Leyendo el artículo de Ángel Velázquez Callejas Cuba y el miedo a la libertad, se me ocurre que ese miedo parte de una simplificación. Por supuesto, no únicamente: las causas de ese miedo son disímiles y contradictorias. Se podría escribir largo y tendido sobre ellas y desde muy diversos enfoques. Pero quiero centrarme ahora en el tema de la simplificación, que en no menor medida justifica el miedo a la libertad de muchos cubanos.
Cuando hablo de “simplificación” me refiero a la simplificación de la vida cotidiana que un sistema como el castrista hace posible. Por ejemplo, bajo el castrismo, o el comunismo –llámesele como se prefiera--, los cubanos no tienen que preocuparse por cómo viajar. Sencillamente, no les está permitido hacerlo. No tienen que preocuparse por cómo comprar y/o mantener una casa o pagar una renta cada mes. Sencillamente sus viviendas pertenecen, en última instancia, al Estado, y el monto de la renta es simbólico. No tienen que preocuparse por aprender a conducir. Sencillamente, no hay automóviles a disposición. No tienen que preocuparse por conseguir una buena escuela para sus hijos, y ni siquiera por saber a quién votar en unas elecciones. Sencillamente, el gobierno se ocupa por ellos (de hecho, no existen ni buenas escuelas ni reales elecciones). Etcétera, etcétera, etcétera.
No importa que viva en la más terrible miseria, eso es secundario: el hombre simplificado teme a la responsabilidad como el vampiro a la cruz.
El totalitarismo castrista simplifica la cotidianeidad –el discurrir diario, que es el que a fin de cuentas cuenta-- y vuelve al hombre --ente ya de por sí gregario-- dependiente. Más dependiente que nunca. Entonces, de cara a la infinita variedad y complejidad del mundo libre –ese reto terrorífico--, el cubano simplificado se encoge. Y comienza a inventarse excusas, a menudo inconscientemente, ante el hecho de saberse encogido. Es decir, necesita justificar sus temores y/o su cortedad de miras. Casi nadie está dispuesto a reconocerse inferior (a reconocer que no se opone abiertamente al castrismo, o no se va de Cuba, por sus temores o fantasmas interiores). Es entonces que asume el discurso del poder o, directa o indirectamente, le hace el juego.
Por eso es tan importante la revolución interior de que han hablado el propio Callejas y otros escritores, cubanos o no. Porque la revolución interior libera. Nos hace leve la responsabilidad, la cotidianeidad. No nos enseña a hablar inglés o a conducir un automóvil o a mejorar nuestro crédito, es cierto, pero nos provee el espíritu, el talante, la perspectiva a partir de los cuales estos conocimientos pueden ser adquiridos –o, por contra, desechados— sin dejarnos jirones de piel en el trayecto. Así, la responsabilidad, asumida desde la liberación interior, deja de ser un lastre para convertirse en un medio de locomoción, incluso en una fiesta.
Acaba de aparecer, a cargo de la editorial Neo Club Ediciones, el libro El salto interior, del propio Callejas, un texto que arroja más luz sobre estos pormenores. Porque mientras los cubanos no revolucionemos espiritual y conceptualmente nuestro interior formativo, seguirá habiendo dictadura en Cuba, sea del signo ideológico que ella sea. En Cuba y en muchos otros países. El tema, por supuesto, es universal. Y el problema.
Armando Añel
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