Rostros de Cuba / Luis Felipe Rojas |
Los
acontecimientos relacionados con la disidencia en la Cuba actual parecen estar
dados, en lo fundamental, por un radicalismo etno-cultural. En la esfera
social, dos tendencias claramente definidas intentan apoderarse de un nuevo
resurgir utópico: la intelectual religiosa (que parte de una ideología) y la “reacción
cotidiana” que se ejercita sin ningún preámbulo teórico e intelectual. Aunque a veces ambas tendencias tienden a
encontrarse (no a fusionarse) en determinado punto (idea y lugar), la
diferencia de espíritu es notable. La primera viene del fuero de la
ilustración, de la literatura; la segunda, más contemporánea y moderna, de la
voluntad de poder y de una manera de vivir en el mundo. En esta segunda
tendencia hallamos una etno-antropología disidente en Cuba.
La pregunta de por qué hoy el fenómeno étnico
(racial si se quiere) se apodera vivamente de la “culturalidad” de la
disidencia dentro de Cuba es un hecho complejo que rebasa la simple conclusión
del abstraccionismo sobre el concepto de “marginación” del sujeto social en el
proceso de la autoafirmación de la nación, y en la determinación del destino de
la isla bajo el régimen totalitario. El fenómeno ético sale a la luz en Cuba
como un retorno. Cuba en su fuero interno (producto de la plantación
esclavista) es una lucha entre dos o más posibilidades raciales (negro, blanco,
chino) que nunca conoció, como pensaba Fernando Ortiz, la transculturación. El “transculturalismo”
en Cuba es solo una falacia intelectual. El negro en Cuba ha tenido que ejercer
su propia vida desde su propia experiencia, y en el curso de los años ha tomado
conciencia de la negritud. De ahí su disidencia, primero ante la plantación,
ahora ante el totalitarismo. Ante la plantación como un estado de cosas que supo
asumir las ideas revolucionarias del independentismo cubano; ante el
totalitarismo como una conciencia de ser.
La “negritud”, retornando ahora no como un
concepto racial, sino antropológico-social, respondiendo a nuevos mecanismos de
explotación y servicio, se revela como una nueva forma ontológica de
concebirse, de la cual se perciben con nitidez los elementos no “transculturados”.
Es una exigencia de fondo ya manifiesta, como preámbulo, en la guerrita del 12,
pero opacada por la ideologización ilustrada de la Revolución del 33, del 59 y
lo que continúa hoy.
La
disidencia ejercida por un amplio sector de la población negra en la Cuba
actual viene a revelar un segundo hecho de importancia que sobrepasa el sentido
étnico o racial propiamente dicho y la pedestre situación de vivir la exclusión
y la marginación. Quizás este punto sea decisivo en el imaginario del hombre de
la raza negra. El negro en Cuba, según todo parece indicar, pide que se le
respete y reconozca algo que ha sido desvalorado por siglos: su naturaleza
física, biológica.
En
la raza negra hay una base, y esa es la que se reclama junto a toda una
simbología. Esa que es capaz de soportar los riesgos iracundos de la naturaleza
y usar su poder para estar en el mundo sin ninguna protección social impuesta.
Acaso la historia humana no es, como dice Peter Sloterdijk, una lucha por la
inmunología social y simbólica. En la raza negra hay una base que retorna. Ante
ese retorno el totalitarismo se le presenta, en su desvanecida utopía, como la
negación de esa aptitud forjada en lo biológico y simbólico propio de cada
hombre, porque cada hombre aspira a ser lo que en definitiva es: un individuo.
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