Más
de una vez José Martí pronosticó que el simple acceso a la república no
resolvería los problemas sociales, y habló de la permanencia del hambre y la
miseria y la preterición de los pobres. Desde luego que él no quiere repetir en
su país la historia latinoamericana donde la oligarquía solo vio el modo de
despojar a los españoles del poder para sentarse sobre el lomo de las naciones
recién nacidas. Pero en el campo multirracial rebelde abundan también
representantes discriminadores de una oligarquía venida a menos por la guerra y
otras capas más o menos próximas que, junto al poder, o ellas mismas en el
poder que entrevé Martí, mantendrán posturas similares a quienes se opusieron
al independentismo. Todo esto lo lleva a echar una de sus ojeadas menos
optimistas a los acontecimientos mediatos:
“Metal
conservador entrará por mucho en el cuño de la futura moneda revolucionaria.
Triunfarán los conservadores, cuando la revolución triunfe. Distinta será la
forma, y se concederá un ápice más al pueblo hambriento; pero la esencia no cambiará,
ni cesarán la ira y el hambre”.
Asegura
el Delegado que después de la victoria independentista habría sectores
hegemónicos que afianzarán privilegios y
seguirán presionando a los pobres a mantenerse en el estrato social más
vulnerable. En parecido sentido escribe sobre la “ingratitud probable” de la
república hacia los oprimidos, y también aquí involucra, en primer lugar, a los
negros. En el artículo “Los pobres de la
tierra”, el poeta utiliza la palabra “preocupación”, que hemos señalado
significa prejuicio racial, y al enaltecer la contribución monetaria de los
obreros cubanos en Estados Unidos para obtener pertrechos de guerra, indica el
peligro de que a los pobres se les “desconozca acaso mañana, en la hora del
triunfo de la república”. En este mismo texto reitera la idea de una república
tal vez ingrata con estos pobres. Se divisa un Martí con los pies hundidos en
la realidad más cruda, insistente, sin un ápice de idealismo y sin la más
mínima intención de mostrar un porvenir fácil.
Al
entregar a su lector, que en no pocos casos irá a la guerra, posibilidades
contrarias a esperanzas lógicas en la mayoría de los futuros combatientes, las
conecta con sus vislumbres de lucha social pacífica. De otro modo se hubiera
encerrado en un círculo vicioso, en una guerra vacía de real significado. Sin
resistencia contra el poder en la república el caso que abordamos ofrecería una
imagen anómala, injustificada y vana en el fondo y la forma, y por si fuera
poco empapada en sangre. ¿Pudo ser posible que escribiera sobre fundamentales
desvíos republicanos sin pensar contrarrestarlos? ¿Y si no piensa
contrarrestarlos, por qué habló al respecto como de una realidad futura?
¿Quedará desarmado e impotente ante lo que voluntariamente antevé y denuncia?
El silencio de la crítica sobre las incursiones martianas en la resistencia
desde la sociedad civil es algo que va contra la lógica, pero todo ha quedado
cómodamente allí, en el silencio. Precisamente tal silenciamiento posibilitó la
entrada en el escenario historiográfico del dispositivo que propone a Martí
como un manipulador. Nada más contrario a la manipulación que lo que estamos
revelando.
Tampoco
es totalmente exacto que la guerra de Martí fuera para la república, aunque él
mismo lo diga y nosotros lo repitamos por viabilidad expositiva. La guerra de
Martí fue por encima de todo para la democracia, que es donde la lucha social
se torna más hacedera y fértil, en particular contra los rumbos equivocados o
la corrupción de la república, algo que ha testimoniado y meditado en Estados
Unidos y el resto de América. Por su experiencia norteamericana y enfáticamente
por sus lecturas sobre la lucha abolicionista, supo que la república también
podía ser corregida, presionada y obligada a cambiar por la protesta en
democracia. ¿Tuvo justificación y pudo Martí ocultarle entonces al grupo humano
que iba a la guerra que con esta no acababan las luchas, que el sacrificio
sangriento de los combates era solo antesala, que cuando la sangre dejara de
correr quedarían otros combates, otras zozobras, desasosiegos y riesgos? Tenía
justificación y pudo demorar sus alertas para después del triunfo, pero no lo
hizo. ¿Cuán profundamente horadaron estas visiones la arquitectura espiritual
de Martí, redondeando al personaje intrincado que fue? En Patria, el 9 de julio
de 1892, escribe: “Y quién, dice el propietario tímido, me garantiza de que
después del triunfo de la revolución, no continúe yo padeciendo bajo los
revolucionarios ambiciosos o impotentes, bajo un país de abogados sin empleo y
de caudillos encabezados, lo mismo que padezco bajo este gobierno español de
prostitución y simonía? Todo se ha de admitir, porque todo es cierto”.
Esta
serie de planteos demandan nuevas meditaciones, enfoques y posicionamientos. Se
ha repetido ad infinitum que la guerra de Martí no cumplió su objetivo, o sea
que fracasó, por la intervención del gobierno de Estados Unidos, entre otras
causas. ¿Es esto totalmente cierto? Si lo que buscó el habanero con la
contienda de 1895 fue fundamentalmente democracia, pues la república no era más
que un referente obligado, y si esa democracia constituyó en su pensamiento el
espacio donde se debieron llevar a cabo las articulaciones capaces de generar y
regenerar la república, presionarla y hasta reformularla, entonces Martí no
fracasó. Historiadores coinciden en que de 1902 a 1906 se cumplieron los
requisitos indispensables para llamar democracia a lo que sucedió en la Isla en
dicha etapa. Fueron actores de poder en esa democracia, fundamentalmente cubanos
de la raza hegemónica, quienes la desvirtuaron y degeneraron. Lo volverían a
hacer en las diferentes épocas en que la democracia estuvo vigente antes de
1959, fecha en que comenzó su cautiverio hasta hoy.
Desde
varios ángulos prefigura Martí qué puede suceder a la raza y a otros oprimidos
en la república y, a la vez, qué puede él mismo hacer una vez derrotado el
colonialismo. En carta a su amigo José D. Poyo, en diciembre de 1893, se
refiere a los pobres, pero con énfasis en los negros: “el hablar será después —escribe—,
el esparcir el corazón, el esconderse en un rincón de la vida, a consolar a los
que sufren del odio o de la arrogancia humana: ahora, es hacer la república”.
En sus palabras advierte Martí que habrá un discurso —”el hablar” en democracia—
después del triunfo, que debe interpretarse sin temor como antirracista, que es
lo que viene laborando. La metáfora esconderse en un rincón de la vida indica
un locus ubicado al lado del cubano que continuará preterido. Claro que se
produce una ambivalencia entre el “discurso y el esconderse”, pero no quedan
dudas de cuál es el lugar que él mismo se dispone y su solidaridad. Si ya esto
es un anuncio de protesta —imagínese una personalidad como Martí en el espacio
discriminado del negro— ha mostrado y mostrará otras posiciones más radicales.
Un
ejemplo de lo anterior se había producido unos meses antes, en el periódico
Patria — diez de abril de 1893—, donde publica una breve reseña sobre uno de
los fundadores de La Liga, el mulato Fernando Vázquez, que ha muerto en La
Habana. Y en este puñado de frases, donde subraya la capacidad probada del
hombre negro, saca a la luz, con prioridad en la cláusula hacia los
afrocubanos, a los que, como el propio autor del texto, “están prontos a morir
por el derecho del hombre, sea negro o blanco”.
Si
una autora de la academia norteamericana escribió que Martí era radical en sus
cartas a sus amigos negros y menos en el periódico al referirse a la raza,
ahora ha sido más radical en este último. Si en efecto la democracia era el
escenario para la lucha social que entrevé, de manera pública e inequívocamente
advierte a la raza en la hegemonía —y prepara a la subordinada— en el sentido
de que la discriminación será resueltamente combatida. En Patria ha reseñado un
discurso suyo previo y vuelve a hacer hincapié en lo que sucederá en la
república si persiste la opresión racial. No por gusto es una postura que ha
dicho en una reunión, con representantes independentistas de las dos razas, y
la repone en el periódico. El líder extrae los mayores réditos de los medios a
su alcance, sin soslayar que expone sus criterios en muchas cartas. Volverá a
pensar los derechos de la raza, aunque no la mencione literalmente. Los lectores del artículo saben perfectamente
que en el interés martiano la raza ocupa un lugar privilegiado: “Se morirá por
la república después, si es preciso, como se morirá por la independencia
primero. (…). Volverá a haber, en Cuba y Puerto Rico, hombres que mueran
puramente, sin mancha de interés, en la defensa del derecho de los demás
hombres”.
Martí
no está advirtiendo en estas palabras y las anteriormente resaltadas a un nuevo
conflicto armado, en este caso entre cubanos. Sugiere a víctimas de la
violencia por defender derechos. Es público que en democracia, en el proceso de
resistencia civil, el poder puede reprimir y lo ha hecho en incontables
ocasiones. Acerca del abolicionismo norteamericano ha pespunteado ejemplos al
respecto. Efectivamente, el político va enriqueciendo sus conocimientos con
respecto a un futuro de lucha pacífica. Todos los que escucharon aquellas
palabras y los lectores del periódico, blancos y negros, estaban conscientes
que los derechos de estos últimos eran los más violados. He aquí lo que se decía
en aquello que era dicho, para volver a recordar a Foucault.
Un
tema crucial en lo que venimos exponiendo es la lectura que hacen los
afrocubanos de los discursos y artículos martianos, quienes se sienten
identificados como aquellos que no cuentan para la ley o su aplicación, aunque
Martí no mencione a veces expresamente a las personas con raíces en África. Por
el trato diario con hombres y mujeres de esta raza, estaba enterado Martí del
sesgo hermenéutico que daban a sus textos, lo cual tampoco queda fuera de sus
cálculos. Como veremos, Serra habla a partir de sus diálogos con el poeta y la
lectura de sus textos. La interpretación de los afrocubanos se evidenció cuando
La Igualdad, periódico dirigido por Juan Gualberto en la Isla, reprodujo
artículos como “Mi raza” y “A Cuba”. Patria hizo lo mismo con textos de La
Igualdad.
En
primer lugar, el poeta está consciente que junto con la victoria regresarían
las tiranteces, presiones y exigencias de clases y estratos luego de la unión
imprescindible para la guerra. Expuesta públicamente la decisión de morir por
la justicia para los negros, en carta a su amigo de La Liga, Juan Bonilla,
produce en junio de 1893, un nuevo sentido en el asunto que espigamos. En parte
alguna aparece más claramente su concepción sobre el carácter que tendrá la
lucha pacífica para hacer efectivo el derecho de los hombres de “color”. Pero
no se entenderá lo que resaltamos de esta carta si no entramos al menos en una
veloz contextualización del mapa temporal de sus escritos. Apenas unas semanas
antes ha publicado “Mi raza” en Patria, en opinión de la mayoría de los
estudiosos un artículo francamente antirracista. El texto sobre Fernando
Vázquez es de abril de ese mismo año, sin contar alguna entrada en el tema que
se nos escape y sin orillar los diálogos de La Liga. Con el antecedente de
estas producciones textuales y dialogales emergerá la afirmación “Ud. lo ve”.
Pero inmediatamente antes de las líneas que destacamos, alude a su ayuda en la
creación de sujetos, y dice que el aprendizaje y la labor no se ve ahora, pero
ha de sentirse luego. Es entonces cuando expresa al amigo negro:
“Vd.
lo ve, por supuesto, y sabe que éstos no son más que los preliminares de una
gran campaña, una campaña redentora y activa, y tal que después de ella los malos
nunca se atreverán a serlo tanto. Así la sueño y así verá que la vamos a hacer”.
El
político está proyectando explícitamente el quehacer antirracista que entonces
despliega. Anuncia una campaña que será propagandística y pública, pero además
activa, con lo que hermana esta carta con otras meditaciones suyas. El poeta no
se reduce así a una campaña propagandística, y ello abre perspectivas inéditas
en el pensamiento de resistencia a través de la sociedad civil en la historia
cubana. Y si probamos ya, en los textos del poeta y por boca de sus amigos que
en La Liga creó sujetos antirracistas, ahora los insta a la lucha futura con
perspectivas que tocan nuestra actualidad. Con la frase incluyente “la vamos a
hacer” vuelve sobre el carácter colectivo, de blancos y negros antirracistas en
esa lucha. Estamos, por cierto, ante otra diferencia fundamental entre Martí y
el Partido Independiente de Color.
Se
perpetra una inexactitud palmaria al afirmar que “Martí may no have assumed the
explicitly antiracist stance that Afro-Antilleans such as Rafael Serra, Sotero
Figueroa, Antonio Maceo y Juan Gualberto Gómez, included at the heart of their
proindependence organizing” [Martí no asumió el antirracismo explícito que
afroantillanos como (…) incluidos en el corazón de su organización
proindependentista]. El poeta no solo
asumió ese antirracismo explícito muchas veces, sino que superó, por la
radicalidad de sus posturas, a todos los que menciona la autora, con excepción
de Serra, quien reiteró sus débitos en el tema en cuanto a Martí y lo utilizó
como símbolo en el activismo que llevará a cabo. Claro que la ascendencia moral
del Delegado, su eminencia política y en el partido e incluso su raza le
facilitaron esas radicalidades. Las nociones del poeta dichas por un negro o
mulato hubieran generado reacciones negativas entre el abundante racismo
independentista.
En
relación con el Partido Independiente de Color, el mismo periodista se encarga
de derribar la contradicción, la pared que la crítica de nuestros días ha
colocado entre él y la entidad política. Pudiera pensarse que hablar sobre la
campaña antirracista a Bonilla y colocarla como objetivo posbélico constituyó
una momentánea ocurrencia de Martí, pronto olvidada. Dirijámonos entonces a su
libreta de notas. Según sucede en otras ocasiones, no resulta posible precisar
fecha, pero allí el Delegado confirma que lo dicho a su amigo pasa por sus
reflexiones más íntimas y no por gusto ha escrito “así la sueño”. Ahora
establece una correspondencia entre lo que denomina campañas sociales y las
políticas:
“Las
campañas sociales no son, por lo de esencia, más trascendentales que las
políticas, que son frecuentemente campañas de forma:—¡por qué no se han de
organizar los hombres para ellas como se organizan para las políticas! De éstas
vienen buenos o malos gobiernos; de aquéllas, buenos o malos pueblos:—Se trata
de estancar a los hombres: o de hacerlos libres”.
Asimilar
la resistencia como herramienta de los pueblos posee una connotación que, por
sí sola, basta para afirmar las vislumbres martianas sobre desobediencia civil.
En este caso, lo determinante se instala cuando propone dichas acciones como
una necesidad, o sea, mucho más que una herramienta coyuntural o aleatoria. Ha
visto así un instrumento de libertad, pero además ético, una oportunidad que ha
estado ahí, de forma constante, en la historia. Cuando escribe a Bonilla está
pensando muy meridianamente acerca de llevar a la realidad un método para que
los sectores oprimidos y sus aliados se organicen y reclamen derechos. Por otra
parte, recuérdese su sentencia: sobre castas, no se han alzado nunca más que
naciones destinadas a la esclavitud. Pueblo que se somete, perece. En el mismo
apunte en que compara campañas sociales y políticas, subraya “el perpetuo
iluminamiento interno” que provoca “el ejercicio de sí”. El líder posee
conciencia del fortalecimiento psíquico que implica la protesta civil y un
pueblo ética y psíquicamente rebelde está, por lo menos, en potencial de
libertad. A propósito, estas nociones debieran ser asumidas como lección para
el pueblo cubano que desde hace décadas padece una crisis moral y ética, en lo
que a protesta se refiere, sin paralelo tal vez en toda la historia del país.
Fragmento del capítulo
“Vislumbres de Desobediencia Civil”, del libro inédito titulado ¿Fue José Martí racista?
Perspectivas sobre los negros en Cuba y Estados Unidos. Las citas pertenecen a las Obras Completas del apóstol.
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