El nuevo periodismo en Cuba / Manuel Cuesta Morúa

El surgimiento del periodismo independiente en Cuba data de finales de los años 80 del pasado siglo. Una eclosión de pequeñas agencias se abrió paso por toda la isla, estableciéndose como centros puntuales para, por primera vez después de 1959, construir la información desde los hechos sociales. Esto es ya democratización en el nivel de la opinión, independientemente de que su primer impacto se limite al espacio simbólico y al mundo exterior. A partir de aquí se rompe el monopolio estatal en la emisión informativa. 

Es bueno contrastar la narrativa del periodismo independiente con la narrativa del periodismo oficial para captar el significado del primero y su impacto en la realidad cubana. La prensa oficial es periodismo solo por su formato: producción diaria, respuestas de interrogación como base y estructura del estilo  formal de los hechos narrados o informados, y cuerpo de corresponsales, periodistas y editores encargados de publicar, lo que asume como noticia, por los medios habituales de información. Hasta ahí. Porque en un sentido estricto, no se trata con la prensa oficial del concepto periodístico de publicar, que es el de ofrecer información sin conclusiones, sino del concepto ideoestético de publicidad, donde se intenta mostrar subliminalmente un hecho políticamente intencionado. 

La prensa oficial abandona el periodismo en su naturaleza originaria de informar lo noticiable en un rango jerarquizado de hechos sociales, y en el sentido de vigilancia institucionalizada de las instituciones y los sujetos del poder.  Se convierte por ello en un medio de combate que arroja las herramientas y el espíritu crítico consustanciales al ejercicio de la información, para asumir una función apologética del Estado, asimilándose así al sentido y estructura de la heráldica informativa. Su misión no es pues emancipar al lector, su tarea es coaptarlo. 

De modo que el periodismo oficial no narra hechos sociales; narra hechos políticos del poder. Su problema, a pesar de las críticas que se le han hecho y se le hacen, no es por tanto con la objetividad de la supuesta información que brinda. Su problema radica en su capacidad o incapacidad para interpretar y reflejar con más o menos imaginación la subjetividad cotidiana del poder político desde su interés de moldeo ideológico.  Por eso me ha parecido siempre injusto juzgar a la prensa oficial cubana a partir de los criterios de objetividad, instantaneidad, contraste de visiones, imparcialidad y censura.  No obstante, a su manera, y aunque resulte paradójico, ella participa de lo que será una característica pronunciada del nuevo periodismo: el valor de la subjetividad, propio de ese periodismo de opinión que se constituye como plataforma de lanzamiento del nuevo periodismo en Cuba.

El nuevo periodismo empieza compartiendo con el periodismo oficial un punto básico: para ambos, todavía, el mensaje sigue siendo el mensaje. El famoso aserto del educador y filósofo canadiense Herbert Marshall McLuhan de que el medio es el mensaje no se cumple en ninguno de los dos casos. Combatir, a través del medio noticioso, concentra todos los esfuerzos en precisar el filo de los mensajes, sin preocuparse por la tecnología o la economía de los medios.

Ahí, entre el intento de recuperar la naturaleza originaria del periodismo y la necesidad de abrirse paso y defenderse de la respuesta política del poder, se desarrolla ese nuevo periodismo de finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado.  Él también es combativo, de denuncia y, en un sentido fundamental, es incluso ideológico.

Como se ve, he utilizado hasta ahora el contraste entre nuevo periodismo y periodismo oficial, cuando la comparación lógica parecería ser entre nuevo y viejo periodismos.  

Pero mi lógica es la siguiente. Si hacemos un análisis, empezando por el tipo de medios hasta llegar a  la estructura organizacional, no habría muchas diferencias entre el nuevo y el periodismo oficial. Ambos coinciden en el empleo de la máquina de escribir, ambos se organizan desde agencias centrales con una miríada de corresponsales y un editor que elige lo noticiable, y ambos establecen una estructura jerárquica muy tradicional.  En esta perspectiva, no son ni viejo ni nuevo periodismo. Son periodismo a secas, que se atiene a un modo más o menos eficaz de organizar la objetividad informativa y filtrar las fuentes.   

Lo que hace nuevo al periodismo independiente que surge es su carácter social, un tipo de periodismo cívico y ciudadano que intenta dar voz más que informar. Desde luego que pretende informar. Por este camino viene el sentido de recuperación del periodismo en su sentido lato. Buscar los hechos, definir sus fuentes, atenerse a lo acontecido, contrastar los discursos con la realidad, marcar sus distancias con la política y narrar lo que el poder esconde le devuelve al periodismo su función de informar a costa del poder y de los poderosos. El periodismo independiente pretende y de algún modo logra colocarse como un segundo poder. Se pone así de frente al periodismo como continuidad del poder y debe sufrir por supuesto las consecuencias.

¿Cuáles? Para empezar, el periodismo independiente es un periodismo de fuentes silenciosas o fuentes secas. Si la prensa oficial no tiene entrada a los departamentos de las empresas, en los ministerios, en los centros de producción y mucho menos a los centros estadísticos de la burocracia o a entrevistas con los responsables al mando; si ella no puede siquiera arrancar información de modo extra oficial protegiendo sus fuentes débiles; pero si además no concibe en su decálogo  la posibilidad de hurgar y construir la información a pesar de las restricciones que impone el Estado, ¿cómo será entonces para la debutante prensa independiente el tratamiento posible de y con las fuentes?   ¿De dónde podrá obtener su información y cuán objetiva podrá ser? ¿De qué modo construirá su credibilidad frente a reales y potenciales lectores, situados en su mayoría en países donde la medición y el escrutinio sobre la prensa son más o menos rigurosos?  

La prensa independiente tenía y tiene serias dificultades para construir su credibilidad basándose en un uso verosímil de las fuentes. Simplemente no ha tenido posibilidad de acceso, del mismo modo que no la tuvieron ni tienen la prensa oficial o la prensa extranjera acreditada en Cuba.  La más inteligente y mejor situada de las agencias independientes podía y puede construir información veraz contrastando o explotando las contradicciones visibles a partir de la información ofrecida o los datos ocultos —los datos que se obtienen desde la famosa lectura entre líneas— y creando una fuente especial por la acumulación de una serie informativa de datos y hechos oficiales que permita un periodismo investigativo de cierto rigor. A fin de cuentas, la realidad no se puede ocultar todo el tiempo con todo el éxito. Aquel tipo de periodismo independiente que usa bien ese tipo fuentes seriadas ha sido excelentemente hecho por el sector que se dedica a los temas económicos, más fáciles de tratar de esa manera.  

Por eso la prensa independiente logra su credibilidad e instalarse como institución social de importancia en Cuba por otras tres vías importantes. Por la vía de la presión al poder, a quien obligó y obliga a brindar más y mejor información al público, la que a su vez servía y sirve de fuente indirecta para crear información independiente más apegada a la realidad y sin necesidad de entrevistar a un ministro o de tener acceso a los archivos de la burocracia; por la vía de rasgar la imagen del poder, mediante la cual el periodismo independiente fue creando con tenacidad una matriz de opinión negativa del régimen desde la denuncia frente a la opinión pública internacional; y, finalmente, por la vía del periodismo social y cívico.

Porque si el periodismo de opinión independiente ha sido  clave para desnudar cotidianamente al Rey, mostrando a través de grandes agregados generales la creciente  y pertinaz contradicción entre el discurso del triunfo y la miseria de la realidad, el periodismo social y cívico, también llamado periodismo ciudadano, ha sido el que le ha dado voz y rostro a las historias de vida, a los pequeños y no tan pequeños acontecimientos cotidianos que ocurren en pueblos distantes, en comunidades alejadas, y en lugares y desde hechos a los que jamás se ha acercado ni remotamente la prensa oficial cubana. Ha sido un periodismo cívico también de otra manera: contando el lado positivo de la historia de la sociedad civil; cómo esta construye sus espacios y proyectos, y cómo interactúa, donde ha sido y es posible, con el resto de la sociedad.    

En este sentido el periodismo independiente nacido a fines de la década de los 80 y principios de la década de los 90 del siglo pasado, anticipa el fenómeno blogger. ¿De qué manera?  Por sus contenidos. La limitación objetiva de construir un periodismo de fuentes, inmediato y con acceso al poder, le proporciona al periodismo independiente en Cuba las avenidas de lo social, del story telling en tiempo real, de las peripecias de la vida cotidiana como fuentes para narrar y mostrar la otra realidad que el mundo no imagina, que los cubanos que viven a una esquina de distancia de los desgarramientos ocultos desconocen, y que el poder ha decidido ignorar y prefiere tirar bajo la alfombra de su utopía vivida.

Cuando la prensa oficial muestra rostros felices, proyectos terminados y obras sociales en construcción, la prensa independiente muestra el reverso, lo inacabado y los rostros con arrugas que han aguardado por años su bienestar o el fin de sus precariedades.  Las primeras historias vivas de la marginalidad y de los mercados vacíos aparecen en los textos de la prensa independiente que solo puede llegar con su libreta de notas a pueblos, comunidades y barrios que le circundan para luego dictarlas por teléfono en mensajes de voz. Las primeras imágenes de hospitales deshechos fueron vistas tras la lente de foto—reporteros independientes que mostraban  las grietas ensanchadas en el sistema de salud cubano. De modo que los primeros blogs en Cuba fueron de papel.  

Su rol ha sido importante como la primera fuerza que permite en Cuba, y para los cubanos que pueden seguirla, la democratización de la información. De tres formas diferentes y complementarias: por la posibilidad de otro punto de vista, por la visibilidad de otra versión hecha con datos fragmentarios y por la apertura y escucha de otras voces que vienen desde abajo. 

La represión a la prensa independiente de 2003 podría entenderse de otro modo como un intento, fallido a la larga, de impedir que el real o supuesto enemigo obtuviera una visión distinta y sistemática de la realidad cubana. Nunca debería verse como la necesidad de cortar un flujo de información sensible descodificada para uso del enemigo, tal como ha pretendido hacer ver la ridícula y cruel Ley 88, o Ley Mordaza como mediáticamente se le conoce. 

El impacto agregado más importante de la prensa independiente es, en consecuencia, el de la democratización. Las redes sociales que toman impulso en el mundo a fines de los años 90 y a partir del 2004 y 2005 en Cuba solo potenciaron el efecto democratizador que la prensa independiente venía fraguando desde el siglo pasado. Tienen algo de razón por eso los periodistas independientes que se quejan de los efectos mediáticos de aquello que intuyó MacLuhan: la conversión del medio en el mensaje. Y este fue el caso con la aparición de las bitácoras digitalizadas y de otras redes sociales de comunicación instantánea.

Las redes sociales

Con la irrupción del blog dio la impresión de que irrumpía también la suerte de periodismo social y cívico que lo constituye como fenómeno fuerte dentro de los medios masivos de comunicación  globalizados y dentro de la sequedad de la prensa en Cuba.  Pero las bitácoras personales eran la realidad de la prensa independiente en la isla, no por elección sino por necesidad de ser y hacer algo diferente, perseverar y sobrevivir sacando a la luz el tipo de información que no demanda ni depende de fuentes ligadas al Estado, y que se puede conformar con una observación inteligente y perspicaz de la realidad social. Esta información es casi siempre mediata, contada en crónicas literarias y constituye noticia retardada.

Lo que el periodismo independiente quizá perdió de vista fue el impacto exponencial e integrativo del blog como referente dentro de las redes sociales, y la capacidad de estas para potenciar la comunicación y darle una capacidad exponencial a la información, a la opinión y a las historias bien contadas. En las redes sociales no es necesario ni siquiera escribir correctamente o con estilo, basta saber contar una historia atractiva con un nuevo lenguaje virtual y tener la voluntad de hacerlo.

Esto último es lo más importante, desde mi perspectiva, como efecto democratizador provocado por el nuevo periodismo dentro de las redes sociales. Basta la voluntad individual para la proyección del mensaje personalizado a través de una matriz de redes compactadas que al mismo tiempo ponen la mínima información y la pequeña opinión en un montón de salidas comunicacionales que pueden ser vistas, leídas y desechadas simultáneamente por cientos de miles de consumidores múltiples.
Esta potencia informativa no mejora la calidad de la información de por sí, pero multiplica la voz, democratiza a los sujetos, presiona a los medios más establecidos y les obliga a un cambio de formato si quieren conservar a sus lectores. De hecho, tiene efecto sobre el tema de la veracidad informativa porque resulta más accesible, a partir de la existencia de la comunicación digital múltiple, la poderosa red de desmentidos públicos en medio de la aldea global.

Esta cacofonía de voces que potencialmente pueden contar tanto sus propias historias como sus versiones sobre una historia, es lo más importante de las redes sociales: democratiza la voluntad de contar, y con relativo éxito. Y está claro que el tipo de bitácoras de agencia que caracterizó y caracteriza al periodismo independiente en Cuba tiene que asumir también la realidad de que el medio es soporte del mensaje. O perece.      

Ahora son las redes sociales o no hay prensa. Los grandes medios comienzan su traslación al mundo digital, y no abandonan el papel pero este se convierte cada vez más en una suerte de prensa de cámara leída por un cada vez más reducido segmento de lectores analíticos. Con la prensa en copia dura se desarrolla un nuevo tipo de lector: el aristocrático, quien gusta del tacto del papel, de la escritura oblicua y al margen, de recortar notas, artículos o reportajes para coleccionar y que conserva la tradición de envolver flores en papel periódico húmedo con el fin de transportarlas con vida. 

Este proceso mediático se desarrolla con más fuerza una vez que se desinfla el real o supuesto potencial  de las redes sociales para traer la democracia a aquellos lugares dominados por dictaduras u autocracias.

¿Cuál es el papel de las redes sociales en la democratización? El mismo que el del periodismo tradicional pero esta vez multiplicado. Por eso lo entiendo como importante pero no crucial. A mi modo de ver ha habido una proyección mediática de los medios sobre su propia capacidad para instalar democracias.  Si la libertad de expresión es condición y causa de que existan sociedades democráticas, creo que se ha producido una confusión entre aquella —la libertad de expresión— y los medios empleados para canalizarlos. Las redes son una herramienta, no son de por sí la libertad misma. Como el hacha del cazador potenció la igualdad de los contendientes en la lucha por la liberación del yugo del más fuerte. E hizo más fuerte a la larga al tirano.

Es cierto que la Internet, como matriz de las redes sociales, posibilita el acceso de un número mayor de personas a un número mayor de información en el menor tiempo posible, y permite, al mismo tiempo, lo más importante para la democracia: el ejercicio de la propia voz y la deslegitimación consiguiente de las coartadas tradicionales para negar el acceso de los ciudadanos a las fuentes de poder: sean las de los que los representan o las de los que gestionan sus servicios. Esto es de por sí democratización y se constituye en una condición suficiente para exigir la democracia. No es sin embargo una condición necesaria para que esta llegue a vías de hecho.

Más que herramientas para la libertad de expresión, se necesita cultura de libertad de expresión. Y ésta precede a las herramientas. Razón por la que Internet se convierte en derecho exigible  más que en recurso de poder para alcanzar la democracia. Las redes sociales democratizan más a sociedades democráticas que a sociedades autoritarias.  ¿Por qué?  Porque se convierten en instrumentos de ciudadanos activos que potencian por nuevos canales una predisposición a la democracia construida culturalmente al margen de la tecnología. No hay pruebas de una sociedad autoritaria que se haya democratizado una vez que modernizó sus redes de comunicación e interacción social. Me surge siempre la pregunta de si en la China actual hay más potencia democratizadora que en la China de 1989. Probablemente haya más condiciones y menos ímpetu, proporcionalmente hablando.

La cuestión es que la democracia exige una voluntad común y las redes, que la posibilitan, tienden también a dispersarla a través de la bitacorización de los mensajes y de la voluntad. El individuo puede estar también tan solo cuando está conectado como cuando está en medio de la masa.  ¿No es la masa la mayor concentración de energía por campo humano que existe?

El tema de fondo es que, en tanto herramienta, la Internet y sus redes sociales pueden ser usadas también, y de hecho lo son, por las dictaduras y las autocracias y los enemigos sociales de la libertad. Porque habría que asumir también que la sociedad civil puede constituirse en enemigo de la democracia. Me parece que el hecho de que las tecnologías de la comunicación sean un fenómeno creado y producido por sociedades libres, se entiende indebidamente como productor de libertad en cualquier tiempo y lugar. No se invierte la lógica para comprender entonces que ellas son más un producto de la libertad acumulada que creadoras de libertad per se.

Las sociedades totalitarias se derribaron en un momento anterior a la explosión de la Internet y sus redes sociales. Por su parte, el mundo árabe no fue ni es más democrático a causa de las redes sociales. Estas propiciaron la rapidez y la conectividad de una voluntad democratizadora que ya existía en sociedades que por demás tenían, aunque fuera en ciernes, el germen de una sociedad civil institucionalizada. De Túnez a Egipto. De modo que las redes sociales aceleraron el encuentro de los ciudadanos en aquellos espacios cívicos que ya tenían, potenciándolos. En otro contexto, Venezuela, las redes sociales no han impedido el deterioro progresivo de la democracia, tanto en su calidad —entendida como el comportamiento de sus actores— como en sus instituciones, vistas en su dimensión independiente y de imparcialidad estructural. Y consta que los venezolanos se cuentan entre los ciudadanos latinoamericanos más activos en las redes sociales. Podríamos extender este análisis a otras naciones conectadas y high tech que sufren un deterioro similar de su cultura e instituciones democráticas.
 
En Cuba asistimos a un reacomodo de las expectativas en relación con la capacidad de las redes para traer la democracia.  Y no solo por la constatación obvia de que el acceso a las redes depende, hasta ahora, de la voluntad del gobierno, sino por el hecho de que Cuba es la prueba de la dispersión de la voluntad democrática precisamente por su posibilidad para expresarse como voz personalizada y activa en medio de la explosión cacofónica de la opinión. Esto es democratizador en sí mismo, insisto, pero no produce ni activa un proceso democrático que demanda un cruce creativo de premisas complejas e interdependientes. La primera lucha en Cuba es por el auto-reconocimiento de personas aplastadas por más de 50 años, cuya mayoría no ha conocido la libertad. De modo que la lucha democrática se ha transformado en un debate por las libertades de tipo sicológico que fortalecen esta necesidad primaria de auto-reconocimiento. La explosión de los blogs favorece esta tendencia, pero no precisa ni necesariamente la democracia. Trabaja más a favor de la dispersión de las ideas y mensajes que del trabajo en equipo como garante del capital social que requiere la construcción democrática.

Una cosa es usar los medios para la democracia, y otra es considerar el uso individualmente masivo de los medios como democracia. Esto último expresa la libertad pero no el poder institucionalizado de las mayorías, ni la protección de las minorías. 

Este reacomodo se produce además porque se reduce la brecha digital entre la dictadura y la sociedad civil. Esta gozó de una ventaja de partida producida por la lenta reacción del leviatán totalitario ante el fenómeno de la tecnología. Una lentitud consustancial al totalitarismo en todo tiempo y lugar. Pero una vez que el Estado cubano reaccionó, se encuentra en capacidad de adaptarse y hacer uso también de las mismas herramientas que se suponen emancipadoras, y para fines contrarios. Puede, además, desconectarnos porque al final es quien controla el switch central de la comunicación en redes.  
De modo que la ventaja de las redes sociales se reduce a la misma que ya tenía el periodismo independiente antes de la entrada de Internet: la credibilidad del mensaje, ahora exponencialmente proyectado, una vez que se neutraliza el medio como mensaje en sí mismo. 

De tal manera considero que las redes sociales tendrán un papel crucial en la consolidación de un nuevo peldaño y una nueva cualidad democrática, una vez y solo cuando la democracia llegue también por otros medios políticos y pacíficos. Las redes sociales pueden servir a estos; lo que no parece posible es que ellas puedan prescindir del escenario, sentido y herramientas de la política necesarios para llegar a la democracia.

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