Pero antes de que lean la
entrevista de Morán, quisiera compartir una anécdota de él con los lectores.
Viviendo en La Habana a principios de los 90 recuerdo que alguien me comentaba
que Morán había vendido en el mercado negro toda su colección de discos de
pasta, espléndidos LP que, aunque viejos, eran un tesoro en la Isla, para
dedicarse exclusivamente a escribir e investigar sobre la vida de Julián del
Casal, uno de los poetas cubanos más importantes que, sin embargo, se tenía
casi ignorado entonces en Cuba. Su labor investigativa era tan frenética que
alguien me aseguraba que en cualquier momento nos traería de vuelta el cadáver
de Casal, embalsamado y todo, o que tal vez nos lo traería en persona. El caso
es que todos estábamos a la expectativa del nuevo hallazgo de Francisco y de su
colección envidiable de objetos que pertenecieron al poeta habanero del siglo
XIX. ¡Tal era ya su fama en la Habana! Le agradezco entonces a Morán que haya
aceptado dar esta entrevista, que haya sido tan generoso con sus preguntas y
las mías para los lectores de Blogger Cubano.
Jorge
Camacho: Francisco, ¿cómo fueron tus inicios en la poesía?
Francisco
Morán: Te vas a reír, pero lo primero que escribí fue un
poema con rima consonante y versos de arte menor ―bueno, todo el poema era de
«arte menor»― titulado “Adelante”. Lo escribí cuando estudiaba, creo que en
sexto grado, y no tengo que decirte que era un poema a la Revolución Cubana.
Recuerdo que había separado las estrofas con dibujos de torpederas, aviones de
combate, cascos de soldados.
JC: ¿Cómo te encontraste
con Julián del Casal?
FM: Me gusta tu pregunta,
porque sugiere cierta flanería, un tropiezo en la calle, dar con alguien de
pronto en una esquina, algo personal y secreto. Y es así como me gusta pensar
ese encuentro, como tú lo llamas. Yo estudiaba en la Escuela Provincial de
Artes Plásticas de San Alejandro, en La Habana, y allí también tomaba los
cursos de secundaria básica. Por aquel entonces odiaba la clase de español, que
por lo general no pasaba de los estudios de gramática y ortografía. Las clases
de literatura eran también aburridas, y en una de ellas se abordó la poesía de Casal,
pero, como sucede frecuentemente, su vida y sus versos nos los presentaron como
el negativo de los de Martí. De Casal nos dieron un poema fácilmente olvidable,
lacrimógeno: “A mi madre”. En cuanto a Martí, comentamos “Yugo y Estrella”. En
realidad no había mucho para escoger, pero en aquellos momentos recuerdo la
impresión que me causó la masividad del sonido martiano, su solemnidad. Aquello
era como una sinfonía, y a su lado Casal lloriqueaba como un violín roto.
Olvidé a Casal. Podría decir que completamente. Eso fue hasta que me atreví a
mostrarle a un amigo de la escuela unos poemas que había estado escribiendo. Su
respuesta fue que mis poemas, por su pesimismo, les recordaban los de Casal. Su
consejo ―siguiendo el que, según él, Martí le había dado a Casal― fue que me
fuera al monte, hiciera ejercicios y cogiera un poco de sol.
¿Casal? Recordé entonces,
por supuesto, la clase de literatura, y corrí a averiguar lo que pudiera sobre
ese poeta al que ―acababa de enterarme― me le parecía tanto. Por supuesto, mi
pobre amigo se equivocó en una cosa: no fue Martí, sino Manuel de la Cruz ―y
muchos otros― los que, directa o indirectamente, le dieron tales consejos a
Casal. Más sorpresa me causó, sin embargo, que un siglo después un estudiante
de una escuela de arte estuviese repitiendo las mismas sandeces. Hoy no me
asombra. Estábamos en La Habana, el sol revolucionario alumbraba
implacablemente sobre nuestras cabezas, se avecinaba ―en perfecta coherencia
con esa espléndida luminosidad― lo que
todavía se llama ―bastante eufemísticamente― el «Quinquenio Gris».
La poesía de Casal ―leí
completo el tomo de sus Poesías de la Edición del Centenario― fue una
revelación en más de un sentido. La pirotecnia del estilo, asombrosa sin dudas,
estaba anudada a una indagación de los márgenes de la subjetividad que me
pareció fascinante. La asociación oro-pantano, materiales preciosos-miasmas,
así como las representaciones de los cuerpos masculinos de impoluta belleza y,
no obstante, cortejados por la destrucción, congelados en la pose decadente,
son decisivos en Casal, y no podría explicar el impacto en mi imaginación de
poemas como “La cólera del infante”, “La agonía de Petronio” o “Flores de
éter.” En este sentido no exageraría al decir que la lectura de Casal fue
también decisiva en el reconocimiento de mis propios deseos homosexuales.
Aquellos poemas me hablaban directamente a mí, se esforzaban por significar
algo que, yo intuía, estaba dirigido a mí. La poesía de Casal me mostró que la
poesía podía hacerse cuerpo, que la letra podía sajar, penetrar, cobrar un
espesor inusitado al cortar, como un cuchillo, o cincelar un gesto, una pose.
Fue, pues, en efecto, un encuentro, un flirteo erótico, una concupiscencia a
través de la escritura que dio lugar a una relación amorosa que ha sobrevivido,
y hasta se ha afilado, incluso tras mi experiencia académica en Estados Unidos.
Mi encuentro con Casal
significó también, por otra parte, un reencuentro con la ciudad. Fue como si a
través de sus crónicas, de los periódicos como La Habana Elegante y La
Caricatura, la ciudad me hubiese sido presentada de nuevo. Cuerpo, ciudad y
escritura son inseparables en la escritura de Casal. Por eso siempre me
parecieron tan absurdas las acusaciones de evasión o de torremarfilismo que se
le hicieron. La experiencia de vivir la poesía hacia adentro, a partir de una
producción rizomática, lejos de significar una alienación del entorno social y
urbano, produjo una escritura en la que el cuerpo quedó inscrito,
visceralmente, en los paseos por la ciudad.
JC: ¿Por qué viniste a los
Estados Unidos?
FM: Los primeros años de
la década del 90 fueron muy intensos para mí. Eran los años del fervor de la
azotea de Reina María. Algunos, sin saberlo acaso, estábamos viviendo la
experiencia de Casal: éramos poetas y vivíamos como poetas en Cuba. La
celebración del Centenario del segundo libro de Casal ―Nieve― en 1992, y la
conmemoración del Centenario de su muerte, en 1993, marcan un período de
intensa vida poética. Las lecturas de poesía en la azotea, pero también en los
pocos cafés que nos quedaban: La lluvia de oro, en Obispo, la Casa del Té de
Mercaderes. Por otra parte, las conversaciones con los amigos (Ponte, Marqués
de Armas, Fowler, Juan Carlos Flores, González Castañer y muchos otros) en sus
casas o en cualquier esquina de la ciudad donde nos topábamos de pronto
(algunos de nosotros comenzamos a trabajar como guardias nocturnos, y los
centros de trabajo se convertían también en espacios de discusión y lectura de
poesía), le imprimieron una energía a esos años que contrastaban marcadamente
con el deterioro, cada vez mayor, de la ciudad y de la ideología del Estado. Si
esa ideología del Estado había ocupado, más o menos exitosamente, todo el
espacio público, y también el lenguaje, nosotros percibíamos que la defensa de
la autonomía literaria había llegado a ser más apremiante que nunca. Nos
encontramos, en 1994, de vuelta al conflicto que se le había planteado a Casal
en su tiempo, y descubrimos ―como antes Casal― que sólo había una respuesta
posible: a la arrogancia de la ideología que exigía la unidad a expensas del
sacrificio de las conciencias individuales, había que responder con una
arrogancia de signo contrario: afirmar el valor autónomo de la escritura. No
como escape sino, por el contrario, como modo de entrar en la batalla.
Todo esto, debes recordar,
sucedía al mismo tiempo que se producían signos inequívocos del desmoronamiento
del modelo cubano: el maleconazo, la crisis de los balseros. La crisis de los
balseros en particular, lo que vi en esos días sin poder llegar a procesarlo
del todo, simplemente porque era sobrecogedor, me llevó a un estado de
depresión como no imaginas. En 1994 fui invitado a hacer una lectura de poesía
en la Casa del Joven Creador. Había seleccionado algunos poemas de un libro en
el que venía trabajando desde hacía unos
meses: Habanero Tú. Con esa lectura
celebraría también mi cumpleaños. Al llegar a la Casa, Victor Fowler me llamó
aparte para alertarme de que a Fernando Rojas (entonces el presidente de la
Asociación Hermanos Saíz) le habían llegado noticias de que yo leería poemas
contrarrevolucionarios. Fowler suponía que Rojas, que ya había llegado, querría
leer los poemas él antes de que yo hiciera la lectura pública. El consejo de
Fowler fue el de no permitir lo que, obviamente, tenía los tintes de una
censura, y comenzar la lectura con las personas que ya hubieran llegado. Los
hechos le dieron la razón a Fowler. Rojas me hizo pasar a su despacho, o a una
especie de oficina y, pretextando que no podría quedarse toda la lectura por
estar indispuesto, expresó que quería leer algunos de los poemas que yo había
seleccionado. La excusa no podía ser más burda. Le sugerí que comenzáramos con
la lectura pública de inmediato, y que si él tenía que marcharse al menos no se
perdería todo el recital. Y así lo
hicimos.
Quisiera mencionar también
que un año antes, en 1993, cuando organizamos ―los poetas más jóvenes, y yo, que entonces no lo
era tanto― el homenaje a Casal por su Centenario, tuvimos que enfrentar
igualmente la censura. La columna “Hojas al viento” ―cedida por Juventud
Rebelde, después de arduas discusiones, para publicar reflexiones de escritores
de distintas generaciones en torno al Centenario― fue censurada junto con el
primer envío. Se trataba del paralelo que proponía Ismael González Castañer
entre La Habana de Casal y la nuestra. A esto hay que agregar también la
prohibición expresa de que incluyéramos textos de Lorenzo García Vega y de
Esperanza Figueroa en una antología sobre Casal ―La Habana Elegante. Julián del Casal In Memoriam― que publicó la
Casa Editora Abril en 1993.
Si te cuento todo esto es
para que pueda ponerse en contexto mi decisión de no regresar a Cuba. Llegué a
Estados Unidos el 7 de noviembre de 1994 ―no olvido esa fecha porque es la del
natalicio de Casal― con otros escritores y el músico Pedro Luis Ferrer,
invitados a participar en un coloquio sobre cultura cubana que tuvo lugar en la
Universidad de Tulane, en New Orleans, y que había sido organizado por Daniel
Balderston. Lo demás es historia.
JC: En tu poesía tratas el
tema gay, ¿qué significa para ti este tema? ¿Piensas que ser gay y mulato lleva
un estigma más fuerte que ser gay y blanco en Cuba y en los Estados Unidos?
FM: Los primeros poemas
homoeróticos, o específicamente gays, los escribí en Cuba. “Un muchacho” ―que
fue el primero que publiqué― apareció en la plaquette El arte de la fuga (La Habana: Extramuros, 1992). Este poema
aparece incluido, y re-titulado como “Tocatta y Fuga”, en Ecce Homo (Ferrol, Galicia, 1997), ganador del accesit del premio
Esquío. No me veo escribiendo poemas de tema “gay,” sino que esto entra más
bien como catalizador de la reflexión sobre conflictos que están en el centro
mismo de mis preocupaciones civiles y literarias: la guerra, el nacionalismo,
el cuerpo, la ciudad, el exilio. Esto quizá se vea mejor en El cuerpo del delito, que fue el
poemario con el que gané el premio Luis Cernuda en 1999. En cuanto a si soy o no gay, ya eso te lo
respondí antes de que me lo preguntaras. Me preguntas también por el estigma
que pesa sobre la homosexualidad, y yo prefiero situar el énfasis ―sin negar,
desde luego, la importancia de lo racial― en lo político.
Mientras más fuerte y
autoritario es el discurso nacionalista ―y Cuba y los Estados Unidos se dan la
mano en este sentido― la figura del héroe, del guerrero, comienza a adquirir la
forma de un culto que no es otra cosa que el culto a los ideales masculinos. El
guerrero viene a representar así al sujeto masculino intacto, cerrado, en
oposición a la forma sospechosamente abierta, femenina, de la Nación. La mujer,
por tanto, identificada ―explícitamente o no― con la forma abierta, misteriosa,
rizomática, de la naturaleza, es emblema de abyección por cuanto ― y esto es
fundamental en el caso específico de la Nación ― implica la posibilidad de la
violación. Quisiera aclarar, sin embargo, que como advierte Brett Levinson en The Ends of Literature, el problema no
es tanto que el sujeto masculino sea cerrado, como que puede disimular mejor,
esconder la hendidura que es más visible en la mujer. Eso explica la ansiedad
masculina, el terror a rajarse, a abrirse. Conviene que apuntemos también aquí
una deliciosa paradoja: mientras más se arraiga el culto a la figura masculina,
mayor es, desde luego, el peligro de que se desaten los deseos homoeróticos, y
aun aquéllos más explícitamente gays. Después de todo, el paso de la admiración
exacerbada al héroe ―sobre todo si éste muere joven y bello― al deseo, sólo
parece la consecuencia lógica y natural, es decir, la realización definitiva de
esa adoración. ¿Quién puede negar, para no mencionar más que un ejemplo de
todos conocido, que la popularidad y más específicamente el marketing de que
goza la figura del Che está asociado, o más aún, es inseparable, de su belleza
física? Mira, por ejemplo, al Western norteamericano: difícil encontrar otra
expresión de la cultura popular en la que el culto a la fuerza masculina se
resuelve en las clásicas escenas de la pareja (los dos buddies) perdiéndose en
el horizonte, o en el duelo entre el héroe y el villano, cada uno sacando sus
respectivos revólveres. No pocas veces el elemento erótico de esta escena
aparece reforzado por tomas de cámara que se recrean, voluptuosamente, en la
mano que busca el arma escondida. Agrega a esto que son películas en las que el
ideal de la felicidad es la de los cowboys (la banda, los héroes, los
alguaciles) persiguiéndose unos a otros, mientras el rol de las mujeres se
reduce a poco menos que la necesidad del guión de afirmar la heterosexualidad
de los jugadores. Dicho esto, no resulta difícil comprender por qué las
sociedades patriarcales que estimulan el deseo homoerótico se ven compulsadas,
con la misma energía, a poner una interdicción sobre el deseo homosexual.
JC: ¿Fuiste alguna vez
discriminado por algún motivo (raza, sexo, religión, política, etc.) en Cuba o
en los Estados Unidos?
FM: En Cuba, en Estados
Unidos, o en cualquier otro lugar del mundo, la discriminación es siempre un
problema de temor a la diferencia, y la expresión de una mentalidad tribal (la
Patria y la Nación son las nombres de las tribus en Occidente). El problema de
la discriminación yo lo planteo en términos de marginación, de cierta forma de
exilio. No he percibido ninguna forma de discriminación, en Cuba o en Estados
Unidos, por razones de raza, o de religión. En cuanto al sexo y la política, ya
ésa es otra historia. En ambos casos desarrollé muy temprano la intuición de la
exclusión del grupo en virtud de mi diferencia. Y aún cuando en Estados Unidos
he podido vivir, digamos que de una manera más humana ―sí, más humana― que en
Cuba, no por ello voy a negar que aquí soy también, potencialmente al menos,
excluible. Y me estoy refiriendo tanto a la sexualidad como a la política. Mi
oposición absoluta a los autoritarismos de toda especie no es ciertamente la
manera más segura de evitar la marginación, o incluso la vigilancia, en Cuba o
en Estados Unidos. Pero hay algo más. Nos hemos acostumbrado a hablar de
discriminación, de sujetos discriminados como opuestos a sujetos que
discriminan, y creo que esa dicotomía es un error político muy serio. Ser
discriminado no pone al individuo necesaria ni automáticamente del lado de las
víctimas y en contra de los opresores. Un negro puede ser discriminado en
virtud de su raza y ―sin negar la legitimidad de ese dolor, ni su derecho a la
justicia― puede ocurrir, y de hecho sucede, que ese mismo negro discrimine a
otro individuo por ser homosexual. Si quieres un ejemplo más claro de esa
inconsecuencia, ahí están los casos de algunos líderes negros que se niegan a ver
en los reclamos de derechos de la comunidad gay un problema esencialmente
humano digno de ser considerado dentro de la lucha por los derechos
civiles.
JC. Desde hace varios años
eres el editor de una de las revistas cubanas más leídas y galardonadas en la
red: “La Habana Elegante, segunda época”. ¿Cómo comenzó el proyecto de la
revista? Además tu revista toca temas que otras revistas no tocan y tiene un
marcado matiz irreverente ante la cultura y la política. ¿Me quieres explicar
esto?
FM. Una vez en los Estados
Unidos, al escribirles a mis amigos y familiares en Cuba, empecé a encabezar la
dirección del remitente con: Redacción de La Habana Elegante. Se trataba de un
chiste, pero las cartas que yo recibía empezaron a ser dirigidas a su vez a la
Redacción de La Habana Elegante. Posteriormente, con la primera computadora y
el primer printer, imprimí un papel de carta encabezado por una foto de la
calle Obispo, junto a Redacción de La Habana Elegante y la dirección de mi
casa. Un día, mientras miraba una página original de L.H.E que traje conmigo de
La Habana, mi pareja ―Michael― me preguntó por qué no hacíamos la revista.
Desde luego, yo dije enseguida que sí, pero hay que decir que ni él ni yo
teníamos absolutamente ninguna idea de cómo se hacía un website.
Estamos en 1997, a
mediados más o menos. Como yo estaba terminando mis estudios de maestría en la
Universidad de New Orleans y no tenía mucho tiempo, Michael se dio a la tarea
de estudiar los misterios de la red cibernética. Yo me dediqué a considerar ―en
el poco tiempo de que disponía― el diseño que tendría la revista. Hubo, desde
el principio, dos ideas bien claras para mí: la revista sería un permanente
homenaje a Casal y a la ciudad. Nunca tuve la intención de reproducir la
revista original, sino de tomarla sólo como punto de partida. De esa Habana
Elegante solamente tomé el título de una de las secciones: “Ecos y murmullos,”
porque sugería un lugar para el chisme y la ironía. Es, de hecho, junto con “La
lengua suelta,” la sección más agresiva de la revista. Allí, junto a noticias
culturales de actualidad ―premios, ediciones de libros y revistas,
presentaciones de escritores en foros académicos y literarios― intercalamos
noticias inventadas sobre Alicia Alonso, sucesos igualmente falsos ―pero siempre
posibles― ocurridos en La Habana y en Miami. Hay ocasiones en que los
periódicos, tanto dentro como fuera de Cuba, ofrecen artículos tan delirantes
que ni siquiera es necesario agregar o cambiarles nada. Aquí entra en escena un
elemento importante del diseño de la revista ―y en particular de esta sección―
que es la manipulación y montaje de imágenes. Si se revisan todos los números
de la revista, desde sus inicios hasta ahora, no es difícil constatar que esta
manipulación ha ido perfeccionándose con el tiempo y constituye uno de los
mayores atractivos de la revista. Estos juegos con textos e imágenes
constituyen la base de eso que llamas “marcado matiz irreverente ante la
cultura y la política”, y, en efecto, distingue diría yo a La Habana Elegante del
resto de las revistas de literatura y cultura cubanas (no solamente
electrónicas). A esto hay que agregar la frecuente irrupción en estos
desplantes irreverentes del guiño gay a esa cultura. Me interesa destacar esto
porque otra cosa que considero distintivo de La Habana Elegante es que su
propuesta estética y política escapa ―y lo cuestiona desde dentro― el marcado
heterosexismo que no pocas veces media las discusiones culturales. En La Habana
Elegante, por decirlo de algún modo, todo ―o al menos intentamos que así sea―
aparece corrido: el país, la ciudad, la verdad, la Nación, el exilio. En
efecto, si se me pidiera resumir en una frase la estética de la revista, su
proyecto cultural, diría que es la «estética de la corrida», del goce
rizomático, descontrolado. Por esta razón la lectura de La Habana Elegante
requiere entrar en un juego de complicidades, de constante conversión y
reconversión de códigos.
JC: Eres poeta, ensayista,
editor y profesor universitario. ¿Cómo te las arreglas para hacer todo eso?
FM: Muy sencillo. Padezco
de insomnio. Un insomnio como no puedes imaginarlo, y que no le deseo a nadie.
No puedo apagar el «hard drive». Como Macbeth, creo que he asesinado el sueño.
A menos que se trate de algún virus implantado por La Jiribilla1.
JC: Si tuvieras que
definirte desde el punto de vista político, cívico, y social, ¿cómo lo harías?
FM: ¡Oye, no hay manera de
que renuncies a los viejos hábitos! ¿Qué me defina? No se me ocurre nada más
allá de que soy escéptico total, cosa que le agradezco a la Revolución Cubana,
que me abrió los ojos. No creo en ningún proyecto político, en ningún partido.
Creo que la diferencia entre víctima y verdugo es puramente circunstancial. La
pasión del sufrimiento los acerca demasiado; sólo un breve descuido, y ya uno
tiene que pensar en la estampida, correr a hacer las maletas y escapar del
Mesías. Para decirlo en pocas palabras: sospecho de todas las Causas.
JC: En Cuba trabajaste en
una escuela secundaria y en los Estados Unidos eres profesor universitario.
¿Cuáles son las diferencias y similitudes ―si las hay― entre ambos sistemas
educativos? (además de que hay que pagar aquí lógicamente).
FM: En Cuba trabajé
también en un Pre-Universitario. Respecto a tu pregunta, anoto una diferencia
fundamental, y que para mí justificaría el exilio masivo de los profesores
cubanos. La LIBERTAD ―lo que aquí se conoce como libertad académica― para
preparar y organizar los cursos como mejor me parezca. Aclaro que en todas
partes se cuecen habas, y que he sabido de colegas que han visto limitada esa
libertad en este país. Aun así, el margen de libertad es inconmensurablemente
mayor que en Cuba. Bueno, en Cuba el problema es que esto no existe. Recibes el
curso que tienes que enseñar y no te puedes salir de esa caja. Todos los
profesores que enseñan ese curso enseñan lo mismo. Recuerdo que cuando
trabajaba en Batabanó, la metodóloga de literatura del municipio de educación
nos pidió a Enrique Patterson y a mí (por aquel entonces los dos trabajábamos
en IPUEC, los preuniversitarios en el campo) que preparáramos una guía de
lectura sobre el Quijote para ser utilizada en todos los institutos del
municipio. Patterson se encargó del análisis filosófico del Quijote; yo me
ocupé del aspecto literario. A los dos se nos ocurrió incluir, para acercar si
se quiere a los estudiantes a la obra, la canción “Locuras,” de Silvio
Rodríguez, y la carta de despedida del Che de sus hijos, en la que dice “Otra
vez siento bajo mis el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga
al brazo.” No puedes imaginar la que se armó. Se nos acusó de decir o sugerir
que el Che estaba loco. Esto dio lugar a un hostigamiento verdaderamente
policíaco. Recuerdo que el metodólogo de marxismo iba a inspeccionar mis
clases. Se les recogieron a los estudiantes sus cuadernos para ver lo que
estábamos enseñando. Patterson, que ya antes había sido expulsado de la
Universidad, perdió su trabajo. Yo dejé el trabajo en el Pre y me fui a
trabajar a una escuela de economía en San José de las Lajas. Eventualmente,
dejé también la enseñanza. Esto te permitirá comprender por qué valoro tanto la
libertad académica en Estados Unidos.
JC: ¿Es la cuestión racial
una preocupación para ti?
FM. No. Lo que llamas la
«cuestión racial» me preocupa sólo en términos de ética y derechos humanos. Se
trata de algo muy vinculado todavía ―aunque solapadamente― a las políticas
eugenésicas, que no son tan del pasado como podría suponerse. Para mí el
racismo no es diferente, como problema, de la homofobia, la intolerancia
religiosa y política, o de la discriminación de la mujer. En todos los casos se
trata de un otro expulsado a las márgenes de la tribu, o al que hay que tolerar
(la tolerancia es, en su arrogancia, una de las máscaras de la
discriminación).
JC: ¿Cuál es tu percepción
de la situación racial en Cuba y los Estados Unidos? ¿Has tenido alguna
experiencia en este sentido?
FM: ¡Y dale con lo mismo!
Estados Unidos es un ejemplo de lo que decía antes. Los discursos
antiinmigrantes ―tan en boga ahora― no son sino el ropaje tras el que se
esconde el racismo. A menudo se olvida que todas las comunidades de inmigrantes
que han venido a este país han sufrido la discriminación en carne propia: los
chinos, los italianos, los irlandeses, los judíos, todos fueron discriminados.
La discriminación de los mexicanos no es un fenómeno nuevo, pero hoy esa
discriminación está vinculada al miedo a que cambie el color del país (total
que ya está cambiando y nadie puede darle marcha atrás al reloj). En Cuba el
racismo nunca dio una organización como el Klu Klux Klan, pero en ambos casos ―en
Cuba y Estados Unidos― el racismo se abolió pudiera decirse que por decreto,
pero como seguramente sabes un decreto no puede poner fin a una mentalidad
arraigada durante siglos. De ahí que hay que decir que sí, que el racismo
existe todavía tanto en Cuba como en Estados Unidos. Solamente lo sucedido en
New Orleans con el huracán Katrina ―y sobre todo el estado de la ciudad previo
al huracán― resulta más que elocuente.
JC: Finalmente, ¿qué es la
“Patria” para ti? ¿Piensas “volver” a Cuba algún día?
FM: ¿La Patria? La Patria
es sobre todo algo de lo que uno tiene que aprender a librarse. La mía está en
el exilio de la escritura, en la arena movediza de las palabras. Mi Patria está
en los restos perdidos de Casal, en el polvo de las calles de la ciudad, y
sobre todo en la poesía. Esa es la razón por la que nada ni nadie puede
desposeerme de ella, ni dármela como regalo, o como herencia. Mi Patria no es
nada que puedan fijar los mapas, ni las Causas. Yo también, como Martí, “sueño
con claustros de mármol,” pero no voy a responder a los reclamos de los héroes.
Sí quisiera despertarlos, animar sus mármoles, defender su belleza ―me viene a
la mente ese espléndido argonauta que fue Julio Antonio Mella― de la insana
demanda de la Patria al sacrificio. Puedo asegurarte que si justo antes de que
Korda hubiese apretado el obturador de la cámara, el Che me hubiese mirado,
otra habría sido la historia. Pero claro, tú no vas a creérmelo, y yo no puedo
darte ninguna prueba.
Volver a Cuba, llegamos al
final, y a paso de tango. ¿Por qué no? Pero volver como se vuelve a cualquier
lugar vagamente familiar. Una Cuba íntima, entrañable, y sin embargo hostil,
extraña. Volver, sí, pero no sin asegurarme antes de que compré pasaje de ida y
vuelta.
Un
muchacho pasa por tu calle;
un
muchacho cuya hermosura puede salir
intacta
del fuego,
como
la salamandra.
Los
dioses griegos que se perdieron,
todo
cuanto era claustro de piedra,
nostalgia
de la sangre divina del primer
hombre,
está
ahora respirando en ese cuerpo
que
tus ojos asedian con el desvelo
de una lámpara;
así,
por calles y noches, hasta madurarlo
y
la ola tibia de tus manos
lo
deje desnudo al fin,
iluminado
apenas
por
el agradecimiento.
Entre La Habana y Nueva Orleáns,
1991-1995
Libros
que ha publicado Francisco Morán:
El cuerpo del delito (Sevilla, 2001), Island of my Hunger:
Cuban Poetry Today (City lights, 2005), Habanero
Tú (1997), Casal a Rebours (1996), La pasión del obstáculo, poemas
y cartas de Juana Borrero (Stockcero,
2005), La isla en su tinta: antología de la poesía cubana (Verbum, 2000) y Ecce Homo (Ferrol, 1997).
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1- La Jiribilla es una revista cultural
oficialista, editada en Internet por el gobierno cubano, que con frecuencia
ataca a los intelectuales exiliados
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