Rostros de Cuba / Luis Felipe Rojas |
A la
apertura económica al sector privado, los negros llegamos en desventaja.
Heredamos más de dos siglos de esclavitud y sesenta años de exclusiones
republicanas (1902—1959) que, en medio siglo de Revolución (1959—2013) no
logramos superar, por la manera en que el racismo se oculta y renueva cuando no
se debate, ni se enfrenta política y culturalmente. Si los años sesenta
significaron oportunidad para todos, los setenta constatan que no todos estaban
en capacidad de aprovechar dichas oportunidades; aun así, los ochenta exhiben
un alto por ciento de profesionales negros que, al llegar los años noventa, quedan
fuera de los espacios privilegiados por el turismo y la economía mixta. Ya en
el siglo XXI es evidente que la población negra está sub-representada en los
espacios de poder económico, político y hasta en las universidades, contrario a
su sobre-representación en el mercado informal, las ilegalidades y los barrios
marginales.
Si en los
noventa comienzan a circular dos monedas en el país, también se viven dos
realidades contrastantes: la primera, permite a la familia blanca recibir
remesas del exterior, especialmente de Miami, base de un exilio cubano
mayoritariamente blanco. La otra realidad muestra a la población cubana que no
recibe remesas, esa mayoría negra que vio apagarse la utopía socialista desde
el rincón más incómodo. Para ella, entrar hoy en la nueva economía es un reto.
En los últimos veinte años los negros cubanos sufren una involución o parálisis
de la gran movilidad alcanzada entre 1959 y 1989. Paradójicamente, en ese mismo
periodo llegó a decretarse en libros y discursos oficiales el fin del racismo
en Cuba; negarlo era visto como un acto contrarrevolucionario, de modo que
denunciar este racismo ha sido bien difícil; pero ya hemos logrado desde cierto
activismo cultural y político que se reconozca oficialmente. Creo que abandonar
la lucha antirracista, en especial contra lo que llamo neo-racismo, sería una
ingenuidad política con nefastas consecuencias futuras.
Raúl Castro
anunció su último mandato presidencial y con ello cierra una era en la política
cubana. Para ese entonces ya el país será otro y esperamos que mujeres, negros
y jóvenes sepan enrumbar la nación entre la diversidad que será reconocida y
ejercida, donde se escuchen los proyectos de nación que duermen en la cabeza de
muchos. Las nuevas generaciones políticas cubanas aprenderán a andar con sus
propios pies y sobre todo con sus propias cabezas. Aspiro a que, antes del
2018, organizaciones como La Cofradía de la Negritud, el Comité Ciudadano de
Integración Racial, la Articulación Regional Afrodescendiente, la Comisión José
Antonio Aponte u otras que integran el movimiento antirracista cubano, crezcan
legal y organizadamente para encontrar las soluciones aplazadas que una amplia
mayoría negra sigue esperando. También espera el fin del embargo, pero urge más
elevar su autoestima, sus condiciones materiales, su acceso a mejores trabajos
y al reconocimiento, no solo comercial, de sus culturas. Y para que también
protagonicemos los nuevos modos de entender y construir la nación.
No pido que
en las próximas elecciones del 2018 un negro sea presidente de Cuba, sino que
ese tránsito nos permita formar buenos líderes, empoderar comunidades y
construir consensos y alianzas estratégicas dentro y fuera del país. Aun es
insuficiente nuestra conciencia racial y sería muy pequeño (o fugaz) el triunfo
de un cubano negro, tan solito allá arriba, en medio de un contexto muy
prejuiciado, al frente de un país cuyos lazos políticos y culturales con África
todavía algunos tratan de escamotear… Ya tendremos oportunidad de tener un papa
o un presidente negro a quien no le amarren las manos fácilmente. Por mi parte,
sigo luchando y soñando con un país donde los negros seamos dueños, forjadores
y críticos de nuestro propio destino de cubanos y disfrutemos una ciudadanía
más plena. Ese país no ha llegado todavía pero, además de soñarlo, salgo a
buscarlo cada mañana.
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