En el camino equivocado / Leonardo Calvo Cárdenas


Descanso / Orlando Luis Pardo
Cuba vive un complejo y traumático proceso de crisis y transformaciones en el cual se hacen cada vez más evidentes las carencias y fracturas que complican el escenario socioeconómico. En ese marco las desventajas y desigualdades que enfrentan los afrodescendientes cubanos se recrudecen de manera inquietante, en tanto al peso de una carga histórica muy mal aliviada se unen una serie de diseños y medidas destinadas a enfrentar la debacle económica, pero que tienden a profundizar esa indeseable y cada vez más evidente polarización social. Ella afecta sobremanera a un sector social que, a pesar de su peso demográfico y sociocultural, ha llevado siempre la peor parte en la interrelación de convivencia, sin importar época o momento histórico.
Ya a estas alturas nadie sensato puede negar que después de medio siglo del costoso experimento revolucionario, con su carga de promesas emancipadoras e igualitaristas, los afrodescendientes cubanos sufren las consecuencias de la persistencia de esos patrones de discriminación y menosprecio que hace mucho tiempo se instalaron en la mentalidad y el imaginario de una nación muy bien dibujada en sus diseños intelectuales y discursivos, pero siempre estructurada para convalidar los intereses hegemónicos de esa casta siempre conservadora y excluyente que, más allá de su recurrente compromiso verbal con la democracia o la igualdad, sigue manifestando en la práctica el ancestral rencor y pánico que impide que los afrodescendientes cubanos ocupen en la sociedad cubana el lugar que les corresponde por derecho propio.
El abismo de desigualdad crece, las medidas de reestructuración económica en muy poco benefician a los afrodescendientes, que siguen arrastrando las desventajas que nos colocan más de un paso atrás en la imaginaria línea de partida de la difícil y accidentada carrera por la supervivencia y la prosperidad en Cuba. Incluso los gobernantes cubanos, tan parcos a la hora de asumir responsabilidades y autocriticas, han reconocido la dimensión y alcance del problema. Sin embargo, demuestran nula voluntad política para impulsar los imprescindibles cambios de mentalidad y estructura necesarios para llevar a la realidad cotidiana las eternas e insatisfechas promesas de igualdad e integración.
A pesar de la pobre conciencia racial que demuestran los afrodescendientes cubanos, en todos los estamentos de la sociedad emergen las inquietudes y cuestionamientos por las evidentes desventajas e injusticias que arrastra todavía este importante sector de la sociedad cubana. Muchos cubanos de a pie sufren y rechazan el racismo recurrente y reciclado que ya no puede esconderse con retórica de paternalismo igualitarista.
De tarde en tarde, unas pocas decenas de intelectuales se reúnen, hacen catarsis y reafirman la necesidad de dar pasos firmes y profundos para combatir el racismo y la discriminación. En esos espacios de debate controlados por el estado, se repiten siempre dos invariables situaciones: en primer lugar, nunca hacen acto de presencia los representantes de las instituciones o entidades oficiales con incidencia en el fenómeno; en segundo lugar, los participantes se abstienen de reconocer las responsabilidades que les asisten al alto liderazgo en el estado de cosas que a muchos nos preocupa.
En las últimas semanas dos hechos han vuelto a demostrar cuánto camino debemos recorrer todavía para equipararnos con el concierto global de reconocimiento de los valores afrodescendientes y de reafirmación de los derechos y espacios de quienes tanto han contribuido al crecimiento material y cultural del hemisferio occidental.
Un artículo publicado a finales de marzo por el destacado intelectual Roberto Zurbano en el diario norteamericano The New York Times, desató la soberbia intolerante e inquisitorial de las autoridades y sus siempre prestos cancerberos intelectuales. Zurbano, reconocido crítico y ensayista, director del Fondo Editorial de la Casa de las Américas, sin declinar en su alineación ideológica describió con certeza meridiana la realidad actual y las perspectivas de la problemática racial en Cuba.
Acto seguido una partida de modernos rancheadores intelectuales —algunos de los cuales se venden como comprometidos luchadores por la igualdad racial− desató un fuego graneado de impugnaciones y críticas contra Zurbano que dejó claro dos cosas: Las autoridades cubanas están totalmente incapacitadas para enfrentar el debate y la crítica transparente y civilizada, y por otra parte carecen de argumentos sólidos y presentables para defender sus posiciones.
A estas alturas, mientras continúan haciendo el más lamentable ridículo intelectual aferrándose a las supuestas carencias de un pasado cada vez más lejano, dándose golpes de pecho por unos “logros” palmariamente desmentidos por la realidad cotidiana, las únicas armas de que disponen son su capacidad represiva y las más variadas formas de terrorismo de estado como vía de disuadir a todos de expresarse con honestidad consecuente.
El “Caso Zurbano” ha servido para demostrar lo difícil que será dar el primer paso para enfrentar la compleja problemática racial: reconocer sin ambages ni coartadas la profundidad y alcance del problema.
También por estos días se ha celebrado el VII Congreso de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC), del cual podía esperarse importantes determinaciones y propuestas para impulsar los tan largamente demandados reconocimiento y revalorización del rol histórico jugado por los africanos y sus descendientes en la conformación y desarrollo de la nación cubana.
Como cada Congreso de la UNHIC, el evento era una magnífica oportunidad para adelantar diseños y compromisos encaminados a despojar a los cubanos negros y mestizos de la imagen de victimas, culpables y beneficiarios inermes de algún paternalismo hegemonista. Nadie mejor que los historiadores cubanos para activar los mecanismos intelectuales y metodológicos y satisfacer la reiterada y hasta ahora insatisfecha demanda de colocar en su sitio el protagonismo histórico, sociocultural y político de los africanos y sus descendientes.
Esta ya retardada corrección intelectual y metodológica resulta esencial para establecer los patrones de orgullo, identidad y auto estima que deben ser fundamentos indeclinables de la justicia histórica y la integración que necesita el presente y el futuro de Cuba. La reestructuración de mentalidad y referencia debe comenzar por colocar en justo lugar el protagonismo de los africanos y sus descendientes en el devenir cotidiano, y en cada momento crucial de nuestra historia.
Sin embargo, el Congreso no se ocupó de ventilar las inquietudes e intereses gremiales y profesionales de sus miembros y mucho menos de encontrar soluciones académicas o metodológicas a las tantas veces criticadas carencias y omisiones del conocimiento histórico. El evento, por el contrario, se convirtió en un conclave de reafirmación de la fidelidad política al gobierno.
Una resolución declarando al extinto mandatario venezolano Hugo Chávez como miembro de honor de la organización, otra resolución que demanda la liberación de los cinco espías cubanos presos en los Estados Unidos. Reafirmar el compromiso de vincular la enseñanza de la historia con el adoctrinamiento ideológico y las posiciones revolucionarias, hablan alto y claro del carácter de este evento.
Frases como “La historia y la cultura son armas imprescindibles para defender la patria y el socialismo”, y la reiteración de la retórica vacía de mejorar la calidad de la enseñanza, la preparación de los profesores, la utilización de las tecnologías, ante un sistema de educación que se derrumba si remedio, reflejan cuán divorciadas de la realidad están las autoridades cubanas.
A través de un reporte televisivo, con asombro vimos al teniente coronel Vladimiro Pérez reafirmar “la importancia de los muñequitos de Elpidio Valdés para la enseñanza de la historia de Cuba”. Si no fuera tan patético incluso movería a risa. Los mencionados dibujos aminados son una recreación caricaturesca de las guerras de independencia contra España, por cierto doblemente racista puesto que es un reflejo muy distorsionado de la composición étnica del ejército libertador y porque es racista contra los españoles al reflejar a todos los peninsulares como seres cretinos, incapaces y grotescos.
Sin embargo, el paroxismo de la ignominia fue designar al Dr. Eusebio Leal para impartir una “conferencia magistral” sobre la cuestión racial. Resulta lamentable la poca autoestima profesional y ética de los delegados al admitir como disertante a uno de los personajes más racistas del panorama cultural cubano.
En lugar de desarrollar un debate encaminado a consensuar criterios y diseños destinados a revalorizar el papel de los afrodescendientes en la historia de Cuba y en el conocimiento popular, los delegados permitieron que el tema se diluyera en la vacía y tendenciosa retórica del Historiador de la Ciudad de La Habana, a quien no le tembló la mano para reinstalar la estatua del presidente José Miguel Gómez, autor intelectual de la masacre genocida de miles de cubanos negros en 1912, ni develar una placa en memoria del coronel José Martí Zayas-Bazán, uno de los más entusiastas animadores de aquella masacre.
Se encargó de disertar quien ha colmado el Centro Histórico de monumentos a personajes ajenos a nuestra historia y cultura —Fernando VII, Francisco de Miranda, Mustafá Kemal Attaturk, Leidy Diana, Hasekura Surenague Rokaemon, Confucio, Antonio Gades, por solo citar algunos que harían interminable la lista− mientras duelen por su ausencia los merecidos homenajes a personalidades tan relevantes de nuestra historia y cultura como José Antonio Aponte, Evaristo Estenoz, Brindis de Salas, José White, Juan Gualberto Gómez, Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, Celia Cruz, Kid Chocolate o Martin Dihigo. Los delegados permitieron que hablara sobre la cuestión racial un hombre que nunca ha dicho una palabra para reconocer el heroísmo de los miembros de la hermandad Abakua que se inmolaron para intentar rescatar a los estudiantes de medicina asesinados por la soberbia colonialista el 27 de noviembre de 1871, un hombre que no se ha dignado a pararse frente a la placa que en el propio Centro Histórico recuerda la fundación del Partido Independiente de Color (PIC).
Como era de esperar, el personaje volvió a hacer la consabida conexión estéril con el pasado para recordar a los cubanos negros que deben agradecer en silencio y sin levantar la frente y tuvo la desfachatez de señalar a Fidel y Raúl Castro como luchadores contra el racismo. En su alocución no se abstuvo de vapulear nuevamente a Martí con la manida frase “cubano es más que negro, más que mulato, más que blanco”, siempre tan útil para que todo quede en el lugar de siempre, para afirmar luego que “la solución radica, fundamentalmente, en que se borren de veras todas las formas de discriminación racial”, como es natural sin decir cómo vamos a lograrlo.
Lo que expresó Eusebio Leal no sorprende a nadie, como tampoco sorprende la manera en que se vuelve a echar al caño del olvido la posibilidad de enfrentar consecuentemente un problema trascendental para la definición de nuestra convivencia presente y futura. Lo verdaderamente lamentable y decepcionante es ver cómo ni uno solo de los ciento cincuenta delegados se dignó a cuestionar al jerarca cultural sus enormes deudas con el problema racial o a reclamar un debate real sobre este tema que sigue siendo una peligrosa asignatura pendiente para el gobierno y para la sociedad.
Una vez más queda comprobado que las autoridades cubanas no van a pasar del compromiso retórico a la hora de abordar la problemática racial, lo cual plantea un reto enorme para los ciudadanos y las instituciones independientes verdaderamente sensibilizadas con la búsqueda de la igualdad y la integración, tan largamente soñadas y que hoy son más necesarias que nunca.
Montesinos3788@gmail.com

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