Diferencia y disidencia, dos temas tabúes en Cuba / Luis Felipe Rojas

La lógica del desarrollo ha impuesto en Cuba, por encima de los prejuicios, la asunción de temas como lo LGBT y la disidencia. Pero la sociedad cubana no ha aceptado del todo que existan grupos de presión que enfrenten cara a cara al régimen cerrado que impera en la isla por más de cincuenta años. No lo aceptan completamente porque lo ven con la misma ojeriza vendida en los medios de propaganda contra estos grupos alternativos de participación ciudadana. Del mismo modo ha ocurrido con la temática de los gays y lesbianas como cuerpo viviente de una sociedad socialista portadora de un machismo político e ideológico que, a fuerza de atrincheramiento, se ha convertido en anquilosado y falaz. 

Para casi todo el mundo es conocida la guerra abierta que en Cuba libró el joven poder revolucionario, desde sus propios inicios, contra las manifestaciones homosexuales (relación social), tan naturales en cualquier sociedad. Algunas esquinas habaneras de finales de los años ’60 del pasado siglo se convertían en un infierno para quienes vistieran (a su modo) a la moda occidental ―pantalones apretados, pelo largo o comportamientos llamados “extravagantes”.
Cuando finalizaba la década del 80, como nación que se quiso articular en una fuerza pujante de rebeldía, le debíamos lo poco que quedaba en el arrasado terreno insular a medio mundo, pero más al llamado campo socialista. Cuba debía su integridad a naciones como Francia y España, en deudas económicas que, por mantenerse aún en el impago, se nos estruja todavía en la cara a manera de humillación.

La conducta impropia, ¿de quién?

El entramado de las relaciones sociales en Cuba tuvo en el combate “a la blandenguería” una trinchera todavía inexplorada. “Los flojos respeten” era una frase martiana tomada por los pelos que sirvió de lema en cada mural de instituciones educacionales cubanas de todos los ámbitos. Nada más intolerante para contraponer al pensamiento inclusivo de José Martí. Las becas (léase centros de internamiento para estudiantes, en la fatídica combinación estudio-trabajo, también atribuida a Martí) fue la experimentación que más lejos llevaron los seudocientíficos pedagógicos para determinar cómo forjar el carácter de jóvenes y adolescentes cubanos. Sin embargo, nada más indicado para conductas hostiles contra los seres humanos que las estructuras creadas en la becas en el campo. Para la humillación, el trato salvaje entre adolescentes y la devaluación de la diversidad sexual.

Si las relaciones heterosexuales eran perseguidas y prohibidas en los centros de alumnos internos como los institutos de pre-universitario y secundarias básicas en el campo, mucho más lo eran las relaciones gay, estas últimas encubiertas tanto entre las relaciones alumno-alumno como profesor-alumno. Pero, ¿cuáles eran los tópicos por los que se señalaba de dedo, sin ningún decreto, una conducta homosexual? Los gestos llamados “amanerados”, la forma de hablar, la ropa ajustada y la propensión a la delicadeza, y no a la grosería, fueron conductas por las que se podía juzgar a alguien homosexual y tomar la decisión de hacerle rectificar en su “error” o expulsarle definitivamente bajo cargos de conducta inmoral, o “impropia” (como excelentemente expone el documental cubano “Conducta impropia”, del realizador Orlando Jiménez Leal).

En cambio, el otro tópico, no llamado en sí disidencia, sino el de la discrepancia política, ¿tuvo aceptación algún día? Jamás, eso lo sabemos y ha sido objeto de análisis por los más eruditos pensadores cubanos que se han acercado al tema. Pero si la intolerancia religiosa de décadas de inicio revolucionario fue dando paso a una sociedad politeísta y menos atea, los timoneles ideológicos sí mantuvieron bajo mil llaves el paso a la palabra abierta, a la negación de lo que han promocionado hasta hoy como el milagro social del siglo XX. La idea de que la Revolución es intocable permeó tanto el imaginario social que la misma pérdida de adeptos viene de ese enclaustramiento: ya sus enamoradizos primeros le perdieron el encanto; para ellos es intocable, sí, pero ya no quieren tocarla.

Tanto la literatura cubana de los tardíos 80 como la de los herejes de los 90 ha tocado el tema del abuso sexual en las becas, el servicio militar, las prisiones y demás centros de internamiento obligatorio, cuyas intenciones públicas, no lo olvidemos, fueron forjar el carácter del hombre nuevo. Estos gestos intelectuales quedaron en el mero hecho de ficcionar la realidad, nunca en el campo de la denuncia. La violencia (delincuencia) juvenil en escuelas de “conducta”, reclusorios juveniles y otros, se ha preservado de la crítica intelectual publicitada por el poder gobernante en casi cincuenta y cuatro años. De eso, por supuesto, no se habla.

La conducta del Hombre Nuevo

El gobierno cubano no ha reconocido jamás su intolerancia a la diversidad sexual. Cuanto más, les han achacado la ola represiva contra hombres y mujeres que han practicado esta diversidad a personas malintencionadas dentro de la Revolución. A dirigentes que malinterpretaron las orientaciones de “la máxima dirigencia revolucionaria”. Mucho antes de que Mariela Castro, “La hija del General” (Raúl Castro), emprendiera su gestión en el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), la misma articulación de la sociedad civil independiente se movía hacia la tolerancia entre sus miembros y grupos de presión. Hace mucho que a la par de grupos partidistas, coaliciones, institutos de estudios diversos y otras ramificaciones de oposición al régimen conviven personas de diferentes credos religiosos, ideológicos y sexuales. Con más o menos resistencia, en los grupos de la oposición pacífica se habló primero de integrar a la sociedad a todos sus actores vivos.

Lejos del tópico del Hombre Nuevo que se reinventó el Che Guevara para sí mismo, el hombre nuevo, la mujer nueva, a saber aquellos que oyeron de las “glorias” revolucionarias por la boca de otros y no vivieron sino su descalabro, fue emergiendo un ser más adaptable a las circunstancias. Las acciones y presiones de pujanza social que lleva a cabo la Liga Gay, Transexuales y Bisexuales (LGBT), van reforzadas en la implementación de una política alternativa y espontánea de la disidencia interna al aceptar en su seno lo más amplio de la sociedad cubana. También lo ha hecho como vía de supervivencia a sabiendas de que la práctica contraria ayudaría también a su aniquilación.

Ha sido la convivencia y no el enfrentamiento, ni el ostracismo de unos hacia otros, lo que ha ayudado a otro tipo de articulación de esa sociedad civil cubana que se hace llamar independiente, porque lo demuestra y lo es en muchos aspectos.

No hay dos escenarios para la práctica social del enfrentamiento a las malas conductas del régimen, es el mismo campo de batalla para todos intelectuales, hombres y mujeres de práctica política diaria, todos conviven y suman. Y si bien es cierto que algunas opiniones anquilosadas dentro de la oposición contestataria prevalecieron por mucho tiempo, también hay que reconocer que esos grupos alternativos han girado diametralmente hacia la tolerancia y la inclusión, aspectos que los vuelven más humanos y lúcidos, condiciones de salud que son indispensables para el reclutamiento, accionar y propensión de un levantamiento popular futuro.

¿Una disidencia reformada? ¿Hombres y mujeres nuevos a la inversa? Este es el escenario, el reto para evaluar y llegar a saber la capacidad movilizadora de la oposición pacífica actual, que se ve a sí misma punta de lanza de la sociedad civil independiente. 

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