura económica. En China fue Deng Xiaoping el que condujo las reformas a finales de los años 70´, y comenzó por ir liberando la economía y asumir la filosofía de que enriquecerse es glorioso. En el caso de Vietnam el despegue empezó tras alejarse de los esquemas de economía marxista, luego del Sexto Congreso del Partido en 1986, cuando decidieron, además, el retiro forzoso de los cuadros de mayor edad que se resistían a los novedosos cambios.

En Cuba la supuesta reforma económica la lideran los mismos ancianos que con su mentalidad retrógrada han hundido al país en la miseria, y no ocultan su intensión de combatir la creación de riquezas a manos del emergente empresariado privado. Tampoco dirigen los cambios al control de la economía por el mercado, sino que apuestan por mayor planificación y control estatal, cuestión que representa una radicalización del centralismo económico.

Entre las contradicciones insuperables de las actuales medidas económicas destaca la inexistencia de una infraestructura mayorista que suministre las materias primas. Los comerciantes sólo pueden abastecerse de la red minorista a precios exorbitantes en divisas. Los impuestos estipulados para la legalización de los negocios son leoninos, sobrepasan el 60 % de las ganancias brutas, y no dan margen a que se consolide una red de negocios independientes. Los cambios económicos no se acompañan de una legislación jurídica que respalde el libre ejercicio de las actividades privadas. Aunque está planificado expulsar de sus trabajos al 25 % de la fuerza laboral, el gobierno asegura que harán todo lo posible por desestimular la contratación de mano de obra, aplicando un impuesto progresivo en la medida que sea mayor el número de trabajadores contratados por los comerciantes.

Constituyen otros serios obstáculos la grave descapitalización de la sociedad y el aplastante impacto de la incontrolable burocracia estatal, que con su dinámica viciosa se fortalece parapetada en la parálisis de las iniciativas de cambios. También influye que el Estado no cuenta con disponibilidad de abrir bancos de créditos para financiar los préstamos que necesitan la mayoría de los que pretenden aventurarse a montar negocios privados.

El desastre económico del régimen es tal que, a pesar de ser una nación netamente agrícola, importa cerca del 80 % de los productos agroalimentarios que se consumen en el país, por los que desembolsa anualmente alrededor de 1,500 millones de dólares. Esta situación ocurre en una época donde se han disparado los precios de los alimentos en el mercado mundial, y los pronósticos no indican que bajarán en el futuro inmediato.

La luz al final del túnel para el saneamiento económico depende concretamente del éxito en la reforma de la agricultura. Los hermanos Castro han dejado claro que no aplicarán el único esquema con resultados positivos en medio de la inoperante centralización económica, el campesinado libre. En vez de apostar por entregar la tierra en propiedad a las personas que deseen hacerlas producir y liberalizar las actividades agrícolas, como funciona la agricultura en los demás países, prefieren insistir en el fracasado modelo del usufructo, o sea, otorgar parcelas de tierras ociosas manteniendo la titularidad estatal y sin abrirse al juego libre de la producción, distribución y comercialización. Algo nada estimulante.

La chispa que encendió las actuales revueltas populares en la región árabe del norte africano se relaciona con uno de los habituales atropellos de la policía contra un desesperado comerciante de poca monta. De ese incidente aparentemente insignificante surgió la reacción en cadena que ya lleva dos regímenes dictatoriales derrocados y amenaza con la caída de otros. En Cuba la pólvora está regada por todo el territorio nacional y cualquier evento fortuito puede convertirse en detonante. Sólo basta interpretar el significado de acontecimientos recientes, como la manifestación que protagonizaron decenas de jóvenes en un cine de Santa Clara, la huelga durante varios días de los cocheros en Bayamo, el paro de los trabajadores del coloso azucarero Urbano Noris en Holguín, las manifestaciones populares desatadas por desalojos en Santiago de Cuba y Guantánamo, o la protesta callejera de vecinos en Punta Brava por la deprimente situación con el abasto de agua.

Soplan fuertes vientos democratizadores impulsados por la modernidad. La humanidad vive una nueva era revolucionaria donde prevalece el despertar de los pueblos ungido por los valores democráticos que propugna la cultura occidental. La sociedad cubana no está desconectada de la globalización que hoy define la convivencia de las naciones. Igual que la tunecina, la egipcia, la libia o iraní, ya apesta demasiado la dictadura de los Castro. Más temprano que tarde la influencia de la ola libertaria del mundo árabe arrastrará a los cubanos a reclamar masivamente en las calles el cambio de régimen, libertad, aperturas democráticas y prosperidad.
Absolutamente, no hay diferencias.

Darsi Ferrer

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