Descanso / Orlando Luis Pardo |
Cuba vive
un complejo y traumático proceso de crisis y transformaciones en el cual se
hacen cada vez más evidentes las carencias y fracturas que complican el
escenario socioeconómico. En ese marco las desventajas y desigualdades que
enfrentan los afrodescendientes cubanos se recrudecen de manera inquietante, en
tanto al peso de una carga histórica muy mal aliviada se unen una serie de
diseños y medidas destinadas a enfrentar la debacle económica, pero que tienden
a profundizar esa indeseable y cada vez más evidente polarización social. Ella
afecta sobremanera a un sector social que, a pesar de su peso demográfico y
sociocultural, ha llevado siempre la peor parte en la interrelación de
convivencia, sin importar época o momento histórico.
Ya a estas
alturas nadie sensato puede negar que después de medio siglo del costoso
experimento revolucionario, con su carga de promesas emancipadoras e
igualitaristas, los afrodescendientes cubanos sufren las consecuencias de la
persistencia de esos patrones de discriminación y menosprecio que hace mucho
tiempo se instalaron en la mentalidad y el imaginario de una nación muy bien
dibujada en sus diseños intelectuales y discursivos, pero siempre estructurada
para convalidar los intereses hegemónicos de esa casta siempre conservadora y
excluyente que, más allá de su recurrente compromiso verbal con la democracia o
la igualdad, sigue manifestando en la práctica el ancestral rencor y pánico que
impide que los afrodescendientes cubanos ocupen en la sociedad cubana el lugar
que les corresponde por derecho propio.
El abismo
de desigualdad crece, las medidas de reestructuración económica en muy poco
benefician a los afrodescendientes, que siguen arrastrando las desventajas que
nos colocan más de un paso atrás en la imaginaria línea de partida de la
difícil y accidentada carrera por la supervivencia y la prosperidad en Cuba.
Incluso los gobernantes cubanos, tan parcos a la hora de asumir
responsabilidades y autocriticas, han reconocido la dimensión y alcance del
problema. Sin embargo, demuestran nula voluntad política para impulsar los
imprescindibles cambios de mentalidad y estructura necesarios para llevar a la
realidad cotidiana las eternas e insatisfechas promesas de igualdad e
integración.
A pesar de
la pobre conciencia racial que demuestran los afrodescendientes cubanos, en
todos los estamentos de la sociedad emergen las inquietudes y cuestionamientos
por las evidentes desventajas e injusticias que arrastra todavía este
importante sector de la sociedad cubana. Muchos cubanos de a pie sufren y
rechazan el racismo recurrente y reciclado que ya no puede esconderse con retórica
de paternalismo igualitarista.
De tarde en
tarde, unas pocas decenas de intelectuales se reúnen, hacen catarsis y
reafirman la necesidad de dar pasos firmes y profundos para combatir el racismo
y la discriminación. En esos espacios de debate controlados por el estado, se
repiten siempre dos invariables situaciones: en primer lugar, nunca hacen acto
de presencia los representantes de las instituciones o entidades oficiales con
incidencia en el fenómeno; en segundo lugar, los participantes se abstienen de
reconocer las responsabilidades que les asisten al alto liderazgo en el estado
de cosas que a muchos nos preocupa.
En las
últimas semanas dos hechos han vuelto a demostrar cuánto camino debemos
recorrer todavía para equipararnos con el concierto global de reconocimiento de
los valores afrodescendientes y de reafirmación de los derechos y espacios de
quienes tanto han contribuido al crecimiento material y cultural del hemisferio
occidental.
Un artículo
publicado a finales de marzo por el destacado intelectual Roberto Zurbano en el
diario norteamericano The New York Times, desató la soberbia intolerante e
inquisitorial de las autoridades y sus siempre prestos cancerberos
intelectuales. Zurbano, reconocido crítico y ensayista, director del Fondo
Editorial de la Casa de las Américas, sin declinar en su alineación ideológica
describió con certeza meridiana la realidad actual y las perspectivas de la
problemática racial en Cuba.
Acto
seguido una partida de modernos rancheadores intelectuales —algunos de los
cuales se venden como comprometidos luchadores por la igualdad racial− desató
un fuego graneado de impugnaciones y críticas contra Zurbano que dejó claro dos
cosas: Las autoridades cubanas están totalmente incapacitadas para enfrentar el
debate y la crítica transparente y civilizada, y por otra parte carecen de
argumentos sólidos y presentables para defender sus posiciones.
A estas
alturas, mientras continúan haciendo el más lamentable ridículo intelectual
aferrándose a las supuestas carencias de un pasado cada vez más lejano, dándose
golpes de pecho por unos “logros” palmariamente desmentidos por la realidad
cotidiana, las únicas armas de que disponen son su capacidad represiva y las
más variadas formas de terrorismo de estado como vía de disuadir a todos de
expresarse con honestidad consecuente.
El “Caso
Zurbano” ha servido para demostrar lo difícil que será dar el primer paso para
enfrentar la compleja problemática racial: reconocer sin ambages ni coartadas
la profundidad y alcance del problema.
También por
estos días se ha celebrado el VII Congreso de la Unión Nacional de
Historiadores de Cuba (UNHIC), del cual podía esperarse importantes
determinaciones y propuestas para impulsar los tan largamente demandados
reconocimiento y revalorización del rol histórico jugado por los africanos y
sus descendientes en la conformación y desarrollo de la nación cubana.
Como cada
Congreso de la UNHIC, el evento era una magnífica oportunidad para adelantar
diseños y compromisos encaminados a despojar a los cubanos negros y mestizos de
la imagen de victimas, culpables y beneficiarios inermes de algún paternalismo
hegemonista. Nadie mejor que los historiadores cubanos para activar los
mecanismos intelectuales y metodológicos y satisfacer la reiterada y hasta
ahora insatisfecha demanda de colocar en su sitio el protagonismo histórico,
sociocultural y político de los africanos y sus descendientes.
Esta ya
retardada corrección intelectual y metodológica resulta esencial para establecer
los patrones de orgullo, identidad y auto estima que deben ser fundamentos
indeclinables de la justicia histórica y la integración que necesita el
presente y el futuro de Cuba. La reestructuración de mentalidad y referencia
debe comenzar por colocar en justo lugar el protagonismo de los africanos y sus
descendientes en el devenir cotidiano, y en cada momento crucial de nuestra
historia.
Sin embargo,
el Congreso no se ocupó de ventilar las inquietudes e intereses gremiales y
profesionales de sus miembros y mucho menos de encontrar soluciones académicas
o metodológicas a las tantas veces criticadas carencias y omisiones del conocimiento
histórico. El evento, por el contrario, se convirtió en un conclave de
reafirmación de la fidelidad política al gobierno.
Una
resolución declarando al extinto mandatario venezolano Hugo Chávez como miembro
de honor de la organización, otra resolución que demanda la liberación de los
cinco espías cubanos presos en los Estados Unidos. Reafirmar el compromiso de
vincular la enseñanza de la historia con el adoctrinamiento ideológico y las
posiciones revolucionarias, hablan alto y claro del carácter de este evento.
Frases como
“La historia y la cultura son armas imprescindibles para defender la patria y
el socialismo”, y la reiteración de la retórica vacía de mejorar la calidad de
la enseñanza, la preparación de los profesores, la utilización de las
tecnologías, ante un sistema de educación que se derrumba si remedio, reflejan
cuán divorciadas de la realidad están las autoridades cubanas.
A través de
un reporte televisivo, con asombro vimos al teniente coronel Vladimiro Pérez
reafirmar “la importancia de los muñequitos de Elpidio Valdés para la enseñanza
de la historia de Cuba”. Si no fuera tan patético incluso movería a risa. Los
mencionados dibujos aminados son una recreación caricaturesca de las guerras de
independencia contra España, por cierto doblemente racista puesto que es un
reflejo muy distorsionado de la composición étnica del ejército libertador y
porque es racista contra los españoles al reflejar a todos los peninsulares
como seres cretinos, incapaces y grotescos.
Sin embargo,
el paroxismo de la ignominia fue designar al Dr. Eusebio Leal para impartir una
“conferencia magistral” sobre la cuestión racial. Resulta lamentable la poca
autoestima profesional y ética de los delegados al admitir como disertante a
uno de los personajes más racistas del panorama cultural cubano.
En lugar de
desarrollar un debate encaminado a consensuar criterios y diseños destinados a
revalorizar el papel de los afrodescendientes en la historia de Cuba y en el
conocimiento popular, los delegados permitieron que el tema se diluyera en la
vacía y tendenciosa retórica del Historiador de la Ciudad de La Habana, a quien
no le tembló la mano para reinstalar la estatua del presidente José Miguel
Gómez, autor intelectual de la masacre genocida de miles de cubanos negros en
1912, ni develar una placa en memoria del coronel José Martí Zayas-Bazán, uno
de los más entusiastas animadores de aquella masacre.
Se encargó
de disertar quien ha colmado el Centro Histórico de monumentos a personajes ajenos
a nuestra historia y cultura —Fernando VII, Francisco de Miranda, Mustafá Kemal
Attaturk, Leidy Diana, Hasekura Surenague Rokaemon, Confucio, Antonio Gades,
por solo citar algunos que harían interminable la lista− mientras duelen por su
ausencia los merecidos homenajes a personalidades tan relevantes de nuestra
historia y cultura como José Antonio Aponte, Evaristo Estenoz, Brindis de
Salas, José White, Juan Gualberto Gómez, Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias,
Celia Cruz, Kid Chocolate o Martin Dihigo. Los delegados permitieron que
hablara sobre la cuestión racial un hombre que nunca ha dicho una palabra para
reconocer el heroísmo de los miembros de la hermandad Abakua que se inmolaron
para intentar rescatar a los estudiantes de medicina asesinados por la soberbia
colonialista el 27 de noviembre de 1871, un hombre que no se ha dignado a
pararse frente a la placa que en el propio Centro Histórico recuerda la
fundación del Partido Independiente de Color (PIC).
Como era de
esperar, el personaje volvió a hacer la consabida conexión estéril con el
pasado para recordar a los cubanos negros que deben agradecer en silencio y sin
levantar la frente y tuvo la desfachatez de señalar a Fidel y Raúl Castro como
luchadores contra el racismo. En su alocución no se abstuvo de vapulear nuevamente
a Martí con la manida frase “cubano es más que negro, más que mulato, más que
blanco”, siempre tan útil para que todo quede en el lugar de siempre, para
afirmar luego que “la solución radica, fundamentalmente, en que se borren de
veras todas las formas de discriminación racial”, como es natural sin decir
cómo vamos a lograrlo.
Lo que
expresó Eusebio Leal no sorprende a nadie, como tampoco sorprende la manera en
que se vuelve a echar al caño del olvido la posibilidad de enfrentar
consecuentemente un problema trascendental para la definición de nuestra
convivencia presente y futura. Lo verdaderamente lamentable y decepcionante es
ver cómo ni uno solo de los ciento cincuenta delegados se dignó a cuestionar al
jerarca cultural sus enormes deudas con el problema racial o a reclamar un
debate real sobre este tema que sigue siendo una peligrosa asignatura pendiente
para el gobierno y para la sociedad.
Una vez más
queda comprobado que las autoridades cubanas no van a pasar del compromiso retórico
a la hora de abordar la problemática racial, lo cual plantea un reto enorme
para los ciudadanos y las instituciones independientes verdaderamente
sensibilizadas con la búsqueda de la igualdad y la integración, tan largamente
soñadas y que hoy son más necesarias que nunca.
Montesinos3788@gmail.com
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