Cuba y el miedo a la libertad

A menudo se considera al “miedo” una categoría sociológica determinante en los factores que explican por qué el régimen cubano permanece en el poder. ¡En Cuba subsiste el miedo! Las razones no dejan de ser ciertas cuando se afirma que el pueblo tiene “miedo a la represión policial”, miedo a ser atacado, a ser silenciado mediante la fuerza. Pero el “miedo” no es exclusivamente sobre esto, sobre el poder, sino que abarca un diapasón de virulencia socio-estructural, psíquica, que es imposible constreñir a un proceso de reprobación ideológica formal.
Me gustaría ver el asunto del “miedo” en Cuba desde otra óptica. Desde la estructura misma de la mentalidad cubana: el miedo a la libertad. Erich Fromm escribió un libro, El miedo a libertad, que nos ayudaría a precisar mejor las estrafalarias contradicciones que operan lesivamente para que el miedo se constituya en categoría sociológica de gran calado, con el evanescente pavor emancipatorio proclamado desde su individual posición por cada cubano. El miedo a la represión policial no es un miedo directo a lo que pueda constituir una represión corporal, sino el efecto de una represión psicológica impuesta por el propio pueblo. En la medida en que la “Revolución” dote al pueblo con elementos de esperanza, así será el grado de abstinencia y de miedo. El miedo no es a perder lo que se tiene, sino a cómo mantenerlo. De modo que el miedo actúa como un mecanismo de evasión y, según sus efectos, pueden considerarse tres puntos:
1. Autoritarismo
2. Destructividad y
3. Conformidad automática
El autoritarismo puede verse en una de esas escenas de la película de Fernando Pérez, “Hello”, cuando uno de sus personajes se pregunta qué hace en medio del tumulto de una concentración pública. Y es que el primer paso para menguar la libertad se produce con el miedo a imponer la individualidad. Duele mucho estar solo, luchar contra las carencias y necesidades materiales, cuando un proceso abarcador, delirante en su poder autoritario, no te deja más que una salida para aliviar las angustias, proporcionándote la capacidad de diluirte como hombre-masa. Allí, en ese momento, en tu relación con el “otro” --y las concentraciones revolucionarias cumplen diáfanamente con este cometido--, te olvidas de todo, incluso de quién eres. En ese olvido hay cierta tranquilidad, ese olvido alberga cierta paz; el individuo se siente protegido de algún modo.
En Cuba hay mucho miedo a estar solo. El cubano no ha encontrado la fórmula adecuada para que desde su individualidad se produzca una separación, o para relacionarse poéticamente con la sociedad. En esto la “Revolución” ha proporcionado un espacio, un puente, para que cada cual active una hipócrita función individual y enmascare en una doble personalidad –la del sádico y el masoquista-- la conformidad automática.
Leí un pasaje insólito en la novela de Jesús Díaz Las iniciales de la tierra. La moral revolucionaria sigue siendo, estrafalariamente, un pretexto para que el conformismo repruebe cierta voluntad de apego al pasado. Aunque el descuido es irrelevante, las críticas no pueden subyugar a una extendida tradición moral revolucionaria. ¿Quién pueda negar a Varela, a Luz, a Céspedes, a Martí, a Guiteras, a Fidel Castro? Los criticarán, pero negarlos es imposible. Esto provocaría sucumbir ante su propia majestuosidad ideológica. Ese sol del mundo moral, de justicia social revolucionaria de que nos hablara Cintio Vitier, acaba por implantar en el cubano un miedo estético y sutil. Acaba atrapando al cubano en una encrucijada ética, de valores intransigentes.
El conformismo trasciende al miedo, pero no deja de constituir una tenebrosa realidad: el cubano ha sido programado para no dudar. Si dudas se te impone el miedo, la mentalidad colectiva, porque en el fondo el miedo es una auto imposición. La “Revolución” ha estructurado un sistema de significados para las expectativas del pueblo, que lo inducen a perpetuarse como mentalidad colectiva. Se tiene miedo a perder la libreta de abastecimiento y a deshacerse de ciertas dependencias del Estado. Allí donde la duda se impone, la moral ocupa una legendaria majestuosidad. Por ahí el miedo a que el árbol albergue el terror de perder sus ramas. Y somos los cubanos una rama extendida de esa moral revolucionaria. Tenemos miedo a perderla, pues constituye hasta ahora el centro de nuestra “condición de libertad”.

Ángel Velázquez Callejas

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