José Martí: Del triunfo bélico a la problemática racista / Miguel Cabrera Peña


Más de una vez José Martí pronosticó que el simple acceso a la república no resolvería los problemas sociales, y habló de la permanencia del hambre y la miseria y la preterición de los pobres. Desde luego que él no quiere repetir en su país la historia latinoamericana donde la oligarquía solo vio el modo de despojar a los españoles del poder para sentarse sobre el lomo de las naciones recién nacidas. Pero en el campo multirracial rebelde abundan también representantes discriminadores de una oligarquía venida a menos por la guerra y otras capas más o menos próximas que, junto al poder, o ellas mismas en el poder que entrevé Martí, mantendrán posturas similares a quienes se opusieron al independentismo. Todo esto lo lleva a echar una de sus ojeadas menos optimistas a los acontecimientos mediatos:
“Metal conservador entrará por mucho en el cuño de la futura moneda revolucionaria. Triunfarán los conservadores, cuando la revolución triunfe. Distinta será la forma, y se concederá un ápice más al pueblo hambriento; pero la esencia no cambiará, ni cesarán la ira y el hambre”.
Asegura el Delegado que después de la victoria independentista habría sectores hegemónicos que afianzarán  privilegios y seguirán presionando a los pobres a mantenerse en el estrato social más vulnerable. En parecido sentido escribe sobre la “ingratitud probable” de la república hacia los oprimidos, y también aquí involucra, en primer lugar, a los negros.  En el artículo “Los pobres de la tierra”, el poeta utiliza la palabra “preocupación”, que hemos señalado significa prejuicio racial, y al enaltecer la contribución monetaria de los obreros cubanos en Estados Unidos para obtener pertrechos de guerra, indica el peligro de que a los pobres se les “desconozca acaso mañana, en la hora del triunfo de la república”. En este mismo texto reitera la idea de una república tal vez ingrata con estos pobres. Se divisa un Martí con los pies hundidos en la realidad más cruda, insistente, sin un ápice de idealismo y sin la más mínima intención de mostrar un porvenir fácil.
Al entregar a su lector, que en no pocos casos irá a la guerra, posibilidades contrarias a esperanzas lógicas en la mayoría de los futuros combatientes, las conecta con sus vislumbres de lucha social pacífica. De otro modo se hubiera encerrado en un círculo vicioso, en una guerra vacía de real significado. Sin resistencia contra el poder en la república el caso que abordamos ofrecería una imagen anómala, injustificada y vana en el fondo y la forma, y por si fuera poco empapada en sangre. ¿Pudo ser posible que escribiera sobre fundamentales desvíos republicanos sin pensar contrarrestarlos? ¿Y si no piensa contrarrestarlos, por qué habló al respecto como de una realidad futura? ¿Quedará desarmado e impotente ante lo que voluntariamente antevé y denuncia? El silencio de la crítica sobre las incursiones martianas en la resistencia desde la sociedad civil es algo que va contra la lógica, pero todo ha quedado cómodamente allí, en el silencio. Precisamente tal silenciamiento posibilitó la entrada en el escenario historiográfico del dispositivo que propone a Martí como un manipulador. Nada más contrario a la manipulación que lo que estamos revelando.
Tampoco es totalmente exacto que la guerra de Martí fuera para la república, aunque él mismo lo diga y nosotros lo repitamos por viabilidad expositiva. La guerra de Martí fue por encima de todo para la democracia, que es donde la lucha social se torna más hacedera y fértil, en particular contra los rumbos equivocados o la corrupción de la república, algo que ha testimoniado y meditado en Estados Unidos y el resto de América. Por su experiencia norteamericana y enfáticamente por sus lecturas sobre la lucha abolicionista, supo que la república también podía ser corregida, presionada y obligada a cambiar por la protesta en democracia. ¿Tuvo justificación y pudo Martí ocultarle entonces al grupo humano que iba a la guerra que con esta no acababan las luchas, que el sacrificio sangriento de los combates era solo antesala, que cuando la sangre dejara de correr quedarían otros combates, otras zozobras, desasosiegos y riesgos? Tenía justificación y pudo demorar sus alertas para después del triunfo, pero no lo hizo. ¿Cuán profundamente horadaron estas visiones la arquitectura espiritual de Martí, redondeando al personaje intrincado que fue? En Patria, el 9 de julio de 1892, escribe: “Y quién, dice el propietario tímido, me garantiza de que después del triunfo de la revolución, no continúe yo padeciendo bajo los revolucionarios ambiciosos o impotentes, bajo un país de abogados sin empleo y de caudillos encabezados, lo mismo que padezco bajo este gobierno español de prostitución y simonía? Todo se ha de admitir, porque todo es cierto”.  
Esta serie de planteos demandan nuevas meditaciones, enfoques y posicionamientos. Se ha repetido ad infinitum que la guerra de Martí no cumplió su objetivo, o sea que fracasó, por la intervención del gobierno de Estados Unidos, entre otras causas. ¿Es esto totalmente cierto? Si lo que buscó el habanero con la contienda de 1895 fue fundamentalmente democracia, pues la república no era más que un referente obligado, y si esa democracia constituyó en su pensamiento el espacio donde se debieron llevar a cabo las articulaciones capaces de generar y regenerar la república, presionarla y hasta reformularla, entonces Martí no fracasó. Historiadores coinciden en que de 1902 a 1906 se cumplieron los requisitos indispensables para llamar democracia a lo que sucedió en la Isla en dicha etapa. Fueron actores de poder en esa democracia, fundamentalmente cubanos de la raza hegemónica, quienes la desvirtuaron y degeneraron. Lo volverían a hacer en las diferentes épocas en que la democracia estuvo vigente antes de 1959, fecha en que comenzó su cautiverio hasta hoy.
Desde varios ángulos prefigura Martí qué puede suceder a la raza y a otros oprimidos en la república y, a la vez, qué puede él mismo hacer una vez derrotado el colonialismo. En carta a su amigo José D. Poyo, en diciembre de 1893, se refiere a los pobres, pero con énfasis en los negros: “el hablar será después —escribe—, el esparcir el corazón, el esconderse en un rincón de la vida, a consolar a los que sufren del odio o de la arrogancia humana: ahora, es hacer la república”. En sus palabras advierte Martí que habrá un discurso —”el hablar” en democracia— después del triunfo, que debe interpretarse sin temor como antirracista, que es lo que viene laborando. La metáfora esconderse en un rincón de la vida indica un locus ubicado al lado del cubano que continuará preterido. Claro que se produce una ambivalencia entre el “discurso y el esconderse”, pero no quedan dudas de cuál es el lugar que él mismo se dispone y su solidaridad. Si ya esto es un anuncio de protesta —imagínese una personalidad como Martí en el espacio discriminado del negro— ha mostrado y mostrará otras posiciones más radicales.
Un ejemplo de lo anterior se había producido unos meses antes, en el periódico Patria — diez de abril de 1893—, donde publica una breve reseña sobre uno de los fundadores de La Liga, el mulato Fernando Vázquez, que ha muerto en La Habana. Y en este puñado de frases, donde subraya la capacidad probada del hombre negro, saca a la luz, con prioridad en la cláusula hacia los afrocubanos, a los que, como el propio autor del texto, “están prontos a morir por el derecho del hombre, sea negro o blanco”.
Si una autora de la academia norteamericana escribió que Martí era radical en sus cartas a sus amigos negros y menos en el periódico al referirse a la raza, ahora ha sido más radical en este último. Si en efecto la democracia era el escenario para la lucha social que entrevé, de manera pública e inequívocamente advierte a la raza en la hegemonía —y prepara a la subordinada— en el sentido de que la discriminación será resueltamente combatida. En Patria ha reseñado un discurso suyo previo y vuelve a hacer hincapié en lo que sucederá en la república si persiste la opresión racial. No por gusto es una postura que ha dicho en una reunión, con representantes independentistas de las dos razas, y la repone en el periódico. El líder extrae los mayores réditos de los medios a su alcance, sin soslayar que expone sus criterios en muchas cartas. Volverá a pensar los derechos de la raza, aunque no la mencione literalmente.  Los lectores del artículo saben perfectamente que en el interés martiano la raza ocupa un lugar privilegiado: “Se morirá por la república después, si es preciso, como se morirá por la independencia primero. (…). Volverá a haber, en Cuba y Puerto Rico, hombres que mueran puramente, sin mancha de interés, en la defensa del derecho de los demás hombres”.
Martí no está advirtiendo en estas palabras y las anteriormente resaltadas a un nuevo conflicto armado, en este caso entre cubanos. Sugiere a víctimas de la violencia por defender derechos. Es público que en democracia, en el proceso de resistencia civil, el poder puede reprimir y lo ha hecho en incontables ocasiones. Acerca del abolicionismo norteamericano ha pespunteado ejemplos al respecto. Efectivamente, el político va enriqueciendo sus conocimientos con respecto a un futuro de lucha pacífica. Todos los que escucharon aquellas palabras y los lectores del periódico, blancos y negros, estaban conscientes que los derechos de estos últimos eran los más violados. He aquí lo que se decía en aquello que era dicho, para volver a recordar a Foucault.
Un tema crucial en lo que venimos exponiendo es la lectura que hacen los afrocubanos de los discursos y artículos martianos, quienes se sienten identificados como aquellos que no cuentan para la ley o su aplicación, aunque Martí no mencione a veces expresamente a las personas con raíces en África. Por el trato diario con hombres y mujeres de esta raza, estaba enterado Martí del sesgo hermenéutico que daban a sus textos, lo cual tampoco queda fuera de sus cálculos. Como veremos, Serra habla a partir de sus diálogos con el poeta y la lectura de sus textos. La interpretación de los afrocubanos se evidenció cuando La Igualdad, periódico dirigido por Juan Gualberto en la Isla, reprodujo artículos como “Mi raza” y “A Cuba”. Patria hizo lo mismo con textos de La Igualdad. 
En primer lugar, el poeta está consciente que junto con la victoria regresarían las tiranteces, presiones y exigencias de clases y estratos luego de la unión imprescindible para la guerra. Expuesta públicamente la decisión de morir por la justicia para los negros, en carta a su amigo de La Liga, Juan Bonilla, produce en junio de 1893, un nuevo sentido en el asunto que espigamos. En parte alguna aparece más claramente su concepción sobre el carácter que tendrá la lucha pacífica para hacer efectivo el derecho de los hombres de “color”. Pero no se entenderá lo que resaltamos de esta carta si no entramos al menos en una veloz contextualización del mapa temporal de sus escritos. Apenas unas semanas antes ha publicado “Mi raza” en Patria, en opinión de la mayoría de los estudiosos un artículo francamente antirracista. El texto sobre Fernando Vázquez es de abril de ese mismo año, sin contar alguna entrada en el tema que se nos escape y sin orillar los diálogos de La Liga. Con el antecedente de estas producciones textuales y dialogales emergerá la afirmación “Ud. lo ve”. Pero inmediatamente antes de las líneas que destacamos, alude a su ayuda en la creación de sujetos, y dice que el aprendizaje y la labor no se ve ahora, pero ha de sentirse luego. Es entonces cuando expresa al amigo negro: 
“Vd. lo ve, por supuesto, y sabe que éstos no son más que los preliminares de una gran campaña, una campaña redentora y activa, y tal que después de ella los malos nunca se atreverán a serlo tanto. Así la sueño y así verá que la vamos a hacer”.
El político está proyectando explícitamente el quehacer antirracista que entonces despliega. Anuncia una campaña que será propagandística y pública, pero además activa, con lo que hermana esta carta con otras meditaciones suyas. El poeta no se reduce así a una campaña propagandística, y ello abre perspectivas inéditas en el pensamiento de resistencia a través de la sociedad civil en la historia cubana. Y si probamos ya, en los textos del poeta y por boca de sus amigos que en La Liga creó sujetos antirracistas, ahora los insta a la lucha futura con perspectivas que tocan nuestra actualidad. Con la frase incluyente “la vamos a hacer” vuelve sobre el carácter colectivo, de blancos y negros antirracistas en esa lucha. Estamos, por cierto, ante otra diferencia fundamental entre Martí y el Partido Independiente de Color.
Se perpetra una inexactitud palmaria al afirmar que “Martí may no have assumed the explicitly antiracist stance that Afro-Antilleans such as Rafael Serra, Sotero Figueroa, Antonio Maceo y Juan Gualberto Gómez, included at the heart of their proindependence organizing” [Martí no asumió el antirracismo explícito que afroantillanos como (…) incluidos en el corazón de su organización proindependentista].  El poeta no solo asumió ese antirracismo explícito muchas veces, sino que superó, por la radicalidad de sus posturas, a todos los que menciona la autora, con excepción de Serra, quien reiteró sus débitos en el tema en cuanto a Martí y lo utilizó como símbolo en el activismo que llevará a cabo. Claro que la ascendencia moral del Delegado, su eminencia política y en el partido e incluso su raza le facilitaron esas radicalidades. Las nociones del poeta dichas por un negro o mulato hubieran generado reacciones negativas entre el abundante racismo independentista.
En relación con el Partido Independiente de Color, el mismo periodista se encarga de derribar la contradicción, la pared que la crítica de nuestros días ha colocado entre él y la entidad política. Pudiera pensarse que hablar sobre la campaña antirracista a Bonilla y colocarla como objetivo posbélico constituyó una momentánea ocurrencia de Martí, pronto olvidada. Dirijámonos entonces a su libreta de notas. Según sucede en otras ocasiones, no resulta posible precisar fecha, pero allí el Delegado confirma que lo dicho a su amigo pasa por sus reflexiones más íntimas y no por gusto ha escrito “así la sueño”. Ahora establece una correspondencia entre lo que denomina campañas sociales y las políticas:
“Las campañas sociales no son, por lo de esencia, más trascendentales que las políticas, que son frecuentemente campañas de forma:—¡por qué no se han de organizar los hombres para ellas como se organizan para las políticas! De éstas vienen buenos o malos gobiernos; de aquéllas, buenos o malos pueblos:—Se trata de estancar a los hombres: o de hacerlos libres”.
Asimilar la resistencia como herramienta de los pueblos posee una connotación que, por sí sola, basta para afirmar las vislumbres martianas sobre desobediencia civil. En este caso, lo determinante se instala cuando propone dichas acciones como una necesidad, o sea, mucho más que una herramienta coyuntural o aleatoria. Ha visto así un instrumento de libertad, pero además ético, una oportunidad que ha estado ahí, de forma constante, en la historia. Cuando escribe a Bonilla está pensando muy meridianamente acerca de llevar a la realidad un método para que los sectores oprimidos y sus aliados se organicen y reclamen derechos. Por otra parte, recuérdese su sentencia: sobre castas, no se han alzado nunca más que naciones destinadas a la esclavitud. Pueblo que se somete, perece. En el mismo apunte en que compara campañas sociales y políticas, subraya “el perpetuo iluminamiento interno” que provoca “el ejercicio de sí”. El líder posee conciencia del fortalecimiento psíquico que implica la protesta civil y un pueblo ética y psíquicamente rebelde está, por lo menos, en potencial de libertad. A propósito, estas nociones debieran ser asumidas como lección para el pueblo cubano que desde hace décadas padece una crisis moral y ética, en lo que a protesta se refiere, sin paralelo tal vez en toda la historia del país.

Fragmento del capítulo “Vislumbres de Desobediencia Civil”, del libro inédito titulado ¿Fue José Martí racista? Perspectivas sobre los negros en Cuba y Estados Unidos. Las citas pertenecen a las Obras Completas del apóstol.

No hay comentarios: