Manuel Cuesta Morúa, portavoz del partido Arco Progresista (socialdemócrata) y coordinador del proyecto Nuevo País, es uno de los opositores más visibles y de más largo recorrido en Cuba. También es historiador y un brillante ensayista. En esta entrevista respondió a preguntas relacionadas con la realidad sociopolítica vigente ahora mismo en la Isla.
Blogger Cubano. La jerarquía de la Iglesia Católica cubana ha asumido públicamente su protagonismo en un inédito acercamiento al régimen, llegando a intermediar en el proceso de excarcelación y destierro de los presos de la Primavera Negra, con el acompañamiento del anterior gobierno español, además de interceder para que se ponga fin a las agresiones contra las Damas de Blanco. ¿Cuál es su consideración acerca del rol que está desempeñando la Iglesia Católica en el actual contexto cubano?
Manuel Cuesta Morúa. Ha sido un rol humanitariamente importante pero estratégicamente mediocre, incluso para ella misma. El término intermediar me parece acertado. La iglesia no ha sido mediadora por la sola razón de que mediar requiere el reconocimiento público de las partes ―una exigencia técnica de cualquier mediación―, y hasta ahora la iglesia, ninguna por cierto, lo ha hecho.
El trato con las Damas de Blanco es paradigmático para el análisis de su capacidad mediadora y su capacidad política. La iglesia no ha reconocido a las Damas como actoras críticas, sino como víctimas visibles. Por eso si bien logró detener por un lapso de tiempo los actos de repudio contra ellas ―en un momento que necesitaba cristalizar su intermediación pública― y dentro de un espacio circunscrito, los alrededores de la iglesia Santa Rita, nunca alcanzó la meta estratégica básica: que el régimen desactivara la violencia social como modo de control político: y eso que se trataba y se trata de mujeres: un sujeto cultural, socialmente sensible, que permitía elevar la reclamación circunstancial a una demanda de orden estratégico. Lo mismo sucedió con los prisioneros que fueron a España. Para mí no se trata del destino sino del status. Si ellos fueron a España imagino que así lo quisieron. Pero lo importante consistía en aprovechar una intermediación humanitaria para introducir una agenda de derechos humanos. Es decir, convertir un clamor humanitario en un alcance social que evitara lo que está sucediendo ahora mismo: que la represión política sigue victimizando a los sujetos sociales que la Iglesia se niega a reconocer, y que esos mismos ex prisioneros políticos sufran palizas en España como si fueran unos delincuentes.
Y no solo la iglesia no reconoce a las víctimas como sujetos, sino que le ha dado por criminalizarlos y estupidizarlos. Ella se dispara así a los pies. En vez de utilizar la crisis global del país, que es lo que atraviesa Cuba en estos momentos, para legitimar y relegitimarse en la dimensión moral del conflicto, se le ocurre hacerlo vehiculando una estrategia política, si así se le puede llamar a lo que hace, para la que no está preparada ni legitimada en términos de construcción moderna del Estado: que exige la efectiva separación entre Iglesia y Estado.
La dimensión moral a la que me refiero es básica para el presente y el futuro. En eso la iglesia debería primar dejando claro lo que no pueden hacer los Césares con los “hijos” de Dios. A fin de cuenta los Césares pueden cambiar y no todos saben ser cínicos. Pero ella prefiere reinstalarse en el cinismo doctrinal de Bartolomé de las Casas: no machuquen a los indios, que no están preparados para la esclavitud, traigan a los negros que son más fuertes, y evangelícenlos. Traducido a la actualidad esa misma iglesia nos viene a decir que no encarcelen a los de abajo por lo que piensan, déjenlos ir, si así lo desean, pero en ningún caso lo reconozcan como sujetos sociales: como ayer con los indios y los negros, la cosa es entre tú y yo: los únicos sujetos de poder social. Debo decir, o asumir responsablemente, que no toda (s) la (s) iglesia (s) piensa (n) y actúa (n) de tal manera, pero entiendo que nos referimos al proceso públicamente visible, que es el que determina e indica qué ocurre en el proceso invisible de la política.
BC. ¿Qué posibilidades tiene una transición hacia el neocrastrismo en Cuba, algo por el estilo del modelo chino, en la que participen la jerarquía de la Iglesia Católica, un sector del empresariado cubanoamericano, determinados académicos e intelectuales y el gobierno de los Castro, excluyendo a la oposición? En un escenario así, ¿concibe que estos actores podrían ignorar exitosamente a la oposición interna y al exilio anticastrista?
MCM. Las posibilidades son nulas. Por varias razones. Lo primero es que no hay algo así como un modelo chino. Lo que existe es un modelo asiático que combina capitalismo con autoritarismo, una variante de éxito que se basa en un modelo cultural en el que el confucianismo, con su acento en la autoridad y la familia, no en la sociedad civil y en el individuo, provee las bases de cohesión y disciplina necesarias para reproducir una especie de capitalismo manchesteriano moderno: explotador, de bajos salarios, sin sindicatos y con un aderezo fundamental: el nacionalismo económico de fuerte movilidad social, sostenido en la meritocracia y dentro del cual cada quien escala económicamente hasta donde puede.
E importante, se trata de un capitalismo abierto que compite en la economía mundial. China es, por tanto, una variante imperial de lo que algunos han dado en llamar capitalismo confuciano. Este sí todo un modelo del que encontramos especificaciones singulares en Taiwán, Singapur, Corea del Sur, los llamados Tigres Asiáticos y otros. Recuerdo bien que este modelo, que adquiere mayor visibilidad con China porque esta juega a escala de potencia global, se intentó reproducir por allá por los 80 del siglo pasado en Centroamérica, sin ninguna posibilidad de éxito. Por lo demás, este modelo tiene justamente sus días históricos contados porque está terminando exactamente en el punto de exigencias que se presentan desde el principio en Cuba: más libertades civiles y políticas. Esto quiere decir que si China pudo montarse con éxito en este modelo en una época posterior a su surgimiento, por allá por los finales del 60 del siglo pasado, fue porque tenía asegurada la base cultural necesaria para desarrollarlo.
Y quiere decir también que para países de otra órbita cultural era necesario copiar este modelo en el mismo momento de su nacimiento, desarrollo y apogeo para garantizar cierta posibilidad de triunfo en medio de exigencias civiles y demandas políticas que los inventores del modelo pudieron postergar. Es el caso de Chile, cuyo capitalismo autoritario tuvo amplias posibilidades, a pesar de las presiones en su contra, porque fue, entre otras cosas, simultáneo con el proceso asiático.
Empleo todo este largo desarrollo porque quiero destacar lo siguiente: si la comparación entre dos países resulta relativamente sencilla, ya es más difícil comparar un país con varios países. Y esto es lo que se desprende si situamos a China dentro de un modelo preexistente, y nos olvidamos de convertirla en un modelo en sí mismo. ¿Sigue Vietnam el modelo chino? Creo que no. Vietnam es otra variante del capitalismo confuciano del que vengo hablando. Parece que, como China, Vietnam y Cuba se reclaman dentro del mismo modelo político, es posible concluir que pueden seguir un mismo modelo de reinserción mundial. Nada más aparente.
Cuba pertenece a otro ámbito cultural. Y la cultura no se puede desestimar cuando se trata de analizar y orientar el proceso económico. Sobre nosotros hay, con buena fortuna y desde el mismo punto de partida, exigencias civiles y políticas que el capitalismo confuciano pudo sortear culturalmente por cierto tiempo. Y el mejor ejemplo aquí no proviene siquiera de la sociedad civil misma. Lo que está haciendo el gobierno en relación con la comunidad LGBT a través de una de sus funcionarias indica la importancia del contexto según la órbita cultural de que se trate.
Si Cuba va a seguir con éxito lo que inapropiadamente llaman modelo chino, significa que va a restaurar el capitalismo donde China se reinventó como sociedad capitalista. Es por eso que si esta se ha abierto económicamente hasta sus últimas consecuencias, tanto interna como externamente, el gobierno cubano no se atreve a jugar de verdad al capitalismo. En su experimentación no pasa de ese mercantilismo que ya han o van abandonando todas las economías latinoamericanas.
¿Tendrá éxito este experimento? Todos los que enfocan a Cuba seriamente saben que no. Curiosamente este capitalismo mercantil, para el que la renta y el dinero mercantil son lo fundamental, es el experimento que crea la ilusión de que, en otro ámbito, la iglesia católica puede completar política y cívicamente un modelo de transición acorde con la “transición económica” que venimos experimentando. Parece y solo parece que a una “actualización económica” cautiva corresponde una actualización cívico-política, también cautiva. Y las dificultades que enfrenta la “transición económica” son las mismas dificultades de la transición neocastrista, como le llaman ustedes, no sin fundamento.
Porque ninguna de las dos tiene suelo sociológico y cultural en Cuba. Si la experimentación con las llamadas “reformas raulistas” deja a un lado todo el capital de conocimientos y habilidades acumulado por los cubanos ―que serviría muy bien para desarrollar una economía de servicios basada en el conocimiento, y de punta―; la inclusión de la iglesia como factor cívico-político deja de lado algo más fundamental: el capital cultural que por un lado ha venido atesorando Cuba como sociedad laica y posmoderna y por otro, el capital cultural de una nación fundacionalmente plural. Y la pregunta sería si dejar de lado ambas cosas puede llevar una empresa a las playas del éxito. El neocastrismo no tiene futuro exactamente porque es una empresa diseñada contra la sociedad, no con la sociedad, como sucede con el capitalismo confuciano. ¿Cómo dejar de lado ambos tipos de capitales? La cuestión es saber si un capitalismo autoritario no revela de pronto las reminiscencias batistianas que moral e históricamente desmoralizan todo el imaginario castrista.
No se debe perder de vista el siguiente dato: tanto el castrismo como el catolicismo son minorías sociológicas: la una basa su poder en la inercia política de lo que en algún momento constituyó una mayoría. La otra, en su condición universal, apoyada por los recursos de dos Estados: uno el cubano y el otro el Vaticano. Digamos que el poder de esta última en Cuba viene del poder del catolicismo mundial, en declive por demás, y no del poder real del catolicismo cubano en términos sociológicos, que son los que importan a la hora de darle suelo a un proyecto.
Por otra parte está el hecho de la proyección de futuro que requiere toda apuesta. Si el capitalismo tenía futuro no fue un asunto que demostraran sus apologistas más encendidos en los Estados Unidos, sino algo que hizo el capitalismo confuciano y su última versión china: lo que tiene de puntas a toda la izquierda radical, que no encuentra un modelo que oponer a los Estados Unidos y no les gusta hablar de China, como antes no les gustaba hablar de Suecia para mejor hablar de Cuba. ¿Y tiene este modelo neocastrista la misma proyección de futuro que el modelo confuciano? Creo que no.
Hay ahora mismo en Cuba un juego de relegitimación que está obligando a sus principales actores a hacer las cabriolas más inimaginables posibles pero con poca imaginación y menos densidad política. El gobierno busca una nueva legitimación quebrando sus consensos originales e intentando un nuevo liderazgo asentado en una meta negativa: la estabilidad autoritaria. La iglesia católica trata de relegitimarse no con la irrupción pública de su pedagogía de valores sino montando, ya no tan subrepticiamente, una agenda política que no le corresponde, con el fin de recolocarse en el mismo papel y lugar que tuvo el catolicismo en los orígenes fundacionales de la nación: para ella parece que entre 1782, año de creación del Seminario de San Carlos, y el 2012, no ha pasado nada sustancial. También, con la reanimación de un papel agotado por y para la iglesia desde el siglo XVII: el de tener un asiento en el trono de los Césares. Y para ciertos empresarios cubanoamericanos la cuestión es más difícil. No son empresarios cubanoespañoles ni cubanovenezolanos. Se han formado en la nación que sirve de suelo físico a uno de los conflictos básicos de la nación cubana: la división de sus nacionales. No es un asunto estricto de economía sino de modelo de reconstrucción nacional lo que está en juego cuando se aventura a otorgar sus créditos a las “reformas raulistas”.
Ese modelo neocastrista no tiene posibilidades en Cuba. Parece que sí pero no cuenta con futuro porque tiene otra dificultad comúnmente compartida por todos los que lo animan: su falta de legitimidad social dentro de Cuba. Es una paradoja pero es así: los actores más dinámicos en estos momentos son los de menos futuro porque su lógica es de poder situacional, no de conexión con la sociedad y con las pautas de la época. Su papel fundamental ha sido cumplido: el de demostrar que el pasado estaba cargado de errores. Mostrar el futuro no es tarea ni del comunismo ni del catolicismo ni de empresarios escindidos.
No me imagino por tanto un escenario sin la sociedad civil y sin la oposición. Con independencia de sus debilidades. La razón es evidente: la única posibilidad de Cuba como nación y sociedad es la de parecerse a sus iguales contemporáneos en los que la modernidad se radicaliza, la pluralidad se redescubre como condición constitutiva incluso del pasado, en la que los ciudadanos claman por el autoreconocimiento y en la que la tecnología multiplica y posibilita los diversos mensajes de salvación. Nuestro futuro se acerca más al de una Cuba revisitada con las mejorías de una época hiper tecnológica y de unas sensibilidades sociales más maduras. ¿El fordismo, el Opus Dei y los caudillos como futuro? Visiten la Cuba profunda y obtendrán la mejor respuesta.
BC. Se dice que en una eventual reforma migratoria el régimen continuaría impidiendo la salida y entrada al país de cubanos que disienten o se oponen al castrismo, como forma de control y chantaje. ¿Cuán lejos espera que llegue la reforma migratoria en Cuba en caso de ser implementada?
MCM. Ese parece ser el dilema que atrasa el anuncio de la cacareada reforma migratoria. El de cómo lidiar con los cubanos que disienten tanto dentro como fuera de Cuba. También el de enfrentarse a las consecuencias más indeseables de una sociedad abierta. Más allá del derecho a entrar y salir libremente, está en juego el modelo político diseñado para una sociedad cerrada. Una reforma migratoria convertiría a Cuba en una sociedad abierta automáticamente. Cuba tiene ahora mismo una doble condición: un país turístico y una sociedad de emigrantes. El flujo que se crearía en ambas direcciones, sin un control político-migratorio, amenaza las esclusas de control social y “contamina” demasiado las bases institucionales del modelo político. No espero por tanto que la reforma migratoria llegue más lejos de lo que ahora mismo está significando en los hechos: todo el que quiere salir y entrar solo tiene que dejar en los umbrales la libertad de expresión. Para mí la reforma migratoria solo se concretará en la eliminación de permisos de entrada y salida masivos y en su sustitución por permisos de entrada y salida personalizados en una lista negra para desafectos y en una lista cautiva de profesionales. Una vez eliminados aquellos, se transferirá la carga de costos para los ciudadanos hacia otros ítems. Costarán más el pasaporte y los trámites de aeropuerto, por ejemplo.
BC. Se ha sugerido que unas elecciones internas de la oposición en Cuba serían muy útiles para presentar una unión opositora con un líder representativo al frente, algo distinto a la dispersión que se observa hoy. Sucedió recientemente en Venezuela, donde las fuerzas de la oposición realizaron elecciones primarias y eligieron un candidato único contra Hugo Chávez en las próximas presidenciales. ¿Opina que en Cuba sería posible repetir ese esquema?
MCM. Probablemente este sea el caso porque es la necesidad. Pero hay una diferencia sustancial. Las elecciones internas dentro de la oposición venezolana corresponden a la posibilidad de elecciones generales en Venezuela. No es el caso de Cuba. Quiero decir con ello que los votantes en una y otra son los mismos: ciudadanos que libremente pueden expresar sus preferencias. En Cuba los ciudadanos no podrían elegir en votaciones internas de la oposición porque no pueden hacerlo en elecciones generales. Lo otro sería que los opositores se convirtieran en los electores de sí mismos y eso es un contrasentido. Es verdad que algún tipo de liderazgo consensuado es importante ahora mismo para Cuba, que fuera representativo de la madurez dentro de la oposición, lo que es difícil por el hecho de que esa madurez no existe y por el otro hecho de que no es medible ahora mismo cuál y cuánto es la representación social de la oposición misma. Y a mi modo de ver habría que evitar la confusión entre voz representativa y representación social; confusión que ha elevado a la iglesia católica a una categoría que no tiene correspondencia con los apoyos de la gente. En eso hay que ser cuidadoso. Sí comparto la idea del consenso dentro de la oposición para lograr una mayor y mejor visibilidad social y para evitar la duplicación y triplicación de mensajes políticos y sociales.
BC. Recientemente se han observado importantes diferencias de opinión entre los blogueros oficialistas respecto a las limitaciones de acceso a la Red en Cuba y el impacto de estas modernas tecnologías en la realidad nacional. En el corto o mediano plazo, ¿constituirá Internet un factor significativo en una eventual desaparición del sistema vigente?
MCM. Si y solo si el gobierno cubano permite aumentar la conexión de los ciudadanos a la Internet. Sin confundir el medio con el mensaje, la Internet tendría un impacto antisistema porque el sistema se asienta en la incomunicabilidad social de actores autónomos e independientes, que es lo que funda una opinión pública y posibilita el impacto sistémico de la crítica social. Hasta ahora se va logrando en Cuba la opinión en público, un índice de que la gente va perdiendo el miedo a expresarse abiertamente, pero no se ha logrado que esta opinión se convierta en opinión pública, que es la manera de intercambiar coherente y sistemáticamente dentro de plataformas compartidas las creencias y valores que se requiere para influir desde la gente en el cambio de sistema. Como el gobierno sabe todo esto y mucho más, se empeña en producir ese nuevo tipo de analfabeto comunicacional que crean las sociedades que están de espalda a la Internet, es decir: Corea del Norte y Cuba, fundamentalmente. Y las consecuencias no son solo en materia de retraso informativo y del conocimiento, sino también económicas. Es como oponerse en el siglo XIX a dos fenómenos: la imprenta y el ferrocarril. Dos fenómenos que ahora aparecen conectados en uno, con su impacto exponencial sobre las sociedades.
BC. ¿Cree que el totalitarismo dejará un lastre insalvable a la hora de reconstruir, de modo progresivo y firme, una futura Cuba libre y próspera? ¿Cuáles desafíos imagina serán los más importantes a enfrentar? ¿Qué impacto geopolítico, económico y social tendrá esa Cuba futura en las naciones de la región?
MCM. No creo que las disfuncionalidades sean insalvables. Dependen del cómo se actúe y de los plazos que nos demos en cada ámbito. A corto plazo todo parece perdido, a mediano y largo plazos no. Ahora mismo hay señales en el campo económico y empresarial que demuestran que la sociedad está algo preparada para enfrentar sus desafíos. ¿Pero cuáles son esos desafíos?
Voy por partes. Si uno visita las cafeterías y paladares privados se dará cuenta que funcionan mejor que los del Estado, en sentido general. Esto es un aliento, mayor si tenemos en cuenta que el Estado no ofrece los incentivos económicos y sociales necesarios para estimular su proliferación. De modo que el desafío económico puede afrontarse satisfactoriamente una vez dadas las condiciones necesarias. La prosperidad no es un problema. Y nunca lo ha sido. El problema es que la prosperidad siempre ha estado enmascarada en la supervivencia de los mercados informales. Los mercados informales indicaban y siguen indicando dos cosas claves para el éxito económico: la voluntad de persistir pese a las condiciones adversas, y la habilidad para hacerlo pese a la represión. No hay nada milagroso, ni lo habrá el día en que Cuba se inserte bien en los mercados internacionales. Dicho esto, es claro que en este sentido habría mucho que aprender en términos de gestión moderna y eficiente de la economía, y de cómo funciona el mundo del mercado de los valores: las bolsas.
El desafío de una sociedad libre es también relativamente sencillo. Basta que desaparezcan los resortes de la represión tanto institucional como de hecho para ver una sociedad libre y vibrante. No hay más que ver las discusiones públicas en torno al deporte en Cuba, que no son reprimidas, para imaginarse el futuro en términos de libertad. Si el barómetro de Freedom House se aplicara a Cuba tomando como muestra lo que sucede en el Parque Central de La Habana, estaríamos dentro de las naciones más libres del hemisferio. Sin embargo, hay un extremo para una sociedad cualitativamente libre del que carecemos en Cuba: el sentido de la responsabilidad. Ello parece más difícil de reconstruir porque depende más de la capacidad moral de elegir libremente, y eso está muy debilitado en los cubanos.
Lo que tiene su influencia en la democracia. No soy políticamente conservador, pero coincido con uno de ellos, el pensador norteamericano Michael Novak, cuando afirma que la democracia es moral o no es democracia: ella se fundamenta diariamente en la capacidad de elegir responsablemente, una capacidad intrínsecamente moral, que constituirá un desafío difícil para el futuro de Cuba.
Y creo que no es el único desafío democrático hacia el futuro. Para mí la democracia es más que el derecho de elegir. De hecho, las democracias electorales están en crisis. La crisis de los partidos es la crisis de las democracias electorales que definen el juego del poder entre maquinarias más o menos aceitadas y que son vulnerables frente a los poderes económicos. Unos poderes económicos que juegan más en términos globales que en términos nacionales, y que son difíciles de domeñar. El desafío de la democracia es también el de cómo controlar desde la ciudanía el juego libertino de la economía global, más complicada cuanto más insertada. Para los que entendemos la democracia no solo como el poder aritmético de la mayoría, sino como la capacidad de los ciudadanos para definir el juego, el desafío es inmenso. No niego la democracia electoral, y su correlato en la democracia representativa. Para nada. De hecho entiendo la democracia auténtica como aquella que no niega ningún proceso democrático, sino que los integra creativamente. Eso de democracia participativa versus democracia representativa es un chiste para gente poco rigurosa. Sin embargo, la prueba al talco de que la democracia ha llegado para no retroceder jamás está para mí en aquel proceso que reconoce a los ciudadanos, no al pueblo impronunciable de los demagogos o los técnicos, el derecho y la capacidad de definir las políticas del Estado, sus fundamentos y de reorientar los poderes en beneficio y dirección públicos. Por eso esa prueba de autenticidad radica a mí entender en la democracia deliberativa: la conversación respetuosa, inteligente, pública y racional que sostienen los ciudadanos permanentemente entre sí frente al Estado. Y este es un desafío que creo tendría Cuba para no empezar por donde otros están terminando en términos de democracia.
La democracia tiene otro desafío: este es cultural. Cuba es una nación diversa desde sus orígenes que ha vivido, sin embargo, bajo la hegemonía histórico- cultural de una de sus partes. Esta hegemonía ha fundado un modelo criollo con dos versiones básicas: una católica, que insiste en que su matriz es el fundamento y lo demás constituyen injertos más o menos felices, y la otra es colonial, aunque se vista de revolucionaria, que se apropia de ciertos resortes de esa matriz católica pero intenta dominarla tanto a ella como al resto de los fundamentos de la cultura cubana: su conclusión lógica es la de la hacienda familiar con extensión de país, y en el que, como jocosamente dice el Dr. Darsi Ferrer, quienes más saben de política, del ejército, de la homosexualidad, del ganado o de pelota, son del linaje Castro Ruz. Toda una deriva poco seria para un país potente, con capacidad para ricos desarrollos cívicos, y multicultural.
Así el proceso político resultante ha sido excluyente de la diversidad y de los valores que desde esa diversidad confluyen en la sociedad (civil) y nación cubanas. Desde estos valores y características de la pluralidad cultural cubana no se comprende muy bien por qué la intolerancia se pudo instalar en el andamiaje de la política cubana. Asunto que se comprende desde aquella hegemonía histórica. El desafío de la democracia es justo entonces el desafío de la pluralidad.
Lo que supone el último desafío democrático que identifico, no el último que existe: el de la ciudadanía. La política definida por intereses corporativos: Estado, Iglesia, poderes económicos, intelectuales u otros, es el no va más de la política moderna. Yo asumo que nuestro fracaso histórico, auténticamente sonoro y desgarrador, radica en la confusión e identificación, interesada y legitimada, entre voz representativa y soberanía política.
A mi modo de ver pues, lo que Cuba pueda ser depende de su respuesta a estos y otros desafíos. Nada sencillo.
Finalmente, nuestro impacto en la región se relaciona con esta narrativa cubana. Destino turístico, economía abierta, de servicios y del conocimiento, ligado todo a una democracia modélica convertirán a Cuba en un centro decisor en la región desde la mejor perspectiva: la de la paz, la estabilidad de los valores democráticos en la región y la estabilidad de un modelo de prosperidad. Que otras naciones del hemisferio sigan experimentando con utopías quemadas depende mucho de la persistencia consumida del “modelo” cubano. Nuestra responsabilidad en este sentido no es solo nacional. Pero para lograr eso, desde luego, necesitamos un requisito más: dejar la arrogancia, el guiño psicológico de nuestra inseguridad, en los anaqueles del pasado. ¿Será posible?
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