Rostros de Cuba / Luis Felipe Rojas |
Las
identidades raciales en Cuba fueron diseñadas en el período de la esclavitud, y
tal diseño identitario no ha variado en la psiquis de la población ni en la
práctica sociopolítica. Estas identidades raciales tenidas como fijas y
universales se relacionan con categorías que han congelado, como naturales y
dadas, las diferenciaciones en todos los ámbitos de la sociedad. De ahí que la
necesidad de analizar y variar tales identidades construidas durante la
esclavitud para legitimar dirección—subordinación grupal—racial implique más
que un mero cambio de percepción social. La actual simplificación en Cuba, de
negro y blanco, tiene que ver con la no aceptación en los estratos supremos de
la sociedad de una representación equitativa del negro.
Dentro
de la ideología de determinismo racial, nacida con la esclavitud del africano,
la creolidad permitió múltiples ejes de identidad, un repertorio de formas de
identificación social, de construcciones sociales de raza muy diferentes y
específicas. En el contexto hispano la mezcla racial (blanco—negra o mulata)
resultaría un ejercicio del derecho de superioridad, propiciando así el proceso
de “blanqueamiento” y nunca una mayor “flexibilidad” o “benevolencia”. Al
proclamarse el fin de la esclavitud, cesó la distinción entre “esclavo” y “libres
de color”, o “pardos y morenos”, quedando todos automáticamente clasificados
como “negros”, lo que fijaba la inferioridad más que el color de la piel. A
diferencia de una víctima de la opresión religiosa que puede cambiar de fe, la
del racismo no puede cambiar de color y por tanto no puede escapar a la
opresión. Esta designación racial absoluta determinaba desde las uniones
sexuales permisibles hasta el lugar en la jerarquización social.
Las
naciones latinoamericanas, incluyendo a Cuba, recibieron tras la independencia
una segunda ola migratoria europea que reforzó la ideología supremacista y la
idea de una homogeneidad cultural. Este racismo científico adquirió patente
ideológica y no ha resultado fácil de rebatir, pese a que muchos antropólogos
se le opusieron desde los inicios. ¿Cómo es posible que nunca se haya
cuestionado la validez de las categorías raciales que se derivan de la
esclavitud africana por los españoles (negro, blanco, mulato) y se siga
manipulando la etnicidad para la discriminación sistemática?
La
histórica exclusión económica, política y social de los afrocubanos se sustenta
en la ideología de supremacía blanca, la cual se ha mantenido en el tiempo
histórico y geográfico, a partir de la trata y la esclavitud africana en la
Isla. No obstante, la relación de conflicto del Estado y el conjunto afrocubano
ha estado determinada por las particulares formas en que se produjera una
colonización con esclavitud, una expansión capitalista con una población
marginada por su color, y una revolución socialista que no quiso admitir la
paradoja de su racismo. No asombra que durante el periodo inicial de la
república cubana los negros y mulatos fueron víctimas de una violencia
inusitada por el Estado, que de no haberse detenido a tiempo hubiera concluido
con el exterminio en masa de la población afrocubana, durante la mal bautizada “guerrita
de los negros”. Asimismo, no es extraño que los soldados enviados más
recientemente a Angola y Etiopía fuesen mayormente afrocubanos y que también lo
sea la población penal actual en la Isla.
La nación y la
historia
El
fallecido ensayista afrocubano Walterio Carbonell sugiere lo intencional y
tergiversador de muchos historiadores, como Ramiro Guerra, al considerar como
formadores de la nación cubana a defensores del coloniaje y del régimen
esclavista como Francisco de Arango y Parreño, “consejero del aparato colonial”,
José Antonio Saco y José de la Luz y Caballero, “plantador esclavista de su
ingenio azucarero La Luisa”, Agustín Caballero y Domingo del Monte. Mientras
los defensores del sistema esclavista son “glorificados” los mismos
historiadores guardan silencio ante el primer representante de la nacionalidad,
José Antonio Aponte, el cual organizó un movimiento para liquidar la
esclavitud. Tanto Carbonell como Iván César Martínez apuntan que es,
precisamente, a partir del revuelo causado por Aponte y su plan de alzar a los
esclavos, que puede considerarse el punto inicial de la manifestación
nacionalista, puesto que la independencia de los plantadores no consideraba la
abolición de la esclavitud.
Sin
embargo, desde sus inicios el nuevo país se auto-explicaría por una silente
tenacidad discriminatoria, trivializando el compromiso moral de igualdad racial
establecido en el discurso patriota durante las guerras de independencia con la
población afrodescendiente, que tan decisivamente apoyó las guerras. De este
modo, la Cuba homogénea blanca estableció las categorías de identificación en
el momento formativo del estado-nación obviando lo racial en la nacionalidad.
Pero como un curioso proceso que no sirvió de salvoconducto para quienes
portaban un color de piel incriminador: el negro siguió siendo negro y el
blanco, blanco.
A
fines del siglo XIX, la instalación de la categoría de identificación de clase
social ayudaba a quebrar la hermandad racial y a subsumir diferencias
anteriormente validadas en nuevas categorías de identificación. Por ello, se
imaginó una construcción de categorías raciales e identificaciones ligadas a la
nación territorial. Alegaremos que la “raza” era una categoría identificatoria
fuerte en este período inmediato post—esclavista, pero que finalmente fue
dejada de lado para sustentar otros modos identificatorios acordes con las
políticas estatales de construcción forzada de una nación “blanca y homogénea”,
y con los recursos de identificación que se sucedían contra el
afrodescendiente, en un grupo social que quedaría negado de nuestra historia
nacional.
La
superioridad atribuida al conocimiento europeo omitía y silenciaba los
conocimientos subalternos del “otro” por “subdesarrollado” y “atrasado”. El
monologismo y el diseño global monotópico de Occidente se relaciona con otras
culturas y personas desde una posición de superioridad. Los guerreros de la
Independencia cubana enunciaron principios, pero no pudieron ponerlos en
marcha. La emancipación de los esclavos se realizó partiendo de que en los
afrocubanos no primaba la idea de asumir la identidad igual al blanco, algo que
se demostró en el pronunciamiento del Partido Independiente de Color. Ese fue
el fracaso de la política constitucionalista, dentro de la cual la convulsión
social subsiguiente a las guerras de la Independencia implicó ausencia de ideas
propias.
En
Cuba se inventó el mito de un Estado representante fraterno del crisol de
razas. La identidad nacional era un simple episodio de la “lucha de razas”, y
su evolución estaba regida por leyes biológicas. Así se evolucionaría desde la
barbarie (lo negro-mulato) hacia la civilización europea (lo blanco).
La
conformación de la estructura social cubana de entre—siglos proveyó un discurso
homogeneizador de la población para cuestiones raciales y fue el basamento en
donde se pudieron cimentar las ideas de “pueblo cubano”. Finalmente, el aluvión
inmigratorio de las primeras décadas del siglo XX contribuiría a la imagen
creciente de una población cada vez más euro-blanca, con la esperanza de que
las diferencias raciales se diluyesen en la percepción colectiva, pero
consolidando en su lugar un tipo de prejuicio social por el cual el color
oscuro se asociaba no solo a una distinción racial, sino también a la
pertenencia a capas socioeconómicas inferiores.
En
las páginas escritas por nuestros historiadores no pesa lo suficiente la
inmoralidad de la esclavitud, lo apocalíptico de la lucha anticolonial, la
ausencia de vergüenza colectiva ante la matanza de negros en 1912, el
escepticismo ante el destino socialista, la secuencia de gobiernos y ciudadanos
sin obligaciones uno para con el otro. Es una historia y una política de la
apariencia defendiendo un europeísmo sustantivado en abstracciones, aun cuando
Europa, el Viejo Continente, no puede ser América, el Nuevo Mundo. Una
comprensión antinómica de la historia polarizada, de un “espíritu
latinoamericanista”, que sería un rescate de lo español y lo latino por
oposición a la negritud.
La
independencia llena de máximas jacobinas no se redujo más que a ocupar los
cargos creados por la administración militar norteamericana. La nación no deconstruyó
la ética y los valores de los colonizadores, ni sus costumbres sociales y credo
religioso; por eso fue una acción política “irremediablemente dual” exenta de
la necesaria síntesis entre autoritarismo y liberalismo. Cuba es el corolario
de un terrible pasado de negación y olvido, por un afanoso intento de fundar al
Estado nacional a partir de las culturas europeas. La “era criolla” fracasó a
la hora de emprender la construcción del Estado nacional, al no creer
sinceramente en principios de igualdad entre los hombres, pues para ellos la
realidad multicultural siempre fue un enigma. Así, la independencia fue una
fórmula de conciliación política entre euro-cubanos independentistas,
anexionistas y pro-coloniales, más que un puente integrador de aquel abismo
cultural entre blancos, negros y mulatos; de discursos que han construido
simbólicamente a la nación cubana como “blanca y europea”.
La cruzada contra el
Partido Independiente de Color (PIC)
La
cruzada bélica contra el PIC, en la que fueron asesinados miles de
afrodescendientes, se planteó en un momento en que el poder supremacista
avizoró que podía perder su capacidad de legitimar su dominio a través de un
Estado de derecho y de mantenerse en el poder, marcando los límites del control
de los sistemas de dominación. En 1912, los miembros del PIC fueron perseguidos
y asesinados con una violencia que buscó siempre romper la memoria de los
pueblos y destruir su voluntad de lucha. Esta masacre orquestada por el
supremacismo blanco marca los límites de las políticas homogeneizadoras
sustentadas en el universalismo monocultural de la “cubanía”, y en el uso perverso
del discurso de la diferencia y de la cohesión social.
El
repliegue y la derrota de los afrocubanos que conformaban el Partido
Independiente de Color (en su mayoría exmambises) fue el quebranto de la unidad
de este sector poblacional, que por largo tiempo quedaría postergado al
silencio, sin poder refutar las expresiones discursivas racistas de políticos,
intelectuales y profesionales de ascendiente ibérico. Destruida su aspiración a
ser parte del poder político y obstaculizadas sus aspiraciones de poseer
tierras o de recibir ayuda estatal para establecer su ascenso económico (como
se concedía a los inmigrantes ibéricos), persistirían y persisten todavía las
causas que originaron el conflicto.
La
memoria de esta masacre de negros y negras en Oriente contribuye a comprender
el presente porque muestra las líneas de continuidad del conflicto y las
prácticas de un Estado que jamás se ha desviado de la supremacía blanca. El
caso del PIC ha sido ignorado en la noción de los supremacistas blancos, pero
es paradigmático para los subyugados negros y mulatos, y su impacto si bien ha
sido irrelevante en la reflexión de la intelectualidad euro-blanca, no lo ha
sido así para los pensadores afrocubanos, que aún lo consideran, parafraseando
a Iván César Martínez, como una herida abierta.
Tras
la masacre, la clase supremacista cubana llegó a la conclusión que no era
preciso enviar al África a los afrodescendientes o aplicar su exterminio,
puesto que a través del Estado pudo y puede conformar todos los ámbitos de la
vida política y social y mantener al afrodescendiente en “espacios” económicos
y socioculturales. Así, el Estado cubano cerró todos los espacios de mediación
al eliminar las aspiraciones de poder de un “enemigo racial” en lo adelante
estigmatizado, e impedido de pertenecer a las instituciones sociales de mayor
prestigio.
La descaracterización
étnica
Cuba
ha sido uno de esos países donde los asuntos raciales importantes se mantienen
centralizados y donde una combinación de desdén y coacción contra los otros ha
estado enfatizada por leyes naturales no
escritas. En Cuba la ideología de
supremacía blanca ha sido usada no solo como una expresión de poder absoluto y
excluyente, sino también como una expresión cultural. Esta situación donde la
visión de supremacía involucra la vida material y espiritual de los habitantes
del país es la clave para entender la
naturaleza de la ideología de superioridad dentro de la isla. En Cuba durante
años los textos de novelas, películas, televisión, narrativa, teatro, comerciales,
artes visuales, etcétera, han reflejado y presentado la imagen de una persona
blanca cuando algo ideológicamente importante o relevante está siendo
transmitido al público en general.
Tal
representación visual es una clara forma ideológica que tiende a reflejar de
forma palpable, incluso más de lo esperado, el alcance y la visión del mundo
que esta elite posee. Esta forma directa de proyectar su realidad y la
universalidad de la opinión de esta elite hacia el mundo exterior (la nación)
tiene una seria implicación y consecuencias porque en esa forma ellos
magnifican de manera subliminal la forma en que el colectivo considera que el
mundo es y debe seguir siendo.
La
descaracterización étnica de los afrocubanos les ha vedado el criterio de “autenticidad”
como parte originaria de la nación, pintándoseles como “importados” por los “verdaderos”
nacionales. Los parámetros predeterminados que categorizan la población de la
Isla refuerzan la hegemonía blanca y el criterio del negro como minoría, lo que
evita, además, identificarla con la pobreza y víctima del racismo. Tener
ascendencia negra era considerado una mancha que se reflejaría negativamente en
el individuo. Los descendientes de africanos han sido invisibilizados por las
narrativas que han constituido simbólicamente a la nación cubana como “blanca y
europea”. Así, los individuos o grupos pueden ser interpelados u ocultados por
representaciones públicas del pasado que parecen garantizar su identidad o
negar su significación.
Foucault
refiere que una sociedad racista que aplica la eliminación virtual de los otros
fenotípicos es capaz, en cualquier coyuntura, de exteriorizar la violencia
genocida, algo de lo cual ya fue testigo la nación cubana en 1912, y recién en
los países que otrora constituyeron el bloque soviético. El mito de la
superioridad blanco—europea, entronizado en nuestra psiquis nacional, mantiene
latente tal posibilidad contra el afrodescendiente, sobre todo para aquellos
que tratan de reivindicar formas culturales diferenciales.
En
una nación cromáticamente ciega como Cuba, las postulaciones estadísticas
brindan coartadas a la invisibilización racista y encapsulan a la comunidad
negra en el folclorismo, evadiendo la constante racial para aparentar no ser
racistas. El tratamiento de las políticas censales y las categorizaciones que
posee responde al discurso de “la blanquitud” en el sistema de representaciones
ideológico-demográficas, a través de la negación y el ocultamiento de las
raíces africanas en el componente poblacional. Los encuadramientos que de la
población históricamente ha hecho el Estado, han estado informados por
ideologías nacionales blanco-supremacistas. Así, la construcción dominante de
una “blanquitud” de la nación se ha garantizado a partir de macro-procesos de
invisibilización de los negros en la historia, el poder político, económico y
la cultura nacional, categorizando como no-negros a segmentos poblacionales de
ascendencia africana. Ello no es una práctica reciente y ha privilegiado
siempre al segmento blanco.
Los
sentimientos, ideas, valores, las aspiraciones personales y colectivas,
esfuerzos y sueños de este importante segmento de la población se han mantenido
de forma sistemática sin representación. El principal objetivo de este
procedimiento ideológico de mantener a un grupo fuera de las mentes y reflexiones
del conjunto es mantener su invisibilidad e irrelevancia y reforzar la idea de
que son unos presentes—ausentes dentro de todo el conglomerado.
Cultura y folclor
En
función de la hegemonía, la masa de negros no resulta agradable y podría
arruinar la visión de la población blanca, mientras que sus valores morales,
sociales, sus aspiraciones políticas y su religión, aunque es practicada de
forma extensiva por la mayoría de los cubanos independientemente del color de
su piel, debe ser ocultada y tratada exclusivamente como un comportamiento
folclórico y como un rezago del pasado que infortunadamente aún existe. Con
todos estos falsos argumentos y esas ideas racistas y retrógradas, la elite cubana
pretende eliminar las posibilidades de notoriedad de “negros” y “mulatos”, a la vez que los
exponen en apoyo a sus conclusiones erróneas y excluyentes.
La
ideología de supremacía en Cuba opera a diferentes niveles de la conciencia
individual y colectiva. Resulta muy común ver el inconsciente significado de su
mensaje llevando a cabo el mito ideológico de la superioridad de la elite en
cuanto a disciplina, conocimiento, seriedad de los propósitos, educación,
manejo de los fondos públicos, comportamiento sexual y por supuesto en una
forma explícita en lo referido a los valores morales, la estética física y las
relaciones familiares.
Ese
es el porqué de que en Cuba la elite ha atribuido el nombre de “folclor” a
todas las expresiones culturales, hábitos, religión y bailes que entre otras
cosas provienen de las costumbres africanas y que se han desarrollado en el
país durante siglos de mezclas entre las culturas ibérica-morisca y la cultura
africana. El mensaje es claro, hay una cultura europea que es blanca y por lo
tanto superior a la que los negros y mulatos han heredado, la cual en la
actualidad no es cultura sino folclor y,
por lo tanto, inferior a la de los europeos.
De
este modo, la elite cubana ha diseminado de forma constante e intencional sus
valores racistas con el objetivo de crear una conceptualización natural y
emocional de que lo que ella está representando no son simplemente sus
aspiraciones políticas o su propia ideología, sino más bien la cultura nacional
que cada uno debe aceptar.
La
elite cubana actuó y actúa como colonialista en su propio país, ejerciendo una
completa hegemonía cultural subrogada
con el desafortunado consentimiento de aquellos que han sido víctimas de sus
mitos ideológicos. Muchos negros en la actualidad han sido víctimas de esta
persistente ideología de alienación y de subordinación, que va más allá de la
pérdida de poder y de oportunidades económicas y severos daños sicológicos.
Esta es la razón por la cual la población blanca y algunos cubanos de color
alienados, frecuentemente parecen “pensar parecido” con respecto a los
problemas raciales. Cuando la mayoría de la población piensa igual sobre
algunos asuntos, o incluso olvida que existen alternativas a la situación
actual, estamos en presencia de una teoría hegemónica.
En
Cuba los problemas de marginalización económica, política y social y de
subordinación afianzados en la ideología de supremacía blanca, constituyen
también un problema de dominación cultural, de visualización excluyente y de
representación. Negros y mulatos, a pesar de estar en mayoría, continúan siendo
considerados los presentes-ausentes dentro de la población, y son tratados como
“los otros” a pesar de todo lo que han hecho como supuesta parte del conjunto.
La clase dirigente blanca ha continuado su
comportamiento histórico de usar su hegemonía en contra de la cultura de los
negros y mulatos, aunque la población de piel oscura carezca totalmente de
poder. La realidad es que en la
estructura gubernamental de hoy los otros deben ser constantemente
monitoreados, porque para la visión de la elite la población de color es un “enemigo
latente” que no debe ser agitado o fortalecido. Durante la etapa post-abolicionista,
en la república y bajo el socialismo, solo un pequeño grupo de negros y mulatos
ha sido aceptado por la “elite”.
Una estructura
excluyente
Durante
siglos la estructura blanca-cubana impuso alternativas paternalistas con el
objetivo de lograr seguridad y ha diseminado una inmensa sombra sobre la vida
de los cubanos de todos los colores de piel. Esto ha creado un sentido de
fragilidad, dependencia, inseguridad, dentro de la nación. El presente marxista
siempre da más importancia a la preservación del poder, la fuerza como
contrapunto a la discusión, y la fidelidad absoluta a los líderes como la única
forma de expresión. Este subconsciente elitista de absoluto poder no permite a
los gobernantes cubanos de hoy, como a los del pasado, tener una verdadera
consciencia nacional.
La
nacionalidad cubana encierra el problema colonial y la discriminación no
superados, porque el proceso de independencia fue un proceso de política formal
que no estuvo acompañado por una conciencia de descolonización de fondo. Los
blancos que figuraron en la lucha por la independencia y asumieron la
República, eran parte del proceso colonizador. La independencia se quedó en lo
político-formal, con una conciencia límite que aún persiste. La élite blanca
que asumió en los primeros gobiernos los resortes del poder sí disponía de un
proyecto nacional, que se había incubado en los gobiernos en armas y en los
clubes del exilio. En el mismo, el negro, pese a la poderosa sombra del general
Antonio Maceo, y pese a un contraproyecto de Morúa Delgado y Juan Gualberto, no
estaba incluido como factor de autoridad. Esta élite de ninguna manera se
quería retar con una descolonización, puesto que también estuvo y estaba
comprometida con la explotación esclavista y el racismo.
La
era perteneciente a la Cuba revolucionaria y socialista ha tomado su concepción
ideológica del colonialismo, donde una separación propagandística entre
palabras y significados está conectada a una lógica de afirmaciones y
negaciones. Las libertades individuales y colectivas, la democracia socialista,
son conceptos vacíos, palabras sin un significado adecuado, simplemente
productos para el consumo público, los cuales son constantemente negados en
cada acto práctico.
El
liderazgo actual, al igual que la elite de la etapa colonial y al igual que la
elite de la época de la república “liberal”
de economía de mercado, ha practicado de forma dominante lo que se conoce como “ruido
ideológico”; una de las formas que crea un tipo de creencia de parcialidad, lo
cual evita que los miembros del grupo racial dominante en Cuba presten oídos,
atención o tomen en serio a otros que no pertenecen a su círculo.
En
Cuba existen dos grupos raciales distintos, cuyos estatus han estado bien
definidos desde el siglo XVI: el opresor, dominante y superior (el blanco) y el
otro oprimido, el inferior (el negro-mulato).
El mito de la igualdad racial, el paradigma fundador de nuestra
identidad nacional, se enarbolará contra el negro y el mulato cuando estos
aborden el tema de la discriminación, y servirá para justificar el statu quo
social y político, y el bloqueo al negro y al mulato para su desarrollo
económico. La identidad nacional no se resuelve en 1898, en 1959 o en 2009, y
pese a la igualdad jurídica entre negros, mulatos y blancos, la equidad
política, de poder económico y social, queda pendiente, salvo el reconocimiento
artístico y deportivo.
Todas
las constituyentes cubanas, incluyendo la socialista, han arrastrado la
mentalidad del patrón colonial racista, porque han evadido demoler la
estructura social de discriminación. La igualdad no implica equidad, pues es
una relación personal prejuiciada o desprejuiciada, y la equidad es compartir
el poder económico y político acorde con la demografía nacional; por eso, la
ausencia de segregación racial no implica la ausencia de discriminación racial
en Cuba. El blanco o el negro, en lo social, no pueden discriminarse… pueden
rechazarse por prejuicios de raza; la discriminación solo se puede ejercer
desde el poder político o económico, cuando se tiene el poder de incluir o
excluir. Es por ello que el anti-intelectualismo militante, de republicanos y
revolucionarios, ha regido los destinos cubanos apoyado en el mito de las razas
y el eurocentrismo, escondidos en el subconsciente, y por instituciones
democráticas o socialistas que reproducen el patrón colonial.
La
historia racial en Cuba y la ideología de supremacía blanca es la clave
invisible que ha guiado las actividades políticas, económicas, culturales y
sicológicas de la nación. De ahí que resulte posible entender por qué el
racismo del poder y los prejuicios raciales no han desaparecido, sino que se
fortalecen. Usando los términos fanonianos, la muerte de la ideología de
supremacía blanca podría provocar la muerte del racismo en Cuba, la muerte de
la categoría social de “blancos y negros” y la muerte de la estructura
jerárquica de dominación basada en el color de la piel que ha existido durante
siglos. Incluso como consecuencia de su desaparición, se originaría el
nacimiento de una verdadera unidad nacional con un agudo sentido de humanismo y
de democracia nunca antes conocido en los 500 años de historia nacional.
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