Entre el garrote y el agradecimiento / Juan Antonio Madrazo


Felicidad / Orlando Luis Pardo
El linchamiento y la satanización de quienes intentamos construir la nación desde una voz diferente, ha sido una práctica habitual durante los últimos 52 años en Cuba. Ambas herramientas, como tecnología de poder, le han ido muy bien al régimen cubano, y el tema racial como zona discursiva no ha estado ajeno.
Para nada a Roberto Zurbano le sirvió su credencial de buen revolucionario, de la noche a la mañana la crisis de confianza lo marcaría para siempre. Era destituido como presidente del Fondo Editorial de Casa de las América en contra de su voluntad, pues ingresaba a la categoría de no confiable y ni siquiera su jefe inmediato, el disciplinado sargento Roberto Fernández Retamar, se atrevería a meter el cuerpo por él, pues fue uno de los primeros en cobrarle  la altura de su atrevimiento pidiendo su renuncia.
Y es que a los afrodescendientes cubanos el régimen solo les ha permitido levantar la voz en los límites parcelarios de la Revolución. La desobediencia y el gesto de cimarronaje es algo que no está permitido. El artículo de opinión publicado en el The New York Times For Blacks in Cuba, the  Revolution Hasnt Begun fue incómodo para el sector más reaccionario del régimen, como mismo la declaración contra el racismo en Cuba de 52  intelectuales afroamericanos en el año 2010.
De pronto, una contraguerrilla desde el casi clandestino suplemento cultural La Jiribilla le saldría al paso al artículo de opinión propuesto por Zurbano. Al igual que el Capitán General de la Isla durante la colonia, la Revolución tiene a su servicio una buena partida de contramayorales y rancheadores dispuestos a hacer el papel de verdugos.
Zurbano ha ingresado en la cofradía de intelectuales negros marcados por las huellas “morales” de la Revolución. Desde el inicio del movimiento sísmico de 1959, la intelligentsia negra se dio cuenta que lo que comenzaba no iba a ser un paseo de riviera para ellos, que el sentido original de las palabras se estaba comenzando a cambiar. Lo primero que hicieron los comandantes y licenciados fue declarar ilegal la Federación de Sociedades de Color, una fuerza política y cultural independiente con la cual negros y mestizos contaban. Apuntaban a una agenda de equidad pero muy pronto bajo la orientación de desmantelarla, ya que su labor ciudadana no era necesaria: el racismo era cosa del pasado. Aquí está el punto de partida de la ficción política.
El nacionalismo revolucionario con su navaja de doble filo abortó toda oportunidad de diálogo propuesta por la intelligentsia negra y comenzó a desterrar a personas muy comprometidas con la lucha contra el racismo no solo desde el pensamiento, sino también desde la lucha sindical. La política y estética del mestizaje, siempre bien adoptada y manipulada según los intereses particulares de las elites políticas y letradas, fue asumida por la ortodoxia revolucionaria como una herramienta de contención para silenciar el panorama racial en la isla. La política del mestizaje como narrativa fue muy bien acomodada por la ortodoxia a las nuevas exigencias ideológicas, desde la órbita del hombre nuevo, lo cual le permitía enmascarar el racismo como tragedia. No tuvieron voluntad de asumirlo públicamente, pues atentaba contra la unidad nacional.
Una de las primeras víctimas  que recibiría los manotazos de la marginación sería el abogado Juan René Betancourt, autor del célebre ensayo El negro, ciudadano del futuro. Seguiría los pasos de Betancourt el investigador y periodista Walterio Carbonell, a quien no se le escuchó a tiempo, un hombre comprometido con su raza y condenado durante muchísimo tiempo al encierro, la locura y el ostracismo.
Tras el Primer Congreso de Educación y Cultura en 1971, importantes intelectuales negros serían reprimidos, parametrados y acusados de fomentar el Black Power en Cuba, entre los que se encontraban los dramaturgos Tomás González, Gerardo Fulleda León y Eugenio Hernández Espinosa, los historiadores José Luciano Franco y Pedro Deschamps Chapeaux, los escultores Ramón Haití, Manuel Queneditt y otros miembros del Grupo Antillano, y el ensayista y etnólogo Rogelio Agustín Martínez Furé. El Partido (PCC) de inmediato dio la orden de volar en pedazos Ediciones El Puente,  aun hoy uno de los capítulos más silenciado: muy pocas personas se atreven a cruzar las aguas turbulentas de lo que significó para la cultura cubana esta aventura editorial. A la cineasta Sara Gómez, trabajando en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), no le permitían exhibir sus obras. En la actualidad se desconoce la mayoría de las mismas.
Dentro de los comprometidos con la causa del incipiente Black Power Cubano no faltaron diplomáticos negros como Felino René Goire, Gerardo Cesar Proenzas y Alberto Conill, entre otros que recibieron su cuota de marginación. Afroamericanos como Stokely Carmichael, Rap Brown, Robert Williams y Eldridge Cleaver pronto despertaron  del entusiasmo revolucionario y  lograron darse cuenta que el racismo  y los prejuicios raciales estaban ocultos bajo la utopía revolucionaria, y justamente cuando se intentaba asomar el futuro desde el hombre nuevo.
Más tarde serían linchados intelectuales e investigadores de alto vuelo como Carlos Moore, Juan F. Benemelis, Iván César Martínez, el escritor haitiano René Depestre (tras ser acusado de agente de la CIA y después de haber sido utilizado para atacar a Carlos Moore), el cineasta Nicolás Guillén Landrian y el escritor Manuel Granados (por sumar su firma a la famosa Carta de los Diez). El trovador Pablo Milanés fue vejado mucho antes de Zurbano por manifestar que los negros en Cuba no tenían poder real, y aún el desmantelamiento de su Fundación es un secreto de estado.
Los espontáneos éxodos migratorios de negros y mestizos por el Puerto del Mariel en 1980 y la Crisis de los Balseros en 1994 demostraron que continuábamos atrapados en los nudos de la pobreza y la marginación. A los negros, cuando alzamos la voz, se nos acusan de malagradecidos o divisionistas, pues se nos recuerda constantemente que “gracias a la Revolución somos personas”, se nos acusa de delincuentes, resentidos, marginales y hasta de agentes del enemigo. Hoy muchos de los que estamos involucrados en la cruzada ciudadana contra el racismo somos acusados abiertamente de responder a los intereses de la “Agenda Obama”.
Para quienes vivimos en la isla es fácil de entender cómo la pobreza en Cuba está racializada. Basta asomarse a esos mundos perdidos de la geografía habanera, a esos bajos vientres de la ciudad marcados por el ácido temblor del tiempo, o a los enclaves más subdesarrollados del oriente del país, particularmente Guantánamo y Santiago de Cuba, para comprender que no ha habido una verdadera emancipación para los históricamente discriminados. Las investigaciones realizadas en Cuba desde disciplinas como la antropología y la sociología demuestran cómo la pobreza y la población penal están racializadas.
El racismo antinegro hoy se comporta como un enemigo nacional disfrazado muchas veces de amigo —“hermano” es un acento en el cuerpo político de la nación que aun no recibe sus golpes de efecto. Aún el racismo desde la política cobra víctimas y no podemos olvidar cómo a finales del año 2012, desde el Consejo Nacional de las Artes Plásticas que dirige Rubén del Valle, fue abortado el proyecto Sicklemia, a cargo de los artistas Luis Lamothe y Ulises Lamadrid y en el cual un grupo de  jóvenes, todos negros, intentaba denunciar el racismo. Nuestra historia más reciente ha estado marcada por muchos índices de dolor.
El Caso Zurbano es una alarma que nos indica la falta de tacto y de voluntad política por parte del gobierno en cuanto a un verdadero debate desprejuiciado sobre la problemática racial. Nos alerta de que aún el miedo al negro continúa siendo una ecuación de poder. Y es que tras el movimiento sísmico de 1959 se secuestró la posibilidad de un verdadero debate: en su agenda no hay una respuesta abierta a la problemática y ello quedó demostrado en la última conferencia del Partido Comunista de Cuba.
En la Cuba de ahora mismo, negros y mestizos opinan abiertamente que la Revolución para muchos de ellos no ha sido un espacio de movilidad social. El espacio de las libertades posibles fue reservado entre el dolor, la humillación y la resistencia. El Ballet Nacional de Cuba, burbuja protegida de los rigores del régimen, ha sido uno de los espacios de conflicto en el cual negros y mestizos han sufrido la humillación.
Todavía nuestros asuntos continúan aplazados y arrinconados entre la devaluación y el silencio. Se prolongan los monólogos en los espacios fiscalizados pues, como diría en algún momento el amigo Enrique Patterson, “el sistema es más conservador que revolucionario “y siempre habrá una militancia subordinada de intelectuales orgánicos negros dispuestos a ejercer el papel de verdugos o mercenarios contra la “disidencia negra” e, incluso, también contra muchos de sus compañeros de viaje. Entre ellos no faltaran personajes como el economista Esteban Morales, los periodistas Gisela Arandia  (quien es miembro del equipo político del Capítulo Cubano de la Articulación Regional de Afrodescendientes de Latinoamérica), Pedro de la Hoz y Ricardo Ronquillo Bello, el historiador Silvio Castro, el profesor de matemáticas Nicolás Hernández Guillén,  la escritora Nancy Morejón, Heriberto Feraudy con su invisible Comisión Aponte y el viejo caimán Guillermo Rodríguez Rivera, entre otros. Tampoco en la arena internacional faltarán subalternos como Pedro Pérez Sarduy y Alberto N. Jones, dispuestos a prestarse al juego sucio contra sus iguales. De momento la lucha contra el racismo es una alarma que debe estar activada permanentemente, incluso dentro de la sociedad civil emergente, la cual no está ajena al racismo antinegro.
Mientras, recuerdo a negros, blancos y mestizos que ha llegado el momento de bailar en las calles. Esperemos que una “Enmienda Morales” no permita que sean frenadas nuestras acciones.

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