Las flanerías del poeta Francisco Morán / Jorge Camacho

Francisco Morán (La Habana, 1952), quien no aparece en ninguno de los diccionarios de literatura cubana, es, sin embargo, uno de los poetas e intelectuales cubanos más importantes que viven hoy en día en los Estados Unidos. Ha publicado una variedad de volúmenes de poesía, ensayo y antologías de la poesía cubana. Publicó un libro sobre el poeta cubano Julián del Casal en 1996 y hace dos años una recopilación de las cartas de la poetisa Juana Borrero. Él, y su revista en la red, La Habana Elegante, han recibido premios y reconocimientos, pero ninguno de ellos podría darle al lector una idea del espíritu y la actividad intelectual de este cubano, de mediana estatura y voz ronca, que habla con pasión de los temas que le interesan y defiende.

Pero antes de que lean la entrevista de Morán, quisiera compartir una anécdota de él con los lectores. Viviendo en La Habana a principios de los 90 recuerdo que alguien me comentaba que Morán había vendido en el mercado negro toda su colección de discos de pasta, espléndidos LP que, aunque viejos, eran un tesoro en la Isla, para dedicarse exclusivamente a escribir e investigar sobre la vida de Julián del Casal, uno de los poetas cubanos más importantes que, sin embargo, se tenía casi ignorado entonces en Cuba. Su labor investigativa era tan frenética que alguien me aseguraba que en cualquier momento nos traería de vuelta el cadáver de Casal, embalsamado y todo, o que tal vez nos lo traería en persona. El caso es que todos estábamos a la expectativa del nuevo hallazgo de Francisco y de su colección envidiable de objetos que pertenecieron al poeta habanero del siglo XIX. ¡Tal era ya su fama en la Habana! Le agradezco entonces a Morán que haya aceptado dar esta entrevista, que haya sido tan generoso con sus preguntas y las mías para los lectores de Blogger Cubano. 

Jorge Camacho: Francisco, ¿cómo fueron tus inicios en la poesía?

Francisco Morán: Te vas a reír, pero lo primero que escribí fue un poema con rima consonante y versos de arte menor ―bueno, todo el poema era de «arte menor»― titulado “Adelante”. Lo escribí cuando estudiaba, creo que en sexto grado, y no tengo que decirte que era un poema a la Revolución Cubana. Recuerdo que había separado las estrofas con dibujos de torpederas, aviones de combate, cascos de soldados. 

JC: ¿Cómo te encontraste con Julián del Casal?

FM: Me gusta tu pregunta, porque sugiere cierta flanería, un tropiezo en la calle, dar con alguien de pronto en una esquina, algo personal y secreto. Y es así como me gusta pensar ese encuentro, como tú lo llamas. Yo estudiaba en la Escuela Provincial de Artes Plásticas de San Alejandro, en La Habana, y allí también tomaba los cursos de secundaria básica. Por aquel entonces odiaba la clase de español, que por lo general no pasaba de los estudios de gramática y ortografía. Las clases de literatura eran también aburridas, y en una de ellas se abordó la poesía de Casal, pero, como sucede frecuentemente, su vida y sus versos nos los presentaron como el negativo de los de Martí. De Casal nos dieron un poema fácilmente olvidable, lacrimógeno: “A mi madre”. En cuanto a Martí, comentamos “Yugo y Estrella”. En realidad no había mucho para escoger, pero en aquellos momentos recuerdo la impresión que me causó la masividad del sonido martiano, su solemnidad. Aquello era como una sinfonía, y a su lado Casal lloriqueaba como un violín roto. Olvidé a Casal. Podría decir que completamente. Eso fue hasta que me atreví a mostrarle a un amigo de la escuela unos poemas que había estado escribiendo. Su respuesta fue que mis poemas, por su pesimismo, les recordaban los de Casal. Su consejo ―siguiendo el que, según él, Martí le había dado a Casal― fue que me fuera al monte, hiciera ejercicios y cogiera un poco de sol.

¿Casal? Recordé entonces, por supuesto, la clase de literatura, y corrí a averiguar lo que pudiera sobre ese poeta al que ―acababa de enterarme― me le parecía tanto. Por supuesto, mi pobre amigo se equivocó en una cosa: no fue Martí, sino Manuel de la Cruz ―y muchos otros― los que, directa o indirectamente, le dieron tales consejos a Casal. Más sorpresa me causó, sin embargo, que un siglo después un estudiante de una escuela de arte estuviese repitiendo las mismas sandeces. Hoy no me asombra. Estábamos en La Habana, el sol revolucionario alumbraba implacablemente sobre nuestras cabezas, se avecinaba ―en perfecta coherencia con esa espléndida luminosidad―  lo que todavía se llama ―bastante eufemísticamente― el «Quinquenio Gris».
La poesía de Casal ―leí completo el tomo de sus Poesías de la Edición del Centenario― fue una revelación en más de un sentido. La pirotecnia del estilo, asombrosa sin dudas, estaba anudada a una indagación de los márgenes de la subjetividad que me pareció fascinante. La asociación oro-pantano, materiales preciosos-miasmas, así como las representaciones de los cuerpos masculinos de impoluta belleza y, no obstante, cortejados por la destrucción, congelados en la pose decadente, son decisivos en Casal, y no podría explicar el impacto en mi imaginación de poemas como “La cólera del infante”, “La agonía de Petronio” o “Flores de éter.” En este sentido no exageraría al decir que la lectura de Casal fue también decisiva en el reconocimiento de mis propios deseos homosexuales. Aquellos poemas me hablaban directamente a mí, se esforzaban por significar algo que, yo intuía, estaba dirigido a mí. La poesía de Casal me mostró que la poesía podía hacerse cuerpo, que la letra podía sajar, penetrar, cobrar un espesor inusitado al cortar, como un cuchillo, o cincelar un gesto, una pose. Fue, pues, en efecto, un encuentro, un flirteo erótico, una concupiscencia a través de la escritura que dio lugar a una relación amorosa que ha sobrevivido, y hasta se ha afilado, incluso tras mi experiencia académica en Estados Unidos.

Mi encuentro con Casal significó también, por otra parte, un reencuentro con la ciudad. Fue como si a través de sus crónicas, de los periódicos como La Habana Elegante y La Caricatura, la ciudad me hubiese sido presentada de nuevo. Cuerpo, ciudad y escritura son inseparables en la escritura de Casal. Por eso siempre me parecieron tan absurdas las acusaciones de evasión o de torremarfilismo que se le hicieron. La experiencia de vivir la poesía hacia adentro, a partir de una producción rizomática, lejos de significar una alienación del entorno social y urbano, produjo una escritura en la que el cuerpo quedó inscrito, visceralmente, en los paseos por la ciudad.  

JC: ¿Por qué viniste a los Estados Unidos?

FM: Los primeros años de la década del 90 fueron muy intensos para mí. Eran los años del fervor de la azotea de Reina María. Algunos, sin saberlo acaso, estábamos viviendo la experiencia de Casal: éramos poetas y vivíamos como poetas en Cuba. La celebración del Centenario del segundo libro de Casal ―Nieve― en  1992, y la conmemoración del Centenario de su muerte, en 1993, marcan un período de intensa vida poética. Las lecturas de poesía en la azotea, pero también en los pocos cafés que nos quedaban: La lluvia de oro, en Obispo, la Casa del Té de Mercaderes. Por otra parte, las conversaciones con los amigos (Ponte, Marqués de Armas, Fowler, Juan Carlos Flores, González Castañer y muchos otros) en sus casas o en cualquier esquina de la ciudad donde nos topábamos de pronto (algunos de nosotros comenzamos a trabajar como guardias nocturnos, y los centros de trabajo se convertían también en espacios de discusión y lectura de poesía), le imprimieron una energía a esos años que contrastaban marcadamente con el deterioro, cada vez mayor, de la ciudad y de la ideología del Estado. Si esa ideología del Estado había ocupado, más o menos exitosamente, todo el espacio público, y también el lenguaje, nosotros percibíamos que la defensa de la autonomía literaria había llegado a ser más apremiante que nunca. Nos encontramos, en 1994, de vuelta al conflicto que se le había planteado a Casal en su tiempo, y descubrimos ―como antes Casal― que sólo había una respuesta posible: a la arrogancia de la ideología que exigía la unidad a expensas del sacrificio de las conciencias individuales, había que responder con una arrogancia de signo contrario: afirmar el valor autónomo de la escritura. No como escape sino, por el contrario, como modo de entrar en la batalla.

Todo esto, debes recordar, sucedía al mismo tiempo que se producían signos inequívocos del desmoronamiento del modelo cubano: el maleconazo, la crisis de los balseros. La crisis de los balseros en particular, lo que vi en esos días sin poder llegar a procesarlo del todo, simplemente porque era sobrecogedor, me llevó a un estado de depresión como no imaginas. En 1994 fui invitado a hacer una lectura de poesía en la Casa del Joven Creador. Había seleccionado algunos poemas de un libro en el que venía  trabajando desde hacía unos meses: Habanero Tú. Con esa lectura celebraría también mi cumpleaños. Al llegar a la Casa, Victor Fowler me llamó aparte para alertarme de que a Fernando Rojas (entonces el presidente de la Asociación Hermanos Saíz) le habían llegado noticias de que yo leería poemas contrarrevolucionarios. Fowler suponía que Rojas, que ya había llegado, querría leer los poemas él antes de que yo hiciera la lectura pública. El consejo de Fowler fue el de no permitir lo que, obviamente, tenía los tintes de una censura, y comenzar la lectura con las personas que ya hubieran llegado. Los hechos le dieron la razón a Fowler. Rojas me hizo pasar a su despacho, o a una especie de oficina y, pretextando que no podría quedarse toda la lectura por estar indispuesto, expresó que quería leer algunos de los poemas que yo había seleccionado. La excusa no podía ser más burda. Le sugerí que comenzáramos con la lectura pública de inmediato, y que si él tenía que marcharse al menos no se perdería  todo el recital. Y así lo hicimos.

Quisiera mencionar también que un año antes, en 1993, cuando organizamos ―los  poetas más jóvenes, y yo, que entonces no lo era tanto― el homenaje a Casal por su Centenario, tuvimos que enfrentar igualmente la censura. La columna “Hojas al viento” ―cedida por Juventud Rebelde, después de arduas discusiones, para publicar reflexiones de escritores de distintas generaciones en torno al Centenario― fue censurada junto con el primer envío. Se trataba del paralelo que proponía Ismael González Castañer entre La Habana de Casal y la nuestra. A esto hay que agregar también la prohibición expresa de que incluyéramos textos de Lorenzo García Vega y de Esperanza Figueroa en una antología sobre Casal ―La Habana Elegante. Julián del Casal In Memoriam― que publicó la Casa Editora Abril en 1993.

Si te cuento todo esto es para que pueda ponerse en contexto mi decisión de no regresar a Cuba. Llegué a Estados Unidos el 7 de noviembre de 1994 ―no olvido esa fecha porque es la del natalicio de Casal― con otros escritores y el músico Pedro Luis Ferrer, invitados a participar en un coloquio sobre cultura cubana que tuvo lugar en la Universidad de Tulane, en New Orleans, y que había sido organizado por Daniel Balderston. Lo demás es historia.  

JC: En tu poesía tratas el tema gay, ¿qué significa para ti este tema? ¿Piensas que ser gay y mulato lleva un estigma más fuerte que ser gay y blanco en Cuba y en los Estados Unidos?

FM: Los primeros poemas homoeróticos, o específicamente gays, los escribí en Cuba. “Un muchacho” ―que fue el primero que publiqué― apareció en la plaquette El arte de la fuga (La Habana: Extramuros, 1992). Este poema aparece incluido, y re-titulado como “Tocatta y Fuga”, en Ecce Homo (Ferrol, Galicia, 1997), ganador del accesit del premio Esquío. No me veo escribiendo poemas de tema “gay,” sino que esto entra más bien como catalizador de la reflexión sobre conflictos que están en el centro mismo de mis preocupaciones civiles y literarias: la guerra, el nacionalismo, el cuerpo, la ciudad, el exilio. Esto quizá se vea mejor en El cuerpo del delito, que fue el poemario con el que gané el premio Luis Cernuda en 1999.  En cuanto a si soy o no gay, ya eso te lo respondí antes de que me lo preguntaras. Me preguntas también por el estigma que pesa sobre la homosexualidad, y yo prefiero situar el énfasis ―sin negar, desde luego, la importancia de lo racial― en lo político.

Mientras más fuerte y autoritario es el discurso nacionalista ―y Cuba y los Estados Unidos se dan la mano en este sentido― la figura del héroe, del guerrero, comienza a adquirir la forma de un culto que no es otra cosa que el culto a los ideales masculinos. El guerrero viene a representar así al sujeto masculino intacto, cerrado, en oposición a la forma sospechosamente abierta, femenina, de la Nación. La mujer, por tanto, identificada ―explícitamente o no― con la forma abierta, misteriosa, rizomática, de la naturaleza, es emblema de abyección por cuanto ― y esto es fundamental en el caso específico de la Nación ― implica la posibilidad de la violación. Quisiera aclarar, sin embargo, que como advierte Brett Levinson en The Ends of Literature, el problema no es tanto que el sujeto masculino sea cerrado, como que puede disimular mejor, esconder la hendidura que es más visible en la mujer. Eso explica la ansiedad masculina, el terror a rajarse, a abrirse. Conviene que apuntemos también aquí una deliciosa paradoja: mientras más se arraiga el culto a la figura masculina, mayor es, desde luego, el peligro de que se desaten los deseos homoeróticos, y aun aquéllos más explícitamente gays. Después de todo, el paso de la admiración exacerbada al héroe ―sobre todo si éste muere joven y bello― al deseo, sólo parece la consecuencia lógica y natural, es decir, la realización definitiva de esa adoración. ¿Quién puede negar, para no mencionar más que un ejemplo de todos conocido, que la popularidad y más específicamente el marketing de que goza la figura del Che está asociado, o más aún, es inseparable, de su belleza física? Mira, por ejemplo, al Western norteamericano: difícil encontrar otra expresión de la cultura popular en la que el culto a la fuerza masculina se resuelve en las clásicas escenas de la pareja (los dos buddies) perdiéndose en el horizonte, o en el duelo entre el héroe y el villano, cada uno sacando sus respectivos revólveres. No pocas veces el elemento erótico de esta escena aparece reforzado por tomas de cámara que se recrean, voluptuosamente, en la mano que busca el arma escondida. Agrega a esto que son películas en las que el ideal de la felicidad es la de los cowboys (la banda, los héroes, los alguaciles) persiguiéndose unos a otros, mientras el rol de las mujeres se reduce a poco menos que la necesidad del guión de afirmar la heterosexualidad de los jugadores. Dicho esto, no resulta difícil comprender por qué las sociedades patriarcales que estimulan el deseo homoerótico se ven compulsadas, con la misma energía, a poner una interdicción sobre el deseo homosexual.    

JC: ¿Fuiste alguna vez discriminado por algún motivo (raza, sexo, religión, política, etc.) en Cuba o en los Estados Unidos?

FM: En Cuba, en Estados Unidos, o en cualquier otro lugar del mundo, la discriminación es siempre un problema de temor a la diferencia, y la expresión de una mentalidad tribal (la Patria y la Nación son las nombres de las tribus en Occidente). El problema de la discriminación yo lo planteo en términos de marginación, de cierta forma de exilio. No he percibido ninguna forma de discriminación, en Cuba o en Estados Unidos, por razones de raza, o de religión. En cuanto al sexo y la política, ya ésa es otra historia. En ambos casos desarrollé muy temprano la intuición de la exclusión del grupo en virtud de mi diferencia. Y aún cuando en Estados Unidos he podido vivir, digamos que de una manera más humana ―sí, más humana― que en Cuba, no por ello voy a negar que aquí soy también, potencialmente al menos, excluible. Y me estoy refiriendo tanto a la sexualidad como a la política. Mi oposición absoluta a los autoritarismos de toda especie no es ciertamente la manera más segura de evitar la marginación, o incluso la vigilancia, en Cuba o en Estados Unidos. Pero hay algo más. Nos hemos acostumbrado a hablar de discriminación, de sujetos discriminados como opuestos a sujetos que discriminan, y creo que esa dicotomía es un error político muy serio. Ser discriminado no pone al individuo necesaria ni automáticamente del lado de las víctimas y en contra de los opresores. Un negro puede ser discriminado en virtud de su raza y ―sin negar la legitimidad de ese dolor, ni su derecho a la justicia― puede ocurrir, y de hecho sucede, que ese mismo negro discrimine a otro individuo por ser homosexual. Si quieres un ejemplo más claro de esa inconsecuencia, ahí están los casos de algunos líderes negros que se niegan a ver en los reclamos de derechos de la comunidad gay un problema esencialmente humano digno de ser considerado dentro de la lucha por los derechos civiles. 

JC. Desde hace varios años eres el editor de una de las revistas cubanas más leídas y galardonadas en la red: “La Habana Elegante, segunda época”. ¿Cómo comenzó el proyecto de la revista? Además tu revista toca temas que otras revistas no tocan y tiene un marcado matiz irreverente ante la cultura y la política. ¿Me quieres explicar esto?

FM. Una vez en los Estados Unidos, al escribirles a mis amigos y familiares en Cuba, empecé a encabezar la dirección del remitente con: Redacción de La Habana Elegante. Se trataba de un chiste, pero las cartas que yo recibía empezaron a ser dirigidas a su vez a la Redacción de La Habana Elegante. Posteriormente, con la primera computadora y el primer printer, imprimí un papel de carta encabezado por una foto de la calle Obispo, junto a Redacción de La Habana Elegante y la dirección de mi casa. Un día, mientras miraba una página original de L.H.E que traje conmigo de La Habana, mi pareja ―Michael― me preguntó por qué no hacíamos la revista. Desde luego, yo dije enseguida que sí, pero hay que decir que ni él ni yo teníamos absolutamente ninguna idea de cómo se hacía un website.

Estamos en 1997, a mediados más o menos. Como yo estaba terminando mis estudios de maestría en la Universidad de New Orleans y no tenía mucho tiempo, Michael se dio a la tarea de estudiar los misterios de la red cibernética. Yo me dediqué a considerar ―en el poco tiempo de que disponía― el diseño que tendría la revista. Hubo, desde el principio, dos ideas bien claras para mí: la revista sería un permanente homenaje a Casal y a la ciudad. Nunca tuve la intención de reproducir la revista original, sino de tomarla sólo como punto de partida. De esa Habana Elegante solamente tomé el título de una de las secciones: “Ecos y murmullos,” porque sugería un lugar para el chisme y la ironía. Es, de hecho, junto con “La lengua suelta,” la sección más agresiva de la revista. Allí, junto a noticias culturales de actualidad ―premios, ediciones de libros y revistas, presentaciones de escritores en foros académicos y literarios― intercalamos noticias inventadas sobre Alicia Alonso, sucesos igualmente falsos ―pero siempre posibles― ocurridos en La Habana y en Miami. Hay ocasiones en que los periódicos, tanto dentro como fuera de Cuba, ofrecen artículos tan delirantes que ni siquiera es necesario agregar o cambiarles nada. Aquí entra en escena un elemento importante del diseño de la revista ―y en particular de esta sección― que es la manipulación y montaje de imágenes. Si se revisan todos los números de la revista, desde sus inicios hasta ahora, no es difícil constatar que esta manipulación ha ido perfeccionándose con el tiempo y constituye uno de los mayores atractivos de la revista. Estos juegos con textos e imágenes constituyen la base de eso que llamas “marcado matiz irreverente ante la cultura y la política”, y, en efecto, distingue diría yo a La Habana Elegante del resto de las revistas de literatura y cultura cubanas (no solamente electrónicas). A esto hay que agregar la frecuente irrupción en estos desplantes irreverentes del guiño gay a esa cultura. Me interesa destacar esto porque otra cosa que considero distintivo de La Habana Elegante es que su propuesta estética y política escapa ―y lo cuestiona desde dentro― el marcado heterosexismo que no pocas veces media las discusiones culturales. En La Habana Elegante, por decirlo de algún modo, todo ―o al menos intentamos que así sea― aparece corrido: el país, la ciudad, la verdad, la Nación, el exilio. En efecto, si se me pidiera resumir en una frase la estética de la revista, su proyecto cultural, diría que es la «estética de la corrida», del goce rizomático, descontrolado. Por esta razón la lectura de La Habana Elegante requiere entrar en un juego de complicidades, de constante conversión y reconversión de códigos. 

JC: Eres poeta, ensayista, editor y profesor universitario. ¿Cómo te las arreglas para hacer todo eso?

FM: Muy sencillo. Padezco de insomnio. Un insomnio como no puedes imaginarlo, y que no le deseo a nadie. No puedo apagar el «hard drive». Como Macbeth, creo que he asesinado el sueño. A menos que se trate de algún virus implantado por La Jiribilla1. 

JC: Si tuvieras que definirte desde el punto de vista político, cívico, y social, ¿cómo lo harías?

FM: ¡Oye, no hay manera de que renuncies a los viejos hábitos! ¿Qué me defina? No se me ocurre nada más allá de que soy escéptico total, cosa que le agradezco a la Revolución Cubana, que me abrió los ojos. No creo en ningún proyecto político, en ningún partido. Creo que la diferencia entre víctima y verdugo es puramente circunstancial. La pasión del sufrimiento los acerca demasiado; sólo un breve descuido, y ya uno tiene que pensar en la estampida, correr a hacer las maletas y escapar del Mesías. Para decirlo en pocas palabras: sospecho de todas las Causas.    

JC: En Cuba trabajaste en una escuela secundaria y en los Estados Unidos eres profesor universitario. ¿Cuáles son las diferencias y similitudes ―si las hay― entre ambos sistemas educativos? (además de que hay que pagar aquí lógicamente).

FM: En Cuba trabajé también en un Pre-Universitario. Respecto a tu pregunta, anoto una diferencia fundamental, y que para mí justificaría el exilio masivo de los profesores cubanos. La LIBERTAD ―lo que aquí se conoce como libertad académica― para preparar y organizar los cursos como mejor me parezca. Aclaro que en todas partes se cuecen habas, y que he sabido de colegas que han visto limitada esa libertad en este país. Aun así, el margen de libertad es inconmensurablemente mayor que en Cuba. Bueno, en Cuba el problema es que esto no existe. Recibes el curso que tienes que enseñar y no te puedes salir de esa caja. Todos los profesores que enseñan ese curso enseñan lo mismo. Recuerdo que cuando trabajaba en Batabanó, la metodóloga de literatura del municipio de educación nos pidió a Enrique Patterson y a mí (por aquel entonces los dos trabajábamos en IPUEC, los preuniversitarios en el campo) que preparáramos una guía de lectura sobre el Quijote para ser utilizada en todos los institutos del municipio. Patterson se encargó del análisis filosófico del Quijote; yo me ocupé del aspecto literario. A los dos se nos ocurrió incluir, para acercar si se quiere a los estudiantes a la obra, la canción “Locuras,” de Silvio Rodríguez, y la carta de despedida del Che de sus hijos, en la que dice “Otra vez siento bajo mis el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo.” No puedes imaginar la que se armó. Se nos acusó de decir o sugerir que el Che estaba loco. Esto dio lugar a un hostigamiento verdaderamente policíaco. Recuerdo que el metodólogo de marxismo iba a inspeccionar mis clases. Se les recogieron a los estudiantes sus cuadernos para ver lo que estábamos enseñando. Patterson, que ya antes había sido expulsado de la Universidad, perdió su trabajo. Yo dejé el trabajo en el Pre y me fui a trabajar a una escuela de economía en San José de las Lajas. Eventualmente, dejé también la enseñanza. Esto te permitirá comprender por qué valoro tanto la libertad académica en Estados Unidos.    

JC: ¿Es la cuestión racial una preocupación para ti?

FM. No. Lo que llamas la «cuestión racial» me preocupa sólo en términos de ética y derechos humanos. Se trata de algo muy vinculado todavía ―aunque solapadamente― a las políticas eugenésicas, que no son tan del pasado como podría suponerse. Para mí el racismo no es diferente, como problema, de la homofobia, la intolerancia religiosa y política, o de la discriminación de la mujer. En todos los casos se trata de un otro expulsado a las márgenes de la tribu, o al que hay que tolerar (la tolerancia es, en su arrogancia, una de las máscaras de la discriminación). 

JC: ¿Cuál es tu percepción de la situación racial en Cuba y los Estados Unidos? ¿Has tenido alguna experiencia en este sentido?

FM: ¡Y dale con lo mismo! Estados Unidos es un ejemplo de lo que decía antes. Los discursos antiinmigrantes ―tan en boga ahora― no son sino el ropaje tras el que se esconde el racismo. A menudo se olvida que todas las comunidades de inmigrantes que han venido a este país han sufrido la discriminación en carne propia: los chinos, los italianos, los irlandeses, los judíos, todos fueron discriminados. La discriminación de los mexicanos no es un fenómeno nuevo, pero hoy esa discriminación está vinculada al miedo a que cambie el color del país (total que ya está cambiando y nadie puede darle marcha atrás al reloj). En Cuba el racismo nunca dio una organización como el Klu Klux Klan, pero en ambos casos ―en Cuba y Estados Unidos― el racismo se abolió pudiera decirse que por decreto, pero como seguramente sabes un decreto no puede poner fin a una mentalidad arraigada durante siglos. De ahí que hay que decir que sí, que el racismo existe todavía tanto en Cuba como en Estados Unidos. Solamente lo sucedido en New Orleans con el huracán Katrina ―y sobre todo el estado de la ciudad previo al huracán― resulta más que elocuente.

JC: Finalmente, ¿qué es la “Patria” para ti? ¿Piensas “volver” a Cuba algún día?

FM: ¿La Patria? La Patria es sobre todo algo de lo que uno tiene que aprender a librarse. La mía está en el exilio de la escritura, en la arena movediza de las palabras. Mi Patria está en los restos perdidos de Casal, en el polvo de las calles de la ciudad, y sobre todo en la poesía. Esa es la razón por la que nada ni nadie puede desposeerme de ella, ni dármela como regalo, o como herencia. Mi Patria no es nada que puedan fijar los mapas, ni las Causas. Yo también, como Martí, “sueño con claustros de mármol,” pero no voy a responder a los reclamos de los héroes. Sí quisiera despertarlos, animar sus mármoles, defender su belleza ―me viene a la mente ese espléndido argonauta que fue Julio Antonio Mella― de la insana demanda de la Patria al sacrificio. Puedo asegurarte que si justo antes de que Korda hubiese apretado el obturador de la cámara, el Che me hubiese mirado, otra habría sido la historia. Pero claro, tú no vas a creérmelo, y yo no puedo darte ninguna prueba.

Volver a Cuba, llegamos al final, y a paso de tango. ¿Por qué no? Pero volver como se vuelve a cualquier lugar vagamente familiar. Una Cuba íntima, entrañable, y sin embargo hostil, extraña. Volver, sí, pero no sin asegurarme antes de que compré pasaje de ida y vuelta.

Tocatta y Fuga (un poema de Francisco Morán)

Un muchacho pasa por tu calle;
un muchacho cuya hermosura puede salir
                                              intacta
          del fuego,
como la salamandra.
Los dioses griegos que se perdieron,
todo cuanto era claustro de piedra,
nostalgia de la sangre divina del primer
                                              hombre,
está ahora respirando en ese cuerpo
que tus ojos asedian con el desvelo
          de una lámpara;
así, por calles y noches, hasta madurarlo
y la ola tibia de tus manos
lo deje desnudo al fin,
iluminado apenas

por el agradecimiento.

                                  Entre La Habana y Nueva Orleáns,
                                  1991-1995    

Libros que ha publicado Francisco Morán:
El cuerpo del delito (Sevilla, 2001), Island of my Hunger: Cuban Poetry Today (City lights, 2005), Habanero Tú (1997), Casal a Rebours (1996), La pasión del obstáculo, poemas y cartas de Juana Borrero (Stockcero, 2005), La isla en su tinta: antología de la poesía cubana (Verbum, 2000) y Ecce Homo (Ferrol, 1997).
Dirección electrónica de “La Habana Elegante, segunda época”: http://www.habanaelegante.com/
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1-      La Jiribilla es una revista cultural oficialista, editada en Internet por el gobierno cubano, que con frecuencia ataca a los intelectuales exiliados

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